Bogotá, 23 ago (PL) Los llaman tacones aguja, son finos como un estilete, casi agresivos, y pueblan las calles bogotanas desde el amanecer sostenidos por un equilibrio a veces digno de un récord Guinness.
Orgullosas, sus dueñas los calzan como un trofeo conquistado cada día.
La moda no cede y, mientras dure, las colombianas están dispuestas a todo con tal de no desmerecerla. Los cortes de falange, callos y piel, pasando por liposucciones en ambos pies, son los medios a los que recurren algunas con tal de sentirse siete centímetros más cerca del cielo.
Bogotá está ubicada, en la franja norte de la cordillera de los Andes, a dos mil 630 metros sobre el nivel del mar.
Prestas a cualquier sacrificio, en aras de una supuesta elegancia, las bogotanas desoyen las opiniones de médicos y especialistas y se exponen, con una sonrisa triunfante, a dolores en las caderas, tobillos, rodillas y procesos degenerativos de las articulaciones.
Se les ve caminar día a día haciendo alardes de un equilibrio precario, desbalanceado a veces por un malhadado giro del tobillo sin que alcancen a disimular una mirada de angustia, difícil de enmascarar, mientras otean una silla o un muro salvador para sentarse a descansar las martirizadas piernas.
Ni siquiera la reciente irrupción de las balletas, semejantes a una zapatilla de ballet, ha podido nada en su contra.
En declaraciones al diario El Tiempo, el médico especialista en biomecánica, Luis Campos, asegura que los tacones pueden constituir un suplicio si se calzan con frecuencia excesiva. Al cambiar la biomecánica del cuerpo, obligan a las articulaciones a esforzarse el doble para mantener un ritmo constante al andar, arguye.
La organización de los músculos y las estructuras de soporte del cuerpo se relacionan, como un hilo continuo de la cabeza a los pies, argumenta la fisiatra Olga Estrada, tras señalar que el uso continuado de tacones de excesiva altura repercute no sólo en las estructuras musculares sino también en las vértebras y articulaciones de los miembros inferiores.
Aún más, añade, en los ligamentos y tendones, lo que puede generar un dolor a veces intenso y alteraciones en la postura.
Una mujer entaconada, aduce la ingeniera biomecánica Diana Guitiérrez, se inclina más hacia adelante, lo cual genera una malformación que repercute en la columna vertebral y cambia la forma de caminar (a veces los pies se tuercen hacia adentro), pues obliga a abrir más las piernas en busca de una superficie estable.
A pesar de esas advertencias, las bogotanas siguen fieles a los tacones como torres que les hacen ver el mundo a su alrededor desde otra perspectiva y les aporta un toque de distinción, afirman, aunque algunas semejen un barco escorado, a la deriva y a punto de naufragar.
Aquellas que trabajan en las dependencias de servicios públicos son las más perjudicadas, por los desplazamientos contínuos de una oficina a otra. Cuando piensan que nadie las mira, se apoyan, subrepticiamente, en cualquier puerta o columna, ante el temor de un resbalón traicionero o una caída sorpresiva.
El consejo de no abusar de los tacones estilete -o de ser muy altos con una plataforma base que lo sustente- y preferir, en cambio, los de tacón ancho de cuatro centímetros cuando más, parece caer en saco roto.
La única solución, al parecer, es la de poner en práctica los consejos heredados de una generación a otra: poner las piernas en alto al llegar a casa, previo reposo reparador en una tina de agua caliente, masajearlas con crema y suspirar hondo antes de someterse de nuevo a una tortura que, paradójicamente, las colombianas califican de placentera.