Desempleo en Francia: la realidad contra el optimismo

Por Amilcar Morales Garcia

París, 26 oct (PL) Pese al nuevo récord del paro en Francia con 60 mil casos adicionales en septiembre, el Gobierno insiste en hacer caso omiso a la realidad y reitera el empeño de revertir esta tendencia antes de fin de año.

El optimismo de las más altas figuras del ejecutivo, como el presidente François Hollande y el primer ministro Jean-Marc Ayrault, no solo choca con las estadísticas, sino también con la opinión de especialistas en la materia.

Con la excepción de agosto, cuando un fallo informático alteró las cifras, el desempleo crece en el país galo con mayor o menor ritmo desde hace casi 28 meses y en la actualidad afecta a más de tres millones 290 mil personas en edad laboral.

Si se agrega a quienes trabajaron algunas horas o recibieron salarios reducidos, el fenómeno asciende hasta los cuatro millones 800 mil.

De acuerdo con el Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE), nada indica en estos momentos que esta tendencia vaya a cambiar en un plazo inmediato, o por lo menos en los dos meses que faltan para fin de año.

El Producto Interno Bruto (PIB) crecerá en 2013 solo dos décimas de punto, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos, una proyección avalada por el Fondo Monetario Internacional.

Menos pesimista, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico dice que el PIB galo puede llegar hasta el 0,3 por ciento.

En cualquiera de los dos escenarios, sin embargo, el OFCE considera estas cifras insuficientes para mejorar el mercado laboral y recuerda que solo se puede comenzar a generar nuevos empleos con un crecimiento sostenido de 1,5 por ciento.

Una muestra clara de la compleja situación de la economía gala es el elevado número de empresas que se declaran en bancarrota o aplican severos recortes de personal para evitar la caída de sus utilidades.

Los sindicatos de la región de Bretaña hablan de un tsunami o una hecatombe en el empleo tras el cierre de numerosas plantas, mientras los obreros de la PSA Peugeot Citroen entregaron el viernes el último vehículo producido en la fábrica de Aulnay-sous-Bois, donde tres mil puestos serán suprimidos.

En este horizonte, llama la atención que Hollande y Ayrault insistieran en las últimas horas en una supuesta mejoría en la lucha contra el paro y afirmaran que aún es posible alcanzar la meta de revertirlo este año.

Las malas cifras no deben ser un pretexto para descorazonarnos, sino al contrario, dijo Ayrault ante un grupo de jóvenes beneficiados por el programa gubernamental Empleos del Futuro.

Mientras, el presidente Hollande declaró al finalizar la cumbre de otoño de la Unión Europea que «aún es pronto, pero hay una evidente desaceleración del desempleo».

Quizás para no mostrarse tan alejado de la realidad, el mandatario agregó que «entre más fuerte sea la reactivación económica, y por el momento es demasiado tímida, más grande será la inversión de la curva del paro».

El caso es que el tiempo se agota para el Gobierno de cara a los dos compromisos mayores ante las urnas del año próximo: las elecciones municipales de marzo y las del Parlamento Europeo en mayo.

Tanto el presidente como el primer ministro llegan a estos eventos con los más bajos índices de popularidad en la llamada V República, iniciada en 1958.

Aunque en los primeros de esos comicios se trata de votaciones locales, no cabe duda de que la mala imagen del Gobierno afecta en gran medida a los candidatos del Partido Socialista (PS), quienes no tienen mucho para ofrecer a sus seguidores.

Estas elecciones, ubicadas casi a mitad del quinquenio, son consideradas como una evaluación para las autoridades y un termómetro de lo que podría ocurrir en 2017, cuando volverá a estar en juego el Palacio del Elíseo.

En el caso de la Eurocámara, una debacle del PS, como lo pronostican las encuestas que lo sitúan tercero, detrás del ultraderechista Frente Nacional y la conservadora Unión por un Movimiento Popular, confirmaría la pobre influencia de Hollande en el bloque regional.

De allí la insistencia en agotar hasta la última posibilidad para convencer a la población sobre un eventual retroceso del desempleo, aún a costa de ir contra una realidad mucho más sombría que las esperanzas y el optimismo del Gobierno.

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