Entrevista al científico cubano Antonio Núñez Jiménez

Por Luis Baez

La Habana, (PL)  Geógrafo, arqueólogo y espeleólogo cubano, Antonio Núñez Jiménez, nació el 20 de abril de 1923, en Alquízar, pueblo de la provincia de La Habana, Cuba.
Desde temprana edad demostró su vocación por la Espeleología. Alumno de los reconocidos geógrafos, doctores Salvador Massip y  Sara Ysalgué
A partir  de 1939 con 16 años comenzó sus exploraciones, siendo la cueva de la Loma de la Candela, en Güines la primera visitada por él.
En 1940 fundó la Sociedad Espeleológica de Cuba. En 1945 organizó la Expedición Geográfica a Oriente, que conllevó a importantes resultados científicos en el campo de la Geografía, Arqueología y Espeleología, como la ascensión al Pico Turquino en que por primera vez se escaló la cima del Pico Suecia.
A mediados de la década del 50 descubrió en la Sierra de Los ûrganos, cercana a Viñales, la Gran Caverna de Santo Tomás, que constituye la mayor caverna de Cuba, por su extensión. En 1951 obtuvo el título de doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Ejerció como profesor de la Cátedra de Geografía en el Instituto de Segunda Enseñanza del Vedado.
En 1954 publicó un libro de Geografía de Cuba, destruido en su primera edición por la policía de la dictadura al describir las causas que originaban el saqueo a que eran sometidos nuestros recursos naturales por geófagos cubanos y extranjeros.
Después que la Sociedad Espeleológica fuera asaltada por la policía, se trasladó a la ciudad de Santa Clara donde obtuvo la Cátedra de Geografía Regional (Eurasia, África y Oceanía) y Geomorfología en la Universidad Central de las Villas donde creó la Sociedad Científica de Espeleología, que estudió detalladamente la región central del país.
Delgado, de frente ancha y con una pequeña barba blanca que le da cierto aire de patriarca, Núñez Jiménez es una especie de Julio Verne que vivió las propias aventuras de sus personajes.
Padre de cinco jóvenes ya mujeres y testigo de primera línea de muchos años del bregar cubano, desde que arribó al privilegio de la conciencia mantiene una preocupación excepcional por la historia.
Esta convicción transformada en voluntad, casi en obsesión, marca el peregrinar de su vida nada peregrina. Decenas de miles de páginas pletóricas de acontecimientos históricos, son el fruto de una jornada diaria durante años de hasta 16 y 18 horas frente a esa única caja fuerte de la historia que es la máquina de escribir.
Al Triunfo de la Revolución Cubana en 1959 es nombrado Director Ejecutivo del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), así como miembro de la Comisión Redactora de la Ley de Reforma Agraria.
Se desempeñó en la etapa de 1962 a 1972, primero, como presidente de la comisión nacional creada para la constitución de la Academia de Ciencias de Cuba, y posteriormente como su presidente.
Autor principal del Mapa Carsológico de Cuba, realizado entre las Academias de Ciencia de Cuba y Checoslovaquia. Dirigió la realización del Atlas Nacional de Cuba, en colaboración con la desaparecida Unión Soviética. Participa en las expediciones soviéticas al Polo Norte en 1972 y 1982, y a la Antártida. Hizo un viaje de estudios a las Islas Galápagos.

Durante varios años ejerció como embajador en la República  hermana de Perú.
Antonio Núñez Jiménez  se emociona  cuando evoca la dedicatoria que el legendario Comandante Ernesto Guevara le hiciera al regalarle su libro «Guerra de Guerrillas». Conociendo esto se comprende de una manera mejor aquella dedicatoria del Che a nuestro entrevistado y que hoy podría parecer profecía:

«PARA ÑICO:
Bernal Díaz de esta guerra de liberación Con el cariño de un capitán guerrillero».
¿Qué nos puede decir de su niñez?
Crecí en una casita de madera en la calle Pedro Díaz en Alquizar. Al venir al mundo me tomó en sus brazos Juana Martínez, negra hija de esclavos africanos.
Me contaba mi madre que ante la mirada  de todos Juana me alzó y con extrañas palabras ¿congo? ¿Lucumí? me encomendó a las deidades africanas.
Les dijo a mis padres, que ya habían tenido dos hijos y que yo sería de ella. Y así fue.
¿Juana era amiga de la familia?
Ella vivía en un bohío en el patio de la casa de mis padres con quienes trabajaba desde hacía muchos años en los quehaceres domésticos.
Yo dormía, generalmente, al lado de Juana, quien siempre me llamó sin yo saber el por qué El Rey de las Pampas de Cuba. De niño me dormía en sus senos.
Me cuidaba con exceso, como madre africana. Cuando hacía mucho frío y tenía que ir a orinar fuera del bohío, no lo permitía; me hacía orinar en su grande boca y así era ella la que después salía afuera para botar mis orinas.
Le quería mucho.
Es cierto. Ya ciega tanteaba mi cara con sus manos y me miraba con gran ternura con sus ojos negros y tristes. Después me echaba sobre sus hombros y me llevaba a caballito por entre los demás niños, que envidiaban el paseo.
A donde quiera que iba me llevaba, generalmente sobre sus  hombros. Me tomó un cariño increíble. Y yo a ella, lo que no dejaba de complacer a mamá.
Cuando me pusieron en la escuela, interno porque no había recursos suficientes para mantener el hogar materno, no podía soportar la separación y comenzó a volverse loca.
Iba a verme a aquel colegio, llamado «Preventorio Martí» en Cojímar al este y no lejos de La Habana.
¿Qué edad tenía cuando ella murió?
Trece años
¿De qué murió?
Dicen que murió de tristeza. Y es verdad. Yo sé que murió de tristeza.
Murió en el hospital para dementes de Mazorra. Su última voluntad, que fue cumplida, fue  que le pusiera en su féretro un tabaco.
¿Cómo la recuerda?
Muy negra con tinte azulado, de rostro redondo, cuerpo más bien grueso; la cabeza siempre cubierta con un turbante blanco; vestida con un batilongo que le cubría hasta los tobillos.
Sobre todo recuerdo su cara muy bondadosa y sus ojos con un anillo blanquecino, signo de la catarata que después le privaría completamente la visión.
Le tuvo un gran cariño.
Su muerte fue la primera desgarradura que sufrí en mi vida y la huella de aquel dolor me acompaña, como una sombra, todavía.
¿Qué no ha olvidado de esos años?
De labios de Juana oí muchas historias y leyendas africanas que debieron influir, poderosamente en mi formación espiritual.
Mis padres me hicieron crecer en la creencia que a mí nada malo podía sucederme, porque Juana y sus potencias espirituales me  protegían contra todo. Esto adquirió más validez después de su muerte.
Aunque con el tiempo en el orden filosófico me hice materialista, aquellas ideas de la niñez de mi protección fueron un factor subjetivo de gran importancia a lo largo de toda mi vida.
¿Cómo transcurrió su infancia?
Cuando niño era asmático. Uno de los recuerdos más lejanos que tengo de mí mismo es verme como a los seis años, sentado en una cama, ahogado de tos, casi sin aire, congestionada la cara.
Después de los diez años jamás volví a tener ataques de asma. Mis padres siempre me dijeron que el asma se me curó por los baños de mar que durante largas temporadas tomé en Jaimanitas, una playa situada a pocos kilómetros al oeste de La Habana. Lo cierto es que desde niño he vivido cerca del mar, nadando mucho.
Recuerdo que en los largos períodos de tristeza de mi adolescencia el único remedio que tenía a mano en La Habana, era ir al Malecón junto al mar, donde la vista amplia y azul del océano, mejoraba mi estado de ánimo. En Preston, donde viví también, la bahía de Nipe era la medicina.
De niño y adolescente crecí bajo la constante advertencia de mi madre sobre el precario estado de salud y repetía casi a diario y muchas veces en mi presencia frases como la siguiente:
«Cuando a Ñico lo iban a operar de la garganta y ya en la mesa de operación, el doctor Sánchez me dijo que si lo operaba se quedaba muerto en la mesa, pues era hemofílico…»
«Ese niño tiene que cuidarse, pues no se puede dar una herida, se iría en sangre…» «El médico me dijo que al llegar a los quince años es casi seguro que se tuberculice…»
Esta situación, la de suponer que padecía de enfermedades realmente inexistentes, pero que actuaban en mi ser como si realmente las hubiese padecido, aparte de que de niño sí sufrí muchas enfermedades graves que influyeron mucho en mi vida hasta cerca de los quince años, en que comencé a salir del seno familiar para explorar cuevas y montes, a pasar hambre, a mojarme bajo la lluvia, a vivir en la intemperie y descubrí que realmente era más fuerte de lo que mamá y mis hermanos creían.
De niño siempre soñaba con ir a explorar Africa. Mi hermana Rina y yo, de muchachos, teníamos una alcancía destinada exclusivamente a guardar cuanto centavo cayera en nuestras manos, para organizar un viaje de exploración a Africa.
Poco antes de la caída de Gerardo Machado en 1933, mi padre puso una bodega que bautizó con el nombre de «El Alivio del Pobre», situada en la esquina de Tejas, en La Habana.
A veces íbamos con papá a ayudarlo en la bodega, comiendo pan o bombones. Todos los hermanos estábamos muy contentos con el «El Alivio del Pobre». Pero un día la tienda quebró.
Mamá sentenció que la bodega había fracasado porque papá era muy enamorado de las mulatas de la Esquina de Tejas a las que había fiado toda la mercancía.
¿Le gustaba algún deporte?
El béisbol. Jamas he olvidado que cuando tenía nueve años jugaba con otros amigos en la calle Concepción, en la Víbora, reparto habanero y al tirar la pelota rompí el cristal de la ventana de un vecino. Inmediatamente salió el dueño de la casa, tan enfurecido que quedé paralizado. Profirió tantas amenazas que creí en aquel momento que para mí había llegado el fin del mundo. Me agarró por el brazo y me llevó a papá.
En el camino pensé que ya el cielo se me juntaba con la tierra y que a partir de ese día ya se había terminado todo para mí. Tal fue el impacto que hicieron en mí sus regaños y amenazas.
Sobre todo pensaba en lo violento de papá, no obstante ser yo su hijo mimado. Pasó la tempestad. Un regaño fuerte. Un par de golpes. Pero al pasar unos días ya ni me acordaba del incidente.
Desde entonces aprendí así de una manera tan simple algo que me ayudó toda la vida: que todo pasa y que por muy oscura y sin salida que se presenta una situación al sucederse el tiempo, la preocupación cede, la agonía desaparece y la tristeza se aleja.
Lo anterior lo digo porque en la vida ocurren algunos episodios corrientes que de niño nos dejan un recuerdo imborrable y que, por razones desconocidas, nos dejan una huella en la memoria y una experiencia que después tiene vigencia durante toda la vida.
Sólo después de los veinte años supe que jamás había padecido de hemofilia y que mis pulmones eran normales y sanos. Hasta que me comenzaron los dolores en la columna.
¿Tenía alguna vocación?  Para mí, la vocación es muy relativa. Recuerdo ahora que mi primera gran vocación fue ser boxeador. Cuando pude comprar, después de varios años de desearlo, un par de guantes de boxeo, me los puse y caminaba con ellos por las calles de la Víbora creyéndome que era el rey del mundo.
Boxeaba con mi hermano Rigoberto, con mis amigos. Hicimos un ring de boxeo en el patio de la casa donde entonces vivía: Concepción número  35, en la Víbora. Era un ring hecho con cordeles en vez de sogas. Tenía libretas y libretas de recortes de periódicos de todas las peleas de Joe Luis, Max Shemeling, Tony Galento; toda esa gente para mí eran héroes e ídolos.
Después abandoné, sin saber por qué, esa vocación. Ya cuando entré en el bachillerato, a los trece años, la vocación era ser oficial de la Marina, e inclusive hasta pedí el programa para ingresar en la Escuela Naval del Mariel. Mi mejor amigo por aquella  época era Jorge Salvat, que sí logró entrar en la Escuela Naval, ser un oficial de la Marina bajo el gobierno de Fulgencio Batista y después de la Revolución agusanarse e irse para los Estados Unidos.
Salvat había sido hijo de un oficial de la Marina que murió en una unidad de nuestra Marina, hundido por un submarino nazi cuando la II Guerra Mundial.
En el primer año de bachillerato Salvat y yo nos pasábamos la vida pintando barcos de guerra, barcos mercantes, veleros.
Recuerdo, y todavía guardo aquel dibujo realizado con Jorge, de una goleta que pensábamos construir y que tenía por nombre «Pichón de Palangana» que, por supuesto, quedó sólo en el recuerdo de la adolescencia.
Fue inmediatamente después de esa vocación por la Marina que empezaron a gustarme las exploraciones de cuevas y entró en mí la afición por la Geografía de nuestro país. Y esta sí fue una vocación que abracé toda la vida.
¿Qué recuerdos conserva de la década del 30?
En 1933, al finalizar la lucha contra la tiranía de Machado, mis padres se divorciaron. Mamá quedó en La Habana y papá fue a trabajar a Oriente, en el Central Preston, en Mayarí.
Mamá tenía el oficio de costurera y papá el de telefonista en el hospital de Preston. Cuando los viejos se separaron no comprendí en los primeros meses la tragedia que eso significaría para mí.
En el verano íbamos los hermanos a Oriente a estar con papá. ÂíQue tristeza separarnos de mamá! Y cuando retornábamos a La Habana Âícómo llorábamos por papá!
Desde entonces, desde los nueve años hasta los quince, viví en una nostalgia irremediable. El pecho siempre como oprimido de tristeza. Cualquier cosa era motivo de llanto, a veces externo, a veces por dentro.
En Sagua la Grande mamá tenía una amiga llamada Anita Roque, que nos quería mucho, y decidió que fuera a vivir un tiempo allá. Me pusieron en el Colegio de los Jesuitas. Allí hice la primera comunión y era, gracias a la enseñanza, profundamente católico.
Recuerdo una noche en Sagua la Grande. Tenía  trece años y desde la casa donde paraba, en las afueras del pueblo, oí el galopar de un caballo que se perdía en la lejanía. Recordé entonces a mamá, tan lejos, y a papá más lejos aún, y me abatió tal angustia que enfermé y exigí me llevaran para La Habana.
De esa época guardo un recuerdo inolvidable: bajaba las escaleras del colegio de Los Jesuitas y me sentía en tan puro estado religioso que llegue a pensar qué dulce sería morir en aquella pureza de sentimiento.
¿Hasta que edad fue creyente?
A los quince años comencé a dejar de ser creyente católico. Por esa época vivía en la calle San José esquina a Manríquez, en La Habana. Esa era una de las llamadas «zonas de tolerancia» y casi todas las casas eran de prostitución. En ese barrio conocí a un barbero, no recuerdo el nombre, y a un sastre llamado Espinosa. El barbero era comunista, blanco, canoso, de rostro muy noble y bondadoso.
El sastre era militante del Partido Socialista Popular y en su sastrería, situada en San Nicolás esquina a San Rafael, trabajaban otros sastres negros y mulatos. Uno de ellos había estado en la Unión Soviética y me contó muchas cosas buenas, que me parecieron casi el ideal del cristianismo.
Espinosa conocía libros de Marx, de Engels; me hablaba de Stalin, del movimiento obrero, de los pobres, de los explotados, del Partido. Él contestaba mis preguntas y a veces polemizábamos.
Un día me prestó La Dialéctica de la Naturaleza y comencé a convertirme entonces al comunismo, pero todavía rezaba por las noches.
A medida que los principios marxistas se adentraban en mí, el rezo era más mecánico que emocional y llegó un momento que lo hacía como por si acaso… Y cuando me tenía que pelar, el barbero no cesaba de hablarme del deber de los hombres buenos y de luchar contra la miseria.
Muchas veces iba a la barbería no para pelarme sino para escucharlo, para leer las revistas y periódicos y algún otro material comunista que él recibía del Partido. Allí leí algunas publicaciones editadas en español en la URSS, donde se describía la vida bajo el socialismo.
Así entre el barbero y el sastre y la experiencia personal que iba viviendo, se fueron esfumando de mi cabeza las enseñanzas religiosas y me fui convenciendo de que el camino más peligroso era el verdadero: el comunismo.
A partir de los diecisiete años comencé a asistir a actos culturales y científicos en la Sociedad Geográfica, en la Universidad de La  Habana, en la antigua Academia de Ciencias Físicas Médicas y Naturales de La Habana.
Desde esa edad poseía un traje negro que me duró como quince años. Ese traje, cuando me lo ponía en verano, me ahogaba de calor.
Premonitoriamente mamá llamó a esa oscura vestimenta «El Académico», como un cuarto de siglo antes de mi designación como Presidente de la Academia de Ciencias de Cuba.
Ha tenido serios problemas de salud.
El padecimiento más prolongado y modesto que tuve entre los diez y los treinta y seis años fueron fuertes dolores en la columna y en las piernas debido a dos hernias discales, lo que sólo supe al operarme en 1961.
Durante todo ese tiempo muchas veces quedaba completamente paralítico e inmovilizado en una cama. Al principio me dijeron que falta de calcio y con ese diagnóstico me trataron. El mal me obligó en muchas ocasiones a caminar no sólo cojeando sino también con mucho trabajo y con fuertes dolores.
Así comencé a subir las lomas, a caminar por los bosques y a bajar a las cuevas.
El mal se agravó un domingo de Mayo de 1942, precisamente el Día de las Madres. Mamá, era lógico, se oponía a mis salidas al campo, sobre todo,  creyéndome tan enfermo y débil.
Al amanecer de ese día me escapé de la casa y con un amigo nos fuimos a la Cueva de Don Luis, cerca de la boca del río Baracoa, en la costa norte de la provincia de La Habana.
Después de la exploración de la cueva, fuimos a la costa y nos bañamos en el mar. Nadamos un rato. Miré hacia atrás para ver si estaba lejos del litoral. Quedé asombrado. Una enorme mancha de sangre quedaba como estela detrás de mí. Al levantar el pie derecho vi que de la planta  manaba mucha sangre.
Me dirigí hacia la costa. Me senté en la orilla. Vi que una herida cruzaba transversalmente mi planta y eran tan profunda que llegaba al hueso.
Mi compañero viendo que me desangraba, me cargó a caballo sobre sus espaldas y me trasladó hasta la orilla del río y me montó en un bote hasta la ribera opuesta, donde se asienta el pueblo costero de Baracoa.
Al tocar tierra, el único ser humano que vimos fue un viejo negro, curandero, que cortó de un arbusto dos tallitos y en forma de cruz me los puso sobre la sangrante herida.
Después en automóvil me llevaron a la Casa de Socorros de Bauta, donde me dieron, no recuerdo cuántos puntos. Al poco rato me trasladaron a La Habana.
Mamá, ya avisada por teléfono, del accidente, me esperaba desesperada, en la puerta de la casa donde vivíamos: Villegas #11, en la Habana Vieja.
Después  tuve que hacer reposo, pues por la ubicación de la herida no era posible afirmar el pie.
Comencé una larga etapa de padecimientos. A los problemas de la cojera por los dolores en la columna y las piernas, se sumó lo de la herida, que más de una vez se abrió.
Tuve que usar muletas durante casi todo el primer año del Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de la Víbora, situado en la loma de Patrocinio. Subir aquellas calles tan pendientes, con las muletas, me agotaba. Recuerdo que varias veces escupía sangre. Yo creía que era por la tuberculosis que tanto me habían anunciado.
En ese estado, ya en cama, oí por radio la noticia del bombardeo japonés a Pearl Habor, inicio de la guerra entre Estados Unidos y Japón.
Recuerdo que durante los cuatro años que duraron mis estudios, casi nunca asistí a clases. Siempre me quedaba en el portal hablando con compañeros de estudios, a quienes aburrían insoportablemente las conferencias de los profesores.
Conversábamos así, sobre política y sobre cualquier tema. Las clases me parecían lo más aburrido del mundo y tenía que estudiar, eso sí, mucho, poco antes de los exámenes.
Por el contrario, en la Universidad de La Habana casi no me perdí una clase durante los cuatro años que duraron mis estudios de Filosofía y Letras.
Después del triunfo de la revolución se comprobó que esos fuertes dolores  en las piernas y en la columna eran producto de dos hernias discales. En 1961 me operaron. Tenía 36 años. Ahora con 70 años tengo los achaques normales del corazón.


¿Su primer trabajo?
Vendedor ambulante en La Habana.
¿Qué vendía?
Biberones, tijeras, cuchillas. Todo lo relacionado con productos de quincallería.
¿En qué otras cosas trabajó?
Jornalero de Obras Públicas en la construcción de las carreteras de Viñales a La Palma y en la Vía Blanca, entre La Habana y Matanzas.
Con posterioridad laboré como mecanógrafo, de dos dedos, en la casa fotográfica Minican y más tarde ocupé por concurso-oposición la ayudantía de la Cátedra de Geografía e Historia del Instituto del Vedado, y sucesivamente profesor auxiliar y titular hasta que gané las oposiciones para obtener la Cátedra de Geografía Y Geomorfología de la Universidad Central de Las Villas.
De sus andanzas de explorador, ¿cuál considera la más importante?
Haber clavado en la Estación Polo Norte 19 la bandera cubana en 1970 y haber hecho lo mismo en la Antártida diez años después.
¿La más larga de sus exploraciones?
La expedición en canoa del Amazonas al Caribe,  remando desde Ecuador a Cuba y Las Bahamas durante un año por los ríos más caudalosos de la América del Sur y el Mar Caribe
¿Otras expediciones internacionales?
A la Cordillera de los Andes, desde Chile, al Sur, hasta Venezuela, al Norte, pasando por los picos del Perú, Ecuador y Colombia.
Pudiera agregarte mis expediciones arqueológicas a la Isla de Pascua, los estudios realizados en las islas Galápagos; en Asia, recorrí diferentes  regiones de China; en Indonesia estudié su  naturaleza; viajé por la India, Ceylán, Africa, Europa…

¿Un descubrimiento importante en el orden planetario?
Haber dado a conocer la cueva submarina más profunda del mundo: el Blue Hole o «agujero azul» con 192 metros de profundidad bajo el nivel del mar, en Long Island, Bahamas.
¿Y en Cuba?
Haber escalado por primera vez el Pico Suecia del Turquino y  explorar la Gran Caverna de Santo Tomás, en la Sierra de Los Organos, la más extensa de Cuba, con un desarrollo total de más de 45 kilómetros de galerías subterráneas. No puedo dejar de mencionar el descubrimiento que realicé de la Cultura arqueológica de Seboruco, la más antigua de Cuba.
¿De qué país latinoamericano guarda gratos recuerdos?
México.
¿Cuándo viaja por primera vez a México?
En 1948. Fue la primera vez que salí de Cuba. Yo era estudiante de Filosofía en la Universidad de La Habana y ese año la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) decidió enviar un equipo deportivo de fútbol a competir en Ciudad México, para lo cual logramos que nos trasladara hasta Mérida el crucero Cuba.
Después que pisé tierra mexicana quedé enamorado de ella y de su pueblo y de su milenaria cultura.
Posteriormente he viajado numerosas veces a ese hermoso país. Inclusive fui invitado por el Presidente Adolfo López Mateos a la  inauguración oficial del Museo Nacional de Antropología. También estuve en las obras de restauración de la ciudad arqueológica de Teotihuacán y otras.
¿Conoció al General  Lázaro Cárdenas?
Lo conocí en su casa de Cuernavaca. Nos adentramos en una conversación interesantísima. El general no salía de su asombro de mis conocimientos de la República Mexicana y al tocarle el tema de Pancho Villa y hablarle- contarle también- el conocido «Siete Legua», «El caballo que Villa más estimaba», el general me interrumpió para rectificarme: «Así dice el corrido pero en realidad «Siete Leguas era yegua».
Después me confesó que ese noble bruto se lo había obsequiado el Centauro del Norte pero que un día desapareció y nunca más supo de él.
¿Mantuvo comunicación con Cárdenas?
Bastante. Vi brillar sus profundos ojos verdes cuando me dijo lo mucho que había sentido la frustración de no estar en Cuba como soldado a las órdenes de Fidel, cuando la invasión de Playa Girón, viaje al que se opuso el gobierno mexicano de entonces.
También mantuve buenas relaciones con los presidentes Luis Echevarría, José López Portillo y Miguel de la Madrid.
¿Cuál fue el primer libro que escribió?
Geografía de Cuba, en 1954.
¿Es el que más quiere?
Sin duda. Este libro fue mandado a quemar por la embajada norteamericana y Fulgencio Batista tan pronto comenzó a circular.
Es el relato de lo que vi en el campo, desde el punto de vista de la naturaleza, y lo que vi desde el punto de vista del hombre, la miseria, el drama del campesino, todo lo cual plasmé en dicho libro.
Sabía que con esto estaba poniendo una soga en mi cuello, porque vivíamos tiempos de represión, de tiranía. Yo era joven y estaba muy consciente de que estaba escribiendo sobre temas prohibidos.
Era la época del macartismo. Fue un libro de ideas juveniles, a las que no he renunciado nunca, es decir, esa vocación geográfica y ese desvelo de servir a mi pueblo ha sido una constante de mi vida. Escribir este libro me costó caer preso en varias ocasiones
Recuerdo que en una de esas detenciones me llevaron al Buró de Investigaciones, situado a orillas del río Almendares, y después de ciertas preguntas, oí decir a uno de los esbirros:
«Incomuníquelo hasta mañana que venga el coronel Orlando Piedra que quiere apretarlo».
A empujones me condujeron a un calabozo que daba a un pasillo, comunicado solo por una ventanita de pocas pulgadas de ancho, abierto en la puerta de dicho calabozo: un cuarto de dos metros de largo por  menos de ancho, sin silla, ni cama, completamente oscuro.
Al mismo tiempo que me empujaban dentro, oí decir al guardián que vigilaba el pasillo:»Este detenido debe permanecer completamente incomunicado».
A la media hora grité al guardián que por favor me facilitara un periódico  para acostarme en el suelo, exponiéndole que padecía de las vías respiratorias y que quería evitar un poco la humedad. Todavía estoy esperando el periódico.
Hablemos de Universidad de La Habana. ¿Cómo conoció a Fidel Castro?
Un día de clases en la Universidad de La Habana, allá por el año 1947, iba caminando hacia la colina junto a Eduardo Queral y Juan Iduate, compañeros espeleólogos.
Al llegar a la calle L, Iduate saludó a un joven alto, fuerte. Vestía saco y camisa sin corbata.  Después de saludarlo nos dijo: «Les presento a Fidel Castro».
Fidel nos dio la mano casi protocolarmente y Queral y yo, a su turno le dijimos nuestros nombres y apellidos.
No sospeché que le estaba dando la mano al hombre a quien después me uniría un profundo compañerismo, el mismo que más de una década más tarde entraría triunfante en La Habana para sentar las bases de la primera Revolución Socialista de América.
¿Participó en la en la fundación del Comité 30 de Septiembre?
Fue creado  para luchar por la Reforma Universitaria, contra el gangsterismo y otras lacras sociales. Presidía el novel organismo Bilito Castellanos y yo ejercía de Secretario de Cultura y a veces la de General. Las sesiones de trabajo comenzaban con una pregunta de Bilito:
«Compañero Secretario, ¿qué hora es?»
A la que  respondía:
«Es la hora de la Reforma Universitaria».
El Comité fue creado como un organismo en  el que estaba la mano no muy oculta de la Juventud Socialista y en él cual militaban los jóvenes más progresistas de   la Universidad:  Alfredo Guevara, Mario García Incháustegui, Walterio Carbonell y otros.
Un día Fidel Castro, ya por esa época de gran combatividad en la colina, solicitó su ingreso en el Comité 30 de Septiembre.
Su solicitud fue muy polémica y discutida, y algunos hasta se opusieron. Todos los que cité arriba votaron a favor y aquel joven  pudo así ingresar en nuestra organización.
¿Qué pensó del ataque al Moncada?
Siempre estuve a favor del método de lucha encabezado por Fidel y de su acción revolucionaria. No vi nunca contradicciones entre lo que yo pensaba y lo que él realizaba.
¿Fue militante del partido Socialista Popular?
Fui miembro de la Juventud Socialista desde 1948 hasta 1958 en que, por edad, debía pasar a ser militante del Partido Socialista Popular.
Pero como esto ocurre en plena insurrección y durante mi incorporación a la Columna Ocho del Ejército Rebelde, después de haber pasado años en la lucha clandestina, actué en toda mi relación con la Revolución Cubana como miembro de la Juventud Socialista y más aún, pudiera decirte que actué como un militante revolucionario de Fidel Castro.
¿Cuál es el suceso más importante de su participación en la Guerra de Liberación de Cuba?
Haber recibido por orden del Comandante Che Guevara la rendición del Cuartel Leoncio Vidal de la Ciudad de Santa Clara el primero de enero de 1959.
Con el Che llegó a tener una excelente amistad.
Una gran amistad. A su lado viví momentos históricos y también momentos simpáticos. No se me olvidará que el Che, con su columna Ocho, había tomado el pueblo de Fomento. Era a mediados de diciembre de 1958.
Se convocó a un acto popular en el parque de Fomento y algunos dirigentes civiles revolucionarios ocuparon turno para hablar. Recuerdo que uno de ellos, dirigiéndose al Che, comenzó a compararlo con Simón Bolívar, con San Martín y el Generalísimo Máximo Gómez.
El Che, que ya se había adueñado de nuestra habla popular, le gritó desde la tribuna: «Oye chico, chapea más bajito».
De esa época guardo un recuerdo del querido Comandante. Por aquel entonces yo era su ayudante general en la Fortaleza de La Cabaña y tres médicos formaban el cuerpo de sus más íntimos colaboradores: el comandante Oscar Fernández Mell y los capitanes Adolfo Rodríguez de la Vega y Serafín Ruiz de Zárate, los que se pusieron de acuerdo para prohibirle fumar al Che. Él protestó, pero los médicos insistieron.
El Héroe de Santa Clara al fin logró que los médicos le autorizaran a fumarse un tabaco al día, que es lo que exigió el Che después de mucha discusión. Como todos sabíamos que una palabra del jefe guerrillero era una realidad, todos estuvieron de acuerdo.
Al día siguiente cuando por la mañana fui a recibir las instrucciones diarias del Che, me lo encontré con una sonrisa muy picaresca y un tabaco como de medio metro de largo, obra de sus admiradores tabaqueros de La Habana.
«No te preocupes que cumpliré con el médico: un tabaco al día, ni uno más». No pudimos indignarnos ni reprocharle nada. Sencillamente el Che era el Che.
Durante muchos años trabajó muy cerca de Fidel. ¿Qué recuerda de esa época?
Muchas cosas. Mi despacho en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) estaba contiguo al de Fidel, en el cuarto piso. Ambas oficinas poseían intercomunicadores y a veces nos dábamos recados por esta vía.
Una mañana oí por radio unas declaraciones muy duras del Presidente Eisenhower contra Cuba.
Inmediatamente se estableció el siguiente y breve diálogo a través de los intercomunicadores:
«Fidel…»
«Dime Nuñez…»
«Oye, acabo de leer unas declaraciones tremendas de Eisenhower contra Cuba…»
«Léemelas…
Se las leo.
Fidel me pregunta:
«¿Y qué opinas?»
«Bueno, que son alarmantes…»
Fidel interrumpe y concluye:
«Alarmistas sí, pero no alarmantes».
En otra ocasión  despegamos de la playa de Cayo Largo en un helicóptero soviético, el primero procedente de ese país que volaba por los aires de Cuba.
Los pasajeros: Fidel Castro, Anastas Mikoyan, el embajador Alejandro  Alexeev y el traductor Nicolai Leonov.
Después de un largo rato de vuelo me extrañé un tanto de la ruta. Yo estaba sentado frente a Fidel y veía que éste a cada rato miraba a su izquierda también, inquieto.
Como siempre guardo una brújula en el bolsillo, la extraje y vi que volábamos hacia el Este, es decir, en dirección al mar abierto, en vez de al Norte que era el rumbo correcto, pues nuestro destino era la Laguna del Tesoro, en la Ciénaga de Zapata.
En estas circunstancias, Fidel le dice al traductor Leonov que le explique al dirigente soviético nuestra preocupación, ya que de seguir el helicóptero con ese rumbo se quedaría sin gasolina e irremisiblemente caeríamos al mar.
Mikoyan da orden a Leonov de subir a donde el piloto soviético, quien contesta que más adelante hay otra islita donde se debe tomar al rumbo Norte para llegar a la Laguna del Tesoro.
El Vice Primer Ministro de la URSS se tranquiliza con la explicación del oficial aéreo.
Fidel, conociendo que después de Cayo Largo no hay otra isleta,  insiste en la inminencia del desastre.
El hecho es que el piloto creía que el punto de despegue había sido Cayo del Rosario y no Cayo Largo, y por esta razón jamás llegaría al lugar donde supuestamente se dirigía su nave.
Fidel, en vista de la situación, que no aceptaba el piloto, le dice a Mikoyan que asume la responsabilidad y que el helicóptero tome rumbo al Norte.
El piloto no acepta.
Fidel comenta conmigo: «Por una cuestión de protocolo y cortesía, no vamos a permitir que nos conduzca al desastre».
Fidel se levanta del asiento, sube y discute con el piloto a través del traductor.
El visitante, por fin apoya a Fidel y el helicóptero se dirigió al Norte para llegar con el tanque completamente vacío a la cuadrada pista semiflotante construida en la Laguna del Tesoro, donde Fidel lo había invitado   a pescar trucha.
Recorrían mucho el país.
Recuerdo que durante los primeros meses del triunfo de la Revolución se desarrolló una intensa campaña en pro de la Reforma Agraria; uno de esos días volábamos en un helicóptero sobre la Ciénaga de Zapata. Vimos un bohío y Fidel dio orden de aterrizar en aquel lugar.
Al tocar tierra, nos encontramos con un campesino y Fidel le preguntó:
«Bueno, ¿cómo va la Reforma Agraria por aquí?»
El campesino le dijo:
«Bueno, másquemelo con el otro carrillo, porque no lo entiendo por éste», queriéndole decir que él no entendía lo que significaba eso de la Reforma Agraria y que le tenía que decir otra frase para él poder entender de qué le estaba hablando.
No es necesario aclarar que la Ciénaga de Zapata era socialmente la más atrasada región de Cuba.
En aquel viajé también nos encontramos con otro campesino en la misma Ciénaga de Zapata. La idea de Fidel era convertir la ciénaga en enormes arrozales. Entonces empezamos a hablar con este otro campesino y Fidel le reiteraba que el arroz sembrado allí iba a ser una gran cosa para la alimentación del pueblo, debido a la perspectiva del desarrollo agrícola de la región.
Y entonces aquel hombre se quitó el sombrero y le dijo a Fidel:
«Ã»igame, ¿y la perspectiva esa se come con el arroz?»
¿Cuál de sus libros históricos es el que más aprecia?
En Marcha con Fidel.
Hay quiénes opinan que ese libro es más una vivencia personal suya.
Es verdad. Lo digo en la mismísima introducción. El libro no pretende ser la historia de la Revolución Cubana, que su propósito fue hacer una crónica de la misma. Es sólo un testimonio de lo que viví o sentí, animado a veces con algunas anécdotas en la búsqueda del perfil humano del personaje central del libro.
Creo que haberle dado ese carácter de sentimiento personal es uno de los valores del libro, no hacer un pastiche, un ladrillo. Es el relato de un ser humano narrando lo acaecido históricamente. Ese es un valor y no un demérito de la obra.
¿Por qué no ha salido el segundo tomo?
Tengo la seguridad de que el segundo tomo y los demás que aún estoy escribiendo se publicarán a su debido tiempo. Ya tengo cuatro tomos terminados
¿Planes inmediatos?
Una segunda expedición a la Isla de Pascua para culminar mis estudios de su arte rupestre, una investigación arqueológica de México, principalmente de Yucatán y Nuevo León, un viaje de estudios al Tíbet…
¿Qué libro escribe en estos momentos?
«Trotamundo sin fronteras».
¿El último?
«En Canoas por el Mar de las Antillas», en prensa.
¿Tema?
Las crónicas de mis viajes por el mundo.
¿No piensa escribir de su experiencia como embajador en Perú?
Ya he escrito.  Hay que esperar el momento oportuno para publicarlo.  Para mí resultó  muy enriquecedor  ese proceso revolucionario peruano encabezado por el general Velasco Alvarado, al que serví durante más de seis años como embajador de la Revolución Cubana.
¿Se considera un hombre modesto?
Déjame decirte, de entrada, que tengo la  experiencia de que una de las características del ser humano es la de no conocerse a sí mismo. Con esto por delante, y con sinceridad puedo responderte que sí.
Creo que mientras más aprendo en la vida me doy cuenta que menos sé. Un ignorante, desconoce lo que no sabe. Uno que sabe, conoce la parte que ignora. Lo único verdaderamente sabio es tener conciencia de lo que se ignora ante el insondable e infinito mundo de la ciencia y de las verdades supremas.
Me considero un geógrafo, aunque no todo lo bueno que quisiera ser, pero si puedo afirmarte que he dedicado toda mi vida, con seriedad, a estudiar en los libros y en la Naturaleza, y llevo en esta actividad más de medio siglo.
¿Su mayor virtud?
Es difícil para mi hablar de mis virtudes humanas, pero ya que has hecho la pregunta debo decirte que creo que mi mayor virtud es haber sido fiel a mis ideas revolucionarias y haberlo hecho sin ningún tipo de claudicación en ningún momento de mi vida, tanto en la cárcel, como en la clandestinidad, como en mi breve lucha guerrillera, y sobre todo en el poder, porque tengo una profunda admiración por un criterio de mi mujer Lupe Velis que dice que donde se prueba realmente un revolucionario es en el poder.
¿Mayor defecto?
Tal vez el ser muy exagerado, por eso en mi hogar me dicen el andaluz. A veces lo exagero todo. Es algo muy propio. Casi siempre lo hago inconscientemente. Tal vez soy también muy apasionado y pienso que esto me lleva a ratos a alejarme del justo medio.
Creo que mis defectos deben ser más y más grandes, pero no quiero pregonarlos al cumplir los setenta. Tal vez te los diga en mis próximos y felices ochenta.
¿Errores?
Claro que he cometido errores. ¿Cómo no cometerlos en una obra tan extensa? Solo los que no trabajan, los que no crean, dejan de cometer errores. Opino que los errores, analizados, conducen a aciertos si se asimilan correctamente.
¿Hay algo que le hubiera gustado hacer en la vida que no ha hecho?
Diría que muchas cosas, por ejemplo, que me hubiera gustado ser músico, me hubiera encantado saber tocar el piano, el violín o la guitarra. Me hubiera gustado también mucho haber ido, por ejemplo, al Cosmos.
¿Qué piensa del amor?
El amor es todo en la vida. El amor a una mujer es inseparable del hombre. La familia es un amor infinito y ahora con los nietos más porque los nietos multiplican el amor de los hijos.
La Revolución es un gran amor, sin ese gran amor no se explicaría la pasión de Martí por la Revolución o de Fidel, o de Lenin, o de Juárez, o de Lázaro Cárdenas, o el amor de otros luchadores.
Creo que la geografía para mí es un gran amor, un amor al que he sido muy fiel. Creo que la vida está llena de grandes amores.
A los setenta años, ¿se siente un hombre realizado?
Plenamente realizado. Soy lo que quise ser. Quise ser un geógrafo y he sido un geógrafo, aunque con mucho por aprender todavía.
Quise ser un revolucionario y me ha tocado el privilegio de disfrutar a plenitud la Revolución cubana y vivir momentos inolvidables al lado de  uno de los hombres más grande del presente siglo: Fidel Castro. ¿Qué más puedo pedir?
Falleció en la Ciudad de La Habana, el 13 de septiembre de 1998, a la edad de 75 años.

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