Tauromaquia en México: tradición centenaria envuelta en polémica

Por Martha Andrés Román

México (PL) Es la tauromaquia una de las tradiciones mexicanas de mayor historia y, a la vez, una de las más polémicas, con seguidores que celebran la bravura de esa práctica, y defensores de los animales que la consideran punible.

Por un lado, en casi todo el país se organizan los eventos dedicados a las corridas, entre ellos la Feria del Toro de Tequisquiapan, en el estado de Querétaro; la Feria Taurina de León de Guanajuato; y los Festejos Charrotaurinos Villa de Álvarez, en Colima.

Al mismo tiempo, campañas como El toro se levanta, impulsada por la organización Derecho Sin Fronteras, tienen el fin de recaudar 500 mil firmas de los capitalinos para realizar un plebiscito sobre la abolición de esa actividad en la Ciudad de México.

La división en torno al tema es tal que durante la época de corridas

conocida como Temporada Grande, la Plaza de Toros México realiza numerosos programas con gran concurrencia, a pesar de que, según encuestas, el 70 por ciento de la población se opone a ellos.

 

LA COSTUMBRE LLEGA DESDE ESPAÑA

Fueron los conquistadores quienes trajeron a México los toros de lidia, a inicios del siglo XVI, y algunas versiones señalan que la corrida inicial realizada en el actual territorio de la nación latinoamericana, que entonces estaba próximo a convertirse en el

virreinato de Nueva España, ocurrió el 24 de junio de 1526.

Otras fuentes apuntan que el primero de esos eventos se realizó en la conmemoración del aniversario de la toma de la gran Tenochtitlán, el 13 de agosto de 1529; pero cualquiera de las dos fechas que sea la correcta, lo cierto es que desde esa época la tauromaquia se convirtió en costumbre intrínseca del país.

Para 1702 se levantó en Chapultepec, en la zona que hoy ocupa el Distrito Federal, una plaza cercada destinada a ese arte -conocida como coso- y ya en aquella época se reconocía a toreros profesionales como Tomás Venegas y Pedro Montero, ambos sevillanos.

De acuerdo con estudiosos del tema, en 1835 llegó a la ciudad de México, procedente de Cuba, el español Bernardo Gabiño, quien influyó en el aprendizaje de los matadores de la época y ganó gran reconocimiento entre los seguidores de esa práctica, hasta su deceso, a los 74 años, cuando toreaba en Texcoco, Estado de México.

Con la llegada del siglo XX continuó la expansión y la fama de la actividad, y en los periódicos de la época era habitual leer nombres como los de Rodolfo Gaona, conocido como «El Petronio del Toreo», Luis Freg «Don Valor», Juan Silveti «El Tigre de Guanajuato» o Carlos Vera «Cañitas».

Estos y otros matadores y banderilleros alcanzaron la fama no solo

en México, sino también en España, a donde iban a medirse con las grandes figuras de la época.

Con un cartel que anunciaba la presencia de Luis Procuna, Luis Castro «El Soldado» y el español Manuel Rodríguez «Manolete», se inauguró el 5 de febrero de 1946 la Plaza México, construida con una capacidad para 50 mil personas y convertida en la más grande del mundo.

Desde entonces, la monumental construcción, que muestra en su entrada las esculturas de dos toreros en plena faena, se convirtió en escenario de corridas memorables.

 

ENTRE AMANTES Y OPOSITORES

Pero casi desde sus propios inicios esta actividad tuvo detractores que la consideraron cruel con los toros, e incluso activistas a favor de los derechos de los animales la califican de forma de tortura que no puede ser catalogada como manifestación cultural, artística o deportiva.

Los movimientos en contra de la llamada fiesta brava se han extendido por todo el territorio nacional, en diversos municipios se ha vedado la realización de esos eventos, y en mayo de 2013 Sonora se convirtió en el primer estado en prohibirlos.

Sin embargo, esto no es visto como un gran avance para los opositores, pues se trata de una entidad federativa en la que desde hacía meses no se presentaba un espectáculo de tauromaquia y donde,

además, su única plaza de toros llevaba años abandonada.

En el caso contrario, desde 2011 distintos lugares han declarado a la fiesta taurina como Patrimonio Cultural Inmaterial para impulsar su crecimiento y preservar esta tradición.

La lidia recibió por primera vez tal reconocimiento en Aguascalientes, y se le han sumado entidades como Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro y Tlaxcala.

Estos decretos obligan a los gobiernos locales a la protección, promoción y engrandecimiento de esa práctica, declaratoria que además blinda la celebración, es decir, que en estos sitios no se pueden cancelar las corridas de toros.

Una encuesta realizada en noviembre de 2013 por Parametría arrojó que el 73 por ciento de los mexicanos entrevistados está en contra de esas manifestaciones, por lo que, si solo dependiera de la opinión pública, la tauromaquia en México estaría vetada, manifestó entonces la empresa.

Por eso es común encontrar en los medios nacionales diversas informaciones sobre protestas realizadas en varios puntos del país en contra de esos espectáculos, como las ocurridas recientemente en Baja California Sur, Puebla, Nuevo León y la Ciudad de México.

En el caso de este último lugar, además de exigir la abolición de la

tauromaquia por considerarla un espectáculo sádico, los activistas buscan que el tema sea analizado en la Asamblea Legislativa desde diversos enfoques: holístico, humanístico, cultural, financiero y filosófico.

A finales del pasado año la organización Derecho Sin Fronteras, con

su campaña El Toro se Levanta, se propuso reunir medio millón de firmas

de habitantes del DF y entregarlas en mayo próximo al jefe de Gobierno local, Miguel Ángel Mancera, para exigir que se lleve a cabo una consulta popular sobre esa cuestión.

Víctor Hirales, líder del movimiento ciudadano, aseguró que si bien del 75 al 80 por ciento de los capitalinos están en contra de estas corridas y de los circos con animales, el órgano parlamentario del DF tiene detenida la ley antitaurina.

Para ese grande de las letras españolas que fue Federico García

Lorca, los toros eran la fiesta más culta que hay en el mundo, mientras que para el Premio Nobel estadounidense Ernest Hemingway las corridas eran un evento muy moral.

En cambio, otro español, Jacinto Benavente, consideró que son un vicio de nuestra sangre envenenada desde antiguo, y el también ibérico Antonio Machado expresó que con el toro no se juega, puesto que se le mata, sin utilidad aparte, en holocausto a un dios desconocido.

Así, con esa misma división que la ha caracterizado a lo largo de la historia, entre criterios que resaltan la significación de esta costumbre y defienden sus valores culturales, y otros que la condenan por considerarla una tortura despiadada, la tauromaquia sigue su presencia constante en la vida del México actual.

Los intentos por prohibirla crecen en diferentes localidades de la nación, y algunos analistas señalan que ganan respaldo incluso dentro de sectores políticos; pero, al mismo tiempo, la Plaza México continúa convocando a miles de espectadores.

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