EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

(Cuando llegue al cuarto y me tire en la litera tendré que pensar bien las cosas. Parece que es cierto que en cada individuo hay por lo menos dos personas. Yo resuelvo ecuaciones complicadas, armo y desarmo aparatos sofisticados, pero no veo la gente que tengo delante o la veo y no las entiendo.
Quien me iba a decir que Ricel, el hermano, me iba a dejar solo precisamente ahora. Yuliesky no actuaría así.
Ricel sabe perfectamente que no hay nada de que arrepentirse, pero sabe también que yo no confío en sicólogos, sociólogos ni comunicadores y mucho menos si son doctores porque son los más hábiles para enredar las cosas. El lo sabe perfectamente y en vez de apoyarme me manda con Gonzalo, cuando él sabe que Gonzalo está lleno de problemas, enredado con su trabajo, con la finca y con la atención a mamá o a lo que va quedando de ella porque cada día mamá…
De verdad que no entiendo a Ricel. Ahora casi me empuja a la loca de Rosa , cuando él sabe perfectamente cuál es mi concepto de la pareja y sabe además que, aunque yo tuviera otro concepto, para mantener unas tetas como las de Rosacrisis hace falta el presupuesto de una empresa.
Rosa: no la veía desde que comimos con Gretel. La vi en la conferencia y luego cuando daba vueltas por la oficina, pero no le presté atención porque pensé que estaba persiguiendo a Ricel, y mira en lo que andaba la muy loca.
Tengo que pensar bien las cosas. Lo malo es que mientras más pienso menos entiendo a Ricel, tal vez sea porque aunque es de mi pueblo, en el fondo es uno de ellos; por algo este cabrón estudia periodismo.)

En vez de tomar la calle que conduce a mi casa atravieso callejones y sobrepaso trillos, con tan buena suerte que no puedo terminar mis reflexiones sobre la propensión de los hombres a la infidelidad pues, cuando estoy en lo más hondo de mis cavilaciones, me veo frente al edifico contiguo a mi hogar. Parece que el famoso axioma según el cual la menor distancia entre dos puntos es la línea recta que los une en mi barrio no funciona.

Mi casa permanece a oscuras, salvo la cocina cuya lámpara casi siempre está encendida. Adopto precauciones extras. Sujeto la reja de hierro del portal para que no suene. Introduzco suavemente la llave en la puerta de la calle. Atravieso el pasillo, sigiloso, como un ladrón. Siento el leve ronquido de mi padre y sigo hasta la cocina y cuando voy a quitar la tranca de seguridad de la puerta del patio para orinar allí, para no despertar a mi madre, siento su voz a mis espaldas.
-En la cocinita hay un plato de espaguetis, caliéntalo.
-Ya comí, mamá.
-Entonces guarda los espaguetis en el frío. En el frío hay una jarra con refresco de tamarindo, muévelo ante de tomártelo.
– Sí, mamá.
-A qué hora te despierto, Ricelito; mañana es lunes.
-No te preocupes, yo me levanto, todo normal.
-Bueno. Tómate el refresco.

Obedezco, voy al baño, sigo para el cuarto, enciendo la lamparita de noche y me cambio de ropa. Como no tengo sueño, tomo el libro del profe Cabrera y me tiro en la cama a leer. Pero no hay manera de concentrarse. ¿Será verdad lo de Bin Laden?: lo han matado tantas veces… Sea verdad o mentira ahora viene el carnaval de la manipulación, la paranoia… al menos nos dejarán tranquilos…

Pero mi asunto ahora es el ensayo, el en-sa-yo… El libro de Cabrera es útil, sin dudas; pero el profe da por sentados criterios que son especulaciones o experiencias personales. El capítulo teórico me sirve. Solo que Cabrera habla del ensayo desde el ensayo y el profe Rafael prefiere las demostraciones, las circunstancias probatorias, como el mismo dice: a Rafael le gustan las ideas bien cocidas. Tendré que buscar un modo de complacerlos a los dos sin renunciar a dar mis apreciaciones: este tema me interesa, realmente me interesa.

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( Leo y releo el primer capítulo. Si me llevo por Cabrera, esta misma noche termino el ensayo. Según él construir un ensayo es simple: solo presupone datos, interpretación y sentido común. Pero, los datos hay que conseguirlos, la interpretación tiene que ser una reflexión original y el sentido común es mucho menos común de lo que la gente habitualmente piensa.
Esta noche tampoco logro organizar las ideas, por eso desando por el mundo de las palabras, hasta que a las palabras les entra la borrachera del sueño.

Me levanto a la misma hora de casi todos los días, como siempre voy al baño, me visto, dejo para mi madre la tarea de organizar el cuarto y desayuno. Mi madre me sirve un plato de espaguetis con unas rodajas de pan y una taza de café.
-El que estudia tiene que comer, dice y va a auxiliar al viejo quien no encuentra las medias.

Aprovecho para escapar. Al pasar por el cuarto de mis padres, lanzo una breve despedida, ¡me fui! Y salgo a la vida. Esta vez tomo por la calle recta que conduce al hotel, por calle 6.

El plan es bastante simple y consiste en llegar al departamento entre 7 y 7 y cuarto. A esa hora la muchacha que limpia comienza su faena. Ella solo tiene autoridad para entregarle la llave de la oficina del periódico a este servidor y a nadie más. Debo tomar la llave, ir a la oficina, coger las libretas y ubicarme en un lugar estratégico por donde Amael, en su tránsito hacia la universidad vieja, no pueda pasar, para evitar así cualquier situación enojosa relacionada con el tema de la comisión.

El plan funciona. La puerta está abierta. La muchacha que limpia me ve llegar, me dice que espere y señala para el piso mojado, camina en puntillas, entra a la oficinita del jefe y reaparece.
-Toma; junto a la llave estaban estos papeles, en el casillero.

Le doy las gracias, vuelo para la oficina, recojo las libertas, en una de ellas coloco los papeles que me entregó la auxiliar de limpieza y me refugio cerca del gimnasio: a nadie que esté en su sano juicio y necesite ir para la otra universidad se le ocurriría pasar por aquí.

Reviso la libreta de Problemas actuales de la economía, pero apenas entiendo mi propios apuntes: están escritos a lo Ruby. Me acuerdo del papel que introduje en la otra libreta. En realidad son dos papeles: leo el primero, es la nota de Yunier Comunicación, necesita nuestra ayuda porque “los juegos están en 3 y 2 y, para colmo, me nombraron padrino de la carrera de matemática-computación para los juegos, imagínate.”

Guardé la nota, tomé el otro papelito, lo desdoblé y el corazón me dio un salto. Es un papel idéntico al que me mostró Amael, el sábado. Debe ser un error, pienso, y lo leo otra vez, de un tirón. Pero no, ¡mi madre! ¡Mira que hay gente decidida a complicar la existencia de los demás! El papel es una citación oficial, casi igual que la de Amael: tengo que presentarme ante la comisión hoy a las 9 am. Menos mal que voy en calidad de testigo, no faltaba más.

Leí y releí la citación. Maldije la hora que se me ocurrió inmiscuirme en el asunto de los presagios y me dispuse a perder el tiempo. En vez de salir por la puerta principal di un largo rodeo, pasé por el lado del estadio de pelota y cuando me incorporaba a la calle que debía tomar para ir hacia la universidad vieja, sentí a mis espaldas la musiquita del reloj digital que anuncia las horas en punto.

El reloj me obligó a recordar al de mi pueblo. Recordé a Altagracia, al viejo Floro, a Maria, la acomodadora. ¡Qué dirían si se enteraran del rumbo que han tomado las cosas! Recordé a mi tío Mongo, si el estuviera aquí, de seguro encontraba una salida… Caminé todo lo lentamente que pude y por fin tomé por la avenida llena de árboles que conduce al patíbulo.

Me detuve en el primer semáforo. Por mi lado pasaron gentes presurosas. Continué calle arriba. Me demoré unos minutos en el segundo semáforo y solo cuando cambiaron tres veces la luz verde, arranqué para el lugar.

Llegué al edifico del rectorado y en vez de subir por la escalera, determiné dar un rodeo, pararme frente a una cafetería al aire libre donde a esta hora no venden absolutamente nada porque los dependientes están muy ocupados en sus trajines previos y en los papeles: no hay manera más segura de perder el tiempo que ir a esta hora a la cafetería. Pero ni eso fue posible: si hay algo difícil de lograr en este mundo es conseguir la paz. No había dado ni tres pasos en dirección a la cafetería cuando oí la voz de Gretel.
-Necesito que me expliques qué pasa con Amael. ¿Por qué lo llevan a una comisión? ¡Háblame claro, por favor! Tú sabes lo que pasa. Ayer, cuando llamaste a Yunier estábamos en la planificación de los juegos, quedamos preocupados. Una comisión de universidad; tiene que ser algo grande e inesperado… Amael no me ha comentado nada. Así que algún problema tiene que haber y tú me lo vas a decir.

Intenté tranquilizarla, le expliqué que no era una comisión disciplinara, sino científica, que no había problemas, que lo iban a entrevistar al flaco y luego me entrevistarían a mí, que se trataba de un ejercicio de rutina.
-¿De rutina? ¿Cómo que de rutina?
-Bueno, no exactamente; quise decir que no hay problemas. Después hablamos, se me hace tarde, tengo que ir para la entrevista.

No creo haberla convencido, pero ella se retiró y yo solucioné un momento de verdad. Consulté mi reloj. Retrocedí hacia el rectorado, ascendí por las escaleras, crucé un largo pasillo, caminé como quien no quiere las cosas hasta que encontré una puerta forrada de plástico que tenía en la parte superior un cartelito: “ Salón de reuniones” . Faltaban cinco para las nueve.

Toqué suavemente. Un custodio uniformado y de semblante árido entreabrió la puerta. Me miró enojado. Cuando le mostré la citación cambio bruscamente de actitud. Me hizo pasar a una pequeña oficina y de allí me condujo hacia el salón, me indicó que me sentara en uno de los extremos de una enorme mesa ovalada cubierta con formica. En el otro extremo Amael dialogaba con los inquisidores.

Los tres miembros del tribunal se alternaban para dirigirse al flaco quien respondía brevemente y bajaba la cabeza. Las partes parecían dialogar con absoluta seriedad. Yo alerté los oídos cuanto pude, pero no logré escuchar. Tanto los comisionados como el entrevistado hablaban entre susurros, como si masticaran las palabras.

Unos quince o veinte minutos después los miembros del tribunal se pusieron de pie y salieron precedidos por el doctor José Carlos González, el psicólogo jefe de la comisión multidisciplinaria. Los otros dos miembros eran profesores, yo los conocía de vista, seguramente también eran doctores en algo grande. Probablemente fueron a deliberar. Diez o quince minutos más tarde retornaron tan sigilosamente como salieron. El presidente le dijo algo muy bajito al custodio y este se dirigió hacia mí. Me quedé petrificado. Pero no, no había porque alarmarse. El hombre pasó por detrás de mi asiento, dobló la izquierda y se detuvo frente a una pared de cristales, ante una puerta en la cual yo no había reparado porque estaba protegida por una cortina de damasco. Dio unos toques suaves y retornó a su posición, frente a la puerta principal.

Entonces pasó lo que pasó. Una mano misteriosa abrió desde adentro la puerta camuflada; solo por unos segundos, los suficientes para que viéramos lo que vimos. El local contiguo era… ¡un pequeño salón de operaciones! Jamás he entrado a un quirófano, pero he visto muchas películas.

Segundos después dos enfermeras, con sus trajes impolutos, salieron del quirófano, hicieron una venia y se dirigieron al tribunal. Los comisionados se pusieron de pie, el flaco los imitó y las enfermeras, sonrientes, se situaron al lado de Amael, una a la derecha y otra a la izquierda. El presidente abrió el portafolios, extrajo una papel, creo que escrito a mano, se puso los espejuelos y leyó algo que debió ser el dictamen. Terminada la lectura guardó los espejuelos.

Entonces lo oí perfectamente, alto y claro, como sucede en los actos públicos cuando, de pronto, restablecen el audio perdido por razones técnicas.
-Lo siento, compañero Amael Rojas. Hicimos todo lo posible, pero su caso es muy complejo. Como usted escuchó por el dictamen, la comisión no tiene elementos suficientes para llegar a un consenso y tenemos que penetrar hasta el fondo del asunto: no hay otra opción que rebanarle la cabeza.

Mi corazón dio un traspié cuando el doctor González se ladeó hacia mí.
-Usted, Ricel, no se preocupe, vamos a cumplir con la fase dos: trabajaremos en la cabeza de su compañero; solo si resulta estrictamente necesario rebanaremos la suya.)

Desperté sobresaltado. Le di un manotazo tremendo al libro del profe Cabrera. Me vi sentado en la cama. Me froté los ojos. Fui al baño. En la cocina tomé un poco de agua. Volví a la cama, pero no logré reencontrar el sueño. Entonces me vestí, y cuando el reloj de la mesita de noche me indicó que eran las 6 fui para la cocina con la esperanza de que mi madre aún no se hubiera levantado.

La vieja me llamó la atención por haberme despertado tan temprano. Calentó el espagueti, lo sirvió y colocó la cafetera sobre la hornilla eléctrica. Mientras la cafetera colaba, se puso detrás de mi silla y yo sentí un alivio tremendo cuando pasó dulcemente su mano sobre mi cabeza.

Salí para el departamento sin despedirme de los viejos. Tenía necesidad de tomar la llave de la oficina del periódico, recoger unas libretas, devolver la llave e irme a clases antes que Amael se le ocurriera buscarme.

Aunque llegué demasiado temprano, la puerta estaba abierta. Entré y me encontré cara a cara con el jefe de departamento. El jefe me miró de arriba a bajo y me orientó presentarme a las 9, ante la comisión interdisciplinaria que funcionará en el salón de reuniones del rectorado.
-El decano me encargó citarte personalmente, por eso madrugué hoy. Como verás se trata de un asunto importante, un asunto que debes asumir con la disciplina de siempre, me dice, y me extiende la llave y un papel rectangular con el logotipo de la universidad. Tomo solo la llave, le digo que sé perfectamente lo que dice ese papel, y le doy cortésmente la espalda.

Me voy a la oficina despacito, tengo una tarea de este tamaño: encontrar a alguien amigo o enemigo capaz de decirme qué diablos tengo que hacer en este minuto de mi vida.

Después de una hora de indecisión abandoné la oficina y me fui a cumplir con el deber. Como no encontré a Gretel subí la escalera del rectorado, atravesé el pasillo y me detuve ante una puerta plástica que tenía un cartelito que rezaba: “Salón de reuniones”.
Miré el reloj, faltaban pocos minutos para las 9. Toque suavemente. Me abrió una profesora que yo había visto alguna vez, me invitó a pasar y se incorporó al tribunal. Me senté en la esquina opuesta a donde Amael respondía las preguntas de los inquisidores. Apenas podía escuchar porque el ruido del aire acondicionado era persistente, los miembros del tribunal hablaban como si masticaran las palabras y yo estaba pendiente al momento en que se abriera la puerta del quirófano y aparecieran las enfermeras.
Pero, como las dichosas enfermeras no aparecían presté un poco de atención al tribunal cuyo jefe me hizo una seña para que me acercara. No entendí nada de la introducción hecha por el doctor José Carlos González. No recuerdo absolutamente nada de lo que respondí, ni siquiera recuerdo las preguntas. De lo único que me acuerdo es de las conclusiones.
-Este caso es muy complejo, susurra el presidente del tribunal. Luego levanta la voz.
Este caso es complejo. Lo sentimos Amael, pero aún no tenemos una explicación orgánica. Tendremos que continuar analizando… En cuanto a usted, Ricel, le agradecemos su cooperación. Las respuestas de ambos han sido útiles. Si usted desea puede quedarse, pero si tiene otras tareas puede irse: nosotros permaneceremos un rato más con Amael.
Comprendí perfectamente. Me alentaban par que me fuera, para realizar la trepanación sin testigos, por eso las enfermeras no habían aparecido. Nada, estos doctores son personas muy inteligentes, hay que reconocerlo.
Salí disparado. Creo que olvidé dar las gracias. Bajé a paso doble la escalera. Caminé sin rumbo fijo durante horas. Me alejé de la universidad y de la oficina. No quería toparme con algún conocido. Al mediodía llegué a casa, le dije a mamá que me dolía la cabeza y ella le echó la culpa a los estudios y me dio una pastilla. Me la tomé, aunque olvidé el vaso de agua. Le pedí a mi vieja que si me llamaban dijera que yo no estaba. Incluso si quien llamaba era Ruby. Y me encerré en el cuarto.
Por la tarde volví a caminar sin sentido hasta que llegué al mar. Allí me sorprendió la noche. Regresé bien tarde y me tiré a dormir. Me levanté temprano, y pese a las protestas de mi madre, arranqué para la oficina donde me esperaba un nuevo susto: frente a la oficina, sentado en un banco, estaba el hombre.
-Te estoy esperando para decirte que, de mi parte, no ha pasado nada. Debemos conversar como hermanos.
Y como hermanos conversamos. Pero, en lo adelante, las cosas fueron distintas o al menos no volvieron a ser como antes. Terminamos el año en el periódico. En quinto correspondió la rotación y cambiaron el equipo. Cada uno se concentró en su tesis de grado y apenas nos vimos hasta el acto de graduación cuando entregaron los diplomas a los títulos de oro de todas las carreras.
Después que nos graduamos no supe nada más de Amael hasta hace unos minutos.
En el último año de la carrera algunos de los compañeros de cuarto de Amael me pidieron que escribiera la historia de su líder. El más insistente fue Yuliesky quien sumó a la petición colectiva, una solicitud personal:
-No te olvide de meterme en esa cosa rara que tú escribes, asere y, no cambie mi lenguaje.
Siempre tuve mis dudas porque, cómo podría escribir una historia que yo mismo no comprendía bien. Y no solo está la duda de escribir o no el libro, está el tema de que te lo publiquen. Ahí están, por ejemplo, los casos de los profes Cabrera y Rafael, el primero porque no quiere, el segundo porque otros no quieren. Ahí están mis profesores estelares sin libros, mientras hay infelices de todos los tipos a quienes les publicaron libros destinados a aburrir a los más diversos públicos o a dormir plácidamente en estantes y almacenes.
Pensé contar esta historia cuando estuviera preparado para ello. El paso de tiempo me ayudó a justificar la inercia y la indecisión, a quedar bien conmigo mismo.

Le he orientado a Nadia que pregunte el nombre del visitante y que averigue qué es lo que quiere, pero Nadia es incompetente. He pensado en sancionarla, pero esta vez tuve que agradecerle.
El visitante era nada menos que mi tío. Le enseñé las oficinas, nos fuimos a caminar y terminamos en casa. Después del cuarto trago incursionamos en la filosofía callejera y en vez de ponernos a hablar mal de los demás, como es de rigor en tales contextos. Intentamos lograr el consenso, para quedar bien con los comunicadores. Pero no pudimos. Mi padre insistia en valores asociados a la justicia., la solidaridad y el heroísmo. Yo hablé de conceptos asociados al sentido de pertenencia, la identidad cultural y la eficiencia.
Mongo asumió su turno.
-Si se trata de hallar al ser humano actual o mejor al ser cubano ideal, este debe poseer como mínimo cinco condiciones:
Primero el ser cubano es un individuo que come carne, que sabe defender .lo suyo, que es capaz de agarrar mangos altos, que sabe pensar en los otros y que camina con algunos pesos en los bolsillos, requisito indispensable para cumplir con los otros atributos
Y yo tuve que recordar a Fernando Oramas y su fisiología de la pintura. Mi tio Mongo, ¡Qué tío!
Y hoy Nadia comete el error de siempre. Acabo de llegar, me llama y me dice que una mujer quiere verme. Nadia sabe que hoy es lunes, día de reuniones. Le digo que espere. No he citado a nadie, ni hembra ni varón o persona de sexo indefinido, compañeres, dije una vez.
Tengo que hacer un informe. Esta es una de las cosas que no me gusta. Me he ido acostumbrando a los requisitos del cargo y ya escapo de las reuniones, Me siento, pongo cara de buenos amigos y mientras los otros dicen las mismas cosas que otra vez dijeron, yo escribo sobre cualquier tema. Es entretenido.
Realmente no puedo quejarme. Con cinco años de graduado dirijo la redacción del periódico y eso tiene sus ventajas. Por ejemplo, el carro. Confieso que, al principio, pasé mis trabajos. Mi fuerte siempre fue el tema de la cultura, pero no podía competir con Yoel, uno de los mejores periodistas del semanario sino el mejor. Ni con los viejos que aunque nunca demostraron tener mucho talento se han apropiado de las secciones más importantes, Por eso aproveché las orientaciones del organismo superior y me metí a hacer periodismo crítico. Miren qué cosa, periodismo crítico, otro invento cubano.
No me fue bien, porque me busqué problemas tanto con los criticados como los que orientaban criticar. Tuve varias crisis hasta un buen día que analizaron unos de mis trabajos para saber si era publicable y la nueva directora dijo que ese era el periodismo que reclamaba el pais. El ideológico del partido elogió mi texto: fue el momento de la consagración. De pronto los adversarios se volvieron aliados y finalmente me nombraron para este cargo que tiene sus cosas buenas y malas como casi todos los asuntos de este mundo.
Sucedió que el jefe de redacción se fue a la capital a un curso y allá se quedó. Entonces me eligieron a mí, no tanto por mis dotes, sino porque no había nadie interesado en el cargo, ni preraparado para ejercerlo. Yo tampoco lo estaba, pero a fuerza de trabajo me he ido adaptando, aplicando la técnica de mi maestro Cabrera, para quien tan importante es el que, como el como y en ocasiones el como es lo más importante. He aprendido poco a poco a escribir más o menos bien y sobre todo a corregir lo que escriben los otros.
Lo más difícil para mi es corregir lo que yo escribo. He convencido a mis compañeros que hay que escribir bien, ahorrar palabras y difundir ideas Y ya apenas me ocupo de criticar, porque criticar es habitual. Pero siempre tengo el lápiz afinado y la gente respeta eso.
Disculpen, me olvidé de la persona que quiere verme. Vamos a ver quién viene a molestar tan temprano, que la gente tiene problemas con el sentido común; el menos común de los sentidos, como decía el poeta. Le pregunto a Nadia quién es y si por alguna casualidad sabe qué quiere.
Y, aunque es lunes y la recepcionista sabe que llegar a la oficina del jefe de redacción de periódico implica cierto protocolo, cuando me dice el nombre de la persona que me requiere le digo que si, que pase, y corro a ordenar lo mejor que puedo mis papeles.
Entra con una naturalidad desconcertante y se mantiene de pie hasta que le pido, por favor, que se siente. Está más gorda que hace cinco años, pero continúa siendo la mujer hermosa que conocí y sobre todo, mantiene esa mirada que me ayudó a amar la vida.
Asegura que vino por necesidad. Sucedió que en el hospital donde ella trabaja está en fase de remodelación porque cumple aniversario cerrado. Por esta situación, el director, su esposo, aprobó que viniera a la cuidad a recolectar información sobre un proyecto de investigación de medicina rural que está en el plan de trabajo del hospital.
Lo primero que hizo, afirma, el pasado viernes, fue ir a ver a Gonzalo, quien nunca ha renunciado a ser su mentor y se quedó en el pueblo toda la tarde para visitar a Amael, quien nunca ha dejado de ser su amigo. Amael se pasa la vida entere computadoras en un centro que gracias a su diario batallar acaba de ser seleccionado de referencia nacional, dice Ruby.
-Amael me pidió que viniera a verte. ¿Por casualidad, tú tienes en estos días algún viaje por el mar?
-¿Por el mar, ni que dios lo quiera? Mejor sería viajar en avión, a México lindo y querido, por ejemplo.
No está demás dar algún viajecito para ver cómo anda este mundo y de paso traer algunas cosas que aquí aunque trabajes los ocho días de la semana no puedes conseguir… Pues no, no tengo viaje alguno…Esperas, si ahora recuerdo que tengo que hacer un reportaje sobre la bahía… Por tanto sí, tengo un viaje, corto y cercano.
-Entonces, cuídate: Amael está tan complicado con sus computadoras que no tiene tiempo ni para soñar, pero tuvo un presagio. En el sueño tú vas en un barco o en una lancha que de pronto se hunde.
-No te preocupes, las lanchas que cruzan la bahía son rusas, quizás no muy bellas, pero seguras. Además si se produce un accidente solo hay que nadar unos metros para llegar a tierra. No te preocupes. …¿Y cómo va tu vida, mujer?
-….
-No me dirás que viniste hasta aquí solo para alertarme del presagio,
-No exactamente.

Entonces Ruby se pone de pie y me explica que le prometió a Amael venir al periódico y alertarme sobre el presagio. Pero ni siquiera eso fue lo que la decidió a venir.
Ayer, me cuenta, estaban en un trabajo voluntario en el centro de información, que también cumple años por estos días y lo estaban engalanando. Parece que el municipio está contagiado con la fiebre de la remodelación, dice.
De pronto, inexplicablemente, Amael, quien pintaba en la segunda planta, a donde había subido varias veces y donde no había ningún peligro, dio un traspié y fue a dar al primer piso.
-Todo fue muy raro. Cuando le pregunté a los compañeros que estaban en el momento del accidente, todos me dieron versiones distintas. Nadie podía creer lo que pasó. Después del accidente lo llevaron al hospital. Está en terapia. Los médicos están haciendo todo lo posible por salvarle la vida. Pero, no somos optimistas: la vida de Amael pende de un hilo.

Pensé contar esta historia cuando estuviera preparado para ello. Y ahora, con esta noticia qué puedo hacer: tengo que escribir esta historia a como de lugar, créanme ustedes o no, créala o no yo mismo; el asunto es muy simple: se acabaron las opciones.

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