Estados Unidos y su amigo Gerardo Machado

La Habana (PL) El 12 de agosto de 1933 escapó de Cuba el dictador Gerardo Machado Morales (1871-1939), un protegido de Estados Unidos, con la bolsa millonaria a mano y sobre la espalda los asesinatos de miles de cubanos.

Allí estuvo la gestión del embajador estadounidense Benjamín Summer Welles, hasta poco antes subsecretario de Estado, que arribó a esta capital en abril de 1933 con poderes especiales para evitar una revolución.

Welles actuó son sumo cuidado para salvar su integridad personal, propiedades y fortuna, al tratarse de una especie de hijuelo propio, engendrado en otros tiempos y ahora inconveniente a los planes del nuevo presidente Franklin Delano Roosevelt.

Más de ocho años Machado representó y defendió los intereses de Estados Unidos y, según el diario New York Times, fue escogido para el cargo de presidente de la república al revelarse como «un hábil hombre de negocios».

Desprestigiado por asesino y corrupto, de milagro salvo la vida en medio de una revolución popular, gracias a la oportuna mediación de Washington que le dio oportunidad de hacer las maletas y partir en un avión del ejército hacia Nassau, Las Bahamas.

Horas antes presentó una carta de licencia y renuncia al Congreso (Cámara de Representantes y Senado), aprobada por unos pocos presentes, el cual autorizó su ausencia del territorio nacional.

Sin dificultades pudo viajar a gastar sus más de dos millones de dólares al extranjero, mientras la mayoría de los cubanos pasaban hambre.

Apestado donde quiera que fue, estuvo en Montreal y Nueva York, en la República Dominicana de Trujillo, luego en Alemania, Suiza, Italia, Francia; nuevamente en Canadá y, por fin, EE.UU.

Sus últimos años residió en Miami, EE.UU., donde falleció el 29 de marzo de 1939.

 

EL HOMBRE DE WASHINGTON

General de brigada en la Guerra Independentista, sin grandes méritos militares, Machado hizo su carrera en el ejército profesional y en cargos públicos.

Carente de estudios superiores, se las arreglo para ascender en política y acumular una pequeña fortuna que superaba el millón de dólares, cuando se lanzó a la conquista de la silla presidencial.

Era un momento de ascenso del movimiento popular y se requería un gobernante capaz de dominar la situación a casi un cuarto de siglo de república neocolonial.

Usó la popularidad del Partido Liberal y la alianza con el presidente saliente Alfredo Zayas para ganar en cinco de las seis provincias frente al conservador Mario García Menocal.

Antes y después careció también de escrúpulos en los negocios y trabó amistosas relaciones con empresas y capitales estadounidenses.

Fue dueño del central de caña de azúcar, conocido como Carmita y de plantas eléctricas que traspasó a la Electric Bond and Share Company de EE.UU. en 1921, convirtiéndose en director de la empresa Cuba Electric, filial de la anterior, a la que favoreció durante sus gobiernos.

Del monopolio norteamericano General Electric recibió un fondo de medio millón de dólares para su campaña política y arreglos electorales y fuertes sumas de la oligarquía local.

En su mandato, uno de los negocios más jugosos constituyó el plan de obras públicas que comprendió entre otras, la carretera central y el capitolio nacional, financiado por el Chase National Bank de Nueva York.

Los contratos funcionaron bajo la máscara de la Warren Brothers Company, empresa sin solvencia económica, cuyas acciones fueron la mayor parte adquiridas por Machado y su ministro de obras públicas para lucro personal.

La historia es testigo de las relaciones íntimas del dictador con sus patrocinadores:

El 16 de marzo de 1927 el vicepresidente de EE.UU., Charles G. Dawes, visitó a Machado que proyectaba su reelección y el 20 de abril éste viajó a Washington a entrevistarse con el presidente Calvin Coolidge (1923-1929).

Machado recibió el espaldarazo de Coolidge quien visitó esta capital invitado especialmente a pronunciar un discurso en la Sexta Conferencia Internacional Americana que sesionó del 16 de enero al 20 de febrero de 1928, en la Universidad de la Habana.

 

MUSSOLINI TROPICAL

Machado aseguró, antes de tomar posesión de la presidencia, en una gira en Estados Unidos, dijo que en su gobierno las huelgas y otros desórdenes carecían de futuro; ninguna protesta duraría más de 24 horas.

Ya había mostrado su energía represiva siendo secretario de gobernación en el gobierno de José Miguel Gómez, en 1911 y 1912, contra huelgas obreras, con el saldo de dos muertos.

Bien pronto el nuevo presidente que comenzó su mandato el 20 de mayo de 1925, ilegalizó y persiguió a organizaciones populares e introdujo el asesinato como estilo de trabajo contra cualquier opositor.

Las cárceles se llenaron de presos políticos y las cámaras de tortura de infelices a merced de asesinos profesionales vestidos de uniforme militar o policiaco, así como de paramilitares fascistas.

Hubo miles de asesinatos de obreros, estudiantes, campesinos, cubanos de todas las ocupaciones, procedencia y filiación.

Entre las primeras víctimas estuvieron el periodista y político conservador Armando André (25 de agosto de 1925) por criticar al gobierno, el líder ferroviario Enrique Varona, el 19 de septiembre del propio año, y el dirigente obrero Alfredo López, en 1926.

López fue detenido la noche del 20 de julio de 1926 y conducido al Castillo de Atarés; su cadáver permaneció enterrado secretamente hasta 1933.

Hizo matar al líder juvenil cubano Julio Antonio Mella, en 1929, en México, y al general mambí Francisco Peraza Delgado, en 1931, en Pinar del Río, quienes se opusieron a su dictadura de corte fascista, por sólo citar dos casos célebres.

Admirador del fascista italiano Benito Mussolini, Machado fue calificado de Mussolini tropical por Mella y asno con garras le llamó Rubén Martínez Villena, poeta y revolucionario que enfrentó su gobierno.

Intentó Wells en su mediación entre el gobierno y la oposición de derecha, que Machado se mantuviera hasta 1934, y la elección de un candidato de su propio partido, en esa fecha.

Ante el agravamiento de la situación por el alza del movimiento revolucionario, propuso un «machadato sin Machado» con el jefe del ejército general Alberto Herrera, pero resultaba poco practicable debido al seguro repudio del pueblo.

Se perdonó a Machado dejándolo partir tranquilamente y se formó un gabinete integrado por representantes de los grupos de la mediación.

Pero esta historia de hace 80 años ahora, tuvo otros capítulos y no hubo pausa hasta que a partir de 1934 Fulgencio Batista, un sargento autoproclamado coronel, ganó la confianza para ser el nuevo hombre de Washington en La Habana.

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