Reformas sin tabúes en el Vaticano

Por Nubia Piqueras Grosso

La Habana (PL) Divorcio, homosexualidad, celibato y aborto son algunos de los temas que se abordan desde el Vaticano, tras la asunción del primer Papa latinoamericano, el argentino Jorge Mario Bergoglio.

Y es que para Francisco, nombre elegido por el exarzobispo de Buenos Aires para su pontificado en honor al santo de los pobres y de la paz, la referencia a estas problemáticas de la vida moderna en recientes entrevistas periodísticas parecen indicar que para la Iglesia católica ya no hay tabúes.

En su misión de abrir la casa de Dios para todos por igual y recuperar la esencia humilde de sus inicios al estar más cerca de los necesitados, el Sumo Pontífice emprendió un largo y difícil camino en su deseo de cambiar las actitudes y la estructura de la institución.

Para ello, el pasado septiembre un Consejo integrado por ocho cardenales de diversas nacionalidades analizó alrededor de 80 documentos como parte de un proceso que intenta reformar el Gobierno de la Iglesia Católica, plagada en los últimos años por escándalos sexuales, corrupción y filtración de documentos secretos.

Entre las propuestas del llamado G-8 del Vaticano sobresalen la creación de una nueva Constitución que dé al traste con una administración central acusada por obispos de todo el mundo de ser disfuncional, repleta de luchas internas, inepta, autocrática, condescendiente y demasiado burocrática.

En una entrevista publicada recientemente por un periódico italiano, Francisco afirmó que uno de los principales problemas de la Curia radica en que está demasiado centrada en sus propios intereses y encerrada en sí misma.

Los asesores sugirieron, además, la fusión e incluso la desaparición de algunos departamentos del Vaticano en aras de lograr una administración más eficiente y evitar la corrupción, problemas expuestos por Benedicto XVI en documentos clasificados robados de su escritorio por su mayordomo y filtrados a medios de prensa.

La decisión de Francisco de apoyarse en cardenales de Italia, Chile, India, Alemania, República Democrática del Congo, Estados Unidos, Australia y Honduras resulta un visible mensaje de que pretende tener en cuenta los pedidos dentro de la Iglesia de descentralizar una institución tradicionalmente vertical.

Pero muy lejos del popular refrán que enuncia que del dicho al hecho va un buen trecho, en el caso del Obispo de Roma las transformaciones comenzaron a ser realidad desde la propia asunción al cargo en marzo último.

En aquel entonces apareció vestido de blanco en el balcón central de la Basílica de San Pedro, diciéndose «obispo» y pidiendo que la gente de la plaza lo bendijera.

Incluso, semanas antes de que este organismo permanente que auxilia al Papa en la toma de decisiones sugiriera algunas reformas dentro de la estructura de la Secretaría de Estado, Bergoglio anunció uno de los primeros cambios de su Gobierno: la sustitución de Tarciso Bertome por Pietro Parolin al frente de ese ministerio.

Para algunos expertos, la designación del diplomático con 27 años de experiencia es seña de que Francisco quiere una Iglesia con mayor protagonismo en la arena internacional, algo ya adelantado durante el ayuno por la paz en Siria y la enérgica condena a la política migratoria europea.

Sin embargo, para muchos lo más trascendental está por llegar teniendo en cuenta sus declaraciones a la revista jesuita Civiltá Cattolica, donde abordó medulares temas como divorcio, homosexualidad, celibato, las finanzas del Vaticano y el papel de la mujer dentro de la Iglesia, entre otros.

 

UNA IGLESIA ABIERTA A LOS PROBLEMAS SOCIALES

Teólogos, especialistas y religiosos de diversos credos opinan que más que un cambio doctrinal, el sucesor de Pedro aboga por una eliminación definitiva y contundente de los viejos tabúes eclesiales, que por fuerza de la costumbre adquirieron un falso estatus de dogma.

Durante un encuentro con los sacerdotes de la capital italiana en la basílica de San Giovanni en Laterano, el Papa instó a la Iglesia a buscar «otra vía, dentro de la justicia», para las «segundas nupcias», al referirse a los católicos divorciados que se vuelven a casar.

Justamente este asunto fue abordado por Francisco durante el vuelo de regreso a Roma desde Río de Janeiro tras participar de la Jornada Mundial de la Juventud, en el cual recordó que dicha situación no se podía ignorar ni desatender, y debía ser analizada por la Pastoral de Familia.

En esa oportunidad, el Papa también sorprendió al mundo con sus declaraciones sobre la homosexualidad: «El problema no es ser gay. El problema es hacer lobby. Si alguien tiene esa inclinación, ¿quién soy yo para juzgarlo?», apuntó.

«Lo que dijo sobre los homosexuales no se contradice con su posición anterior, pero crea la diferencia entre una Iglesia que rechaza el pecado y ama al pecador. Es la diferencia entre ser una Iglesia que acoge y recibe, y una que juzga y expulsa», precisó Norberto Saracco, teólogo y pastor de la Iglesia Evangélica Pentecostal.

«Este Papa está rescatando a la Iglesia de aquellos que creen que condenar a las personas homosexuales y oponerse a la anticoncepción definen lo que significa ser un verdadero católico […] Es un cambio notable y reconfortante», opinó John Gehring, director del programa Faith in Public Life, un grupo progresista en Estados Unidos.

Para otros religiosos, el fin del celibato podría ser una de las grandes reformas de la era Francisco, un fenómeno que para muchas personas resulta el principal responsable de los escándalos sexuales que sacuden a la Iglesia desde hace varios años.

«Creo que una vez que avance con los cambios en la banca del Vaticano, el siguiente paso será el fin del celibato. No es una medida que impactará solo dentro de la iglesia, sino que dará un salto de credibilidad y proximidad de la Iglesia hacia la sociedad», afirmó Saracco.

Criterio con el que coincide el rabino y amigo personal del Vicario de Roma, Abraham Skorka, quien en varias oportunidades le escuchó del celibato como una disciplina en la que él se formó, por tanto seguirá fiel a ella, aunque en el futuro se podría cambiar.

Según un sondeo del Instituto Quinnipiac, un 68 por ciento de los católicos estadounidenses está de acuerdo con los comentarios realizados por el Santo Padre sobre homosexualidad, aborto y anticoncepción; en tanto el 60 por ciento aprueba la ordenación sacerdotal de mujeres.

Justamente quienes conocen a Bergoglio dentro y fuera de la Iglesia aseguran que para el primer Papa jesuita nombrar cardenal a una mujer no resulta una broma, pues es una idea que ya le pasó por la cabeza.

Con este plan, el sucesor de Pedro podría resolver el tema femenino, un asunto de vieja data que no puede esperar y que dejó bien claro con dos frases lapidarias en su entrevista a Civiltá Católica: «La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer» y «Necesitamos de una teología profunda de la mujer».

Escolástica que según Bergoglio no puede ser construida en el laboratorio del Vaticano, ni mucho menos apadrinada por el poder porque «la mujer está formulando construcciones profundas que debemos afrontar».

Por lo pronto, dos incógnitas penden: ¿cuál será la profundidad de la reforma? y ¿cómo será asimilada por los sectores más conservadores de la Iglesia?

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