AUTENTICOS DUEÑOS DEL ZOCALO

Por Rafael Maldonado T

La que hoy es nuestra capital de la República fue fundada en 1318 según los códices Cuahuitlán y Vaticano o en 1325 según el códice de Mendoza. Se dice que desde 1524, poco después de que las huestes españolas tomaran la ciudad, Hernán Cortés comisionó al arquitecto Alonso García Bravo para que desarrollara el trazo que habría de substituir al original autóctono.

La nueva urbe fue diseñada a la manera europea de esa época, con sus calles y avenidas alrededor de una plaza central de forma rectangular, aprovechando los materiales del Gran Teocalli y de otras edificaciones del pueblo conquistado.

De manera inexplicable, el eje principal, actualmente calle de Tacuba y su prolongación, que corren de oriente a poniente obedeciendo al antiguo culto solar, fue cambiado de norte a sur, y la nueva catedral substituyó al antiguo templo mayor como punto de partida.

Por incongruente que parezca, el nombre de Plaza de la Constitución no hace referencia al código que rige la vida política de nuestro país, sino a la española promulgada en 1812 en la ciudad de Cádiz. Comúnmente se le conoce como “zócalo” desde el año de 1843, cuando el presidente Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón ordenó la construcción de un monumento para conmemorar la independencia de México pero, como ocurre frecuentemente con los proyectos gubernamentales, solamente lo inició y por muchos años permaneció en su centro el inútil zócalo o base que lo soportaría.

Apoyados en la autorizada opinión de la eminente arquitecta urbanista Jessica Esquivel Coronado, profesionista peruana que desarrolla trabajos de investigación en la UAM Azcapotzalco, consideramos que la ciudad de México cuenta con la infraestructura suficiente en estadios, auditorios, centros de convenciones y campos deportivos como para que el valor artístico de los edificios que forman al Zócalo o Plaza de la Constitución deje de ocultarse con carpas y sanitarios portátiles, y no se utilicen para bufonadas populistas como los bailes de quinceañeras o las truculentas playas y pistas de hielo. Y menos aun como escenario para montar espectáculos musicales al servicio de las televisoras privadas.

Corazón emblemático del país, escenario y testigo de los acontecimientos más importantes de nuestra historia, el Zócalo merece el trato de símbolo patrio, respetable y digno como la bandera y el himno nacionales. Es inaceptable que sea convertido en rehén político y militar al capricho de funcionarios, y debe mantenerse abierto, limpio y despejado, para el uso y disfrute de su auténtico propietario, el pueblo de México, que en todo tiempo tiene el derecho de utilizarlo como foro para manifestar de manera pacífica y ordenada sus anhelos e inconformidades.

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