EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

Los becados regresan para el reinicio de las clases y como hoy es día de organización, se alistan para la reunión inicial del segundo semestre: todas las cosas serias deben comenzar así, por una reunión.

Anoche Amael tuvo un presagio oscuro. Una lectura inicial parecía indicar que se trataba de la muerte del padre de alguno de sus compañeros de cubículo.

El jefe de cuarto reorganiza la limpieza, duda, y el tiempo apremia.

-Vamos chama, suéltala..¡Qué pasa, asere! Necesitas que te pongan una croqueta en vena. Hay que salir a luchar la vida.

– Parece que tiene muchos clientes…Antes que se vayan para la reunión, una pregunta: alguno de ustedes dejó en casa a su padre enfermo, alguno de sus padres padece del corazón…

Sus compañeros se miran en silencio. Uno responde por todos:

-Mira, Chama, si alguien tuviera algún lío en el gao se hubiera quedado. Así que baraja esa talla. Tu tiene fama de decir lo que va a pasar, pero no juegue con ese tema, asere. Eso es serio…

En mi caso, ni preocuparse es bueno. A mi puro casi ni lo conocí porque en un descuido de la pura se fue pal lugar cuando yo era un chamaquito. Y ni sé ni mi interesa saber de su vida. Así que conmigo no hay caída. Yo no se los muchachos, pero a mí tu sueño me tiene sin cuidado.

Otra cosa, es verdad, tengo clientes, pero ninguno ha venido aquí. Yo sé donde vender lo mío y con mi negocio no le hago mal a nadie. No es lo mismo lo mío primero que primero lo mío. No enrede la cosa, asere. Pregúntale a tu socio Ricel, pregúntale de dónde sacó esos zapatos que no se quita nunca, lo que prueba que son de calidad y no como los automáticos que venden por ahí, a los que las suelas se le caen solas. Lo que yo vendo son originales, por algo me llaman Yuliesky , la calidad… Asere, desmaya esa talla.

Los muchachos insisten en su silencio. Amael sonríe, se disculpa y termina de hacer el listado de la limpieza. Se pasa la mano por la cabeza y logra ahuyentar la premonición. En fin, comienza un nuevo día. Entonces Javier, el lento, pide la palabra y confiesa que su papá padece del corazón; pero él lo dejó bien de salud, en la casa.

Sus compañeros se retiran y Yuliesky llama a Amael.

-Mira flaco, no te me berree asere, tu eres mi ambia. Y no le haga caso al lento, como dice un socio mío, este muchacho es un come mierda verde: no ha madurado lo suficiente.

La semana siguiente llegó la noticia. Fue un mazazo del cual ni siquiera alguien como Amael podría recuperarse. Su padre murió por equivocación; estaba completamente sano, pero no pudo aguantar una rebelión del corazón.

Cuando nos enteramos ya el flaco se había ido para su pueblo. Gretel, sus compañeros de cuarto, otros muchachos y yo salimos muy temprano y nos aparecimos

en la funeraria. Amael parecía normal, caminaba lentamente de una persona a otra, serio, muy dueño de si mismo. Nosotros tratábamos de estar cerca sin atosigarlo.

En el entierro había mucha gente. En el cementerio Amael logró conservar la calma. Pero, cuando colocaron las flores sobre la tumba, se apartó uno metros, tomó rumbo a la salida, esperó a su hermano y a su hermana y se abrazaron para llorar juntos. Nosotros nos mantuvimos a distancia. Cuando los familiares iban a subir a un carro del gobierno municipal, nos acercamos.

-Gracias por todo, nos dijo. Me tomaré un par de días.

-No hay problemas, hermano, yo me ocupo de todo. Tomaré todas las notas y mantendré actualizadas tus libretas, además atenderé la limpieza del cuarto. No hay problemas, hermano, confía en nosotros, le dice Yuliesky.

Lo abrazamos uno a uno: parecía como si en un día le hubieran caído varios años encima.

El curso estaba al borde de concluir. El flaco y yo acordamos que, durante las vacaciones, trabajaríamos un par de semanas en la finca para ayudar a su hermano, quien definitivamente tenía que asumir y necesitaba apoyo en el trabajo y en el papeleo para legalizar al nuevo usufructuario.

Llegué a la casa de Amael , con un poco de retraso y como él estaba solo y como yo no podía más, lo saludé y le notifiqué la buena nueva.

– Es una muchacha bellísima, una campesina bien plantada, estudia una carrera rarísima de nombre no recuerdo, en tecnología de la salud. Me dejó atónito… Cuando se bajó de la guagua fui tras ella y le llevé el maletín. Si no hubiera tenido que venir para acá y si tú no fueras tan puntilloso con la puntualidad, me hubiera ido con ella hasta el fin del mundo.

¡Si la vieras! Se llama Ruby. Si la vieras: el pelo del mismo color de la piel, los ojos enormes, la sonrisa y la mirada… Su narcomirada, una mirada más clara que la de Madelaine, que la de Renael González cuando cierra los ojos y se queda sin luz el mundo; para no cansarte, tiene una mirada como la de la Mona Lisa, bueno creo que se fue la mano. Pero, fue esa mirada la que hizo llegar tan tarde,

Para qué contarte; ya la verás: le prometí que le haríamos la visita. Vive en el camino de Paraíso, en vez de ir para el central, subiendo el lomerío, por el Ají. Tú conoces el lugar, ¿no?

-Sí, resulta que somos medio vecinos. La finca está por ese lado.

-¡Bárbaro!, ¡qué casualidad tan casual, hermano¡

– Hay más, somos medio primos. Tú que eres experto en preguntar, le preguntaste si tenía novio.

-Pues no tiene; mejor dicho, no se lo pregunté. Pero eso no importa…Así que ya casi estoy en la familia… háblame de la niña.

Y sí, si importa me dice Amael, y me dice más: cuando caiga la tarde él debe ir a casa de su hermano.

-Tenemos que analizar el asunto de la finca. Te presento a Gonzalo para que te hable de ella. Son amigos: fue mi hermano quien la orientó en la selección de la carrera.

Y si, así mismo fue, confiesa el doctor Gonzalo, estimulado por mi visita. Y me pide que tome precauciones y que tenga agallas. Lo primero es conquistar al viejo Pancho, lo demás es secundario, afirma.

Le brindo la botella que tengo en mi bolso y que Amael me sugirió no traer. Pero el doctor Gonzalo solo da las gracias:

-Guárdala para ganarte a Pancho, es un buen instrumento para convencerlo. Ah, cuando jueguen al dominó, no te esfuerces en ganar.

Partimos al día siguiente. Llegamos a la casa de Pedro, un hermano de la madre de Amael. El viaje fue todo un éxito: arribamos cerca de la tres, dos horas después de lo programado. Pedro nos estaba esperando. Después de saludos y presentaciones, su esposa nos asignó el tercer cuarto donde desempacamos; quiso que comiéramos algo, pero le dijimos que no teníamos hambre, que comimos durante el viaje.

El tío Pedro me mostró la casa. Una casa amplia, con paredes de madera, techo de zinc y piso de cemento. Después los jefes planificaron. Amael le entregó una caja con arroz, frijoles, azúcar, sal y aceite. Pedro refunfuñó:

-Le zumba al mango, sobrino: tú mamá no cambia.

Yo aporté un juego de latas con carnes en conservas y pescado, donadas por mi padre, y dos bolsos de galletas.

Convenimos en que a partir de mañana nos levantaríamos con los gallos, para adelantarnos al sol (para llegar a la finca hay que caminar un par de kilómetros, en dirección a la montaña), trabajaríamos hasta el mediodía, almorzaríamos con el contenido de las latas y con algunas frutas, regresaríamos en la tarde, nos bañaríamos en el río e iríamos a casa de Ruby, una legua en dirección a Paraíso. Podríamos ir en el caballo de Pedro, él lo ofrecía de buena voluntad. Pero, nosotros optamos por la infantería.

-Están en su casa, hagan lo que quieran. Aquí solo estamos mi mujer y yo, mi hija, su marido y el niño. Aquí nos acostamos temprano. No coman en casa de Pancho, cuando regresen coman aquí. Pueden ver televisión, oír radio; a las once apagan la planta. Están es su casa. Ahora, descansen.

Amael introduce una variante.

-Todavía es temprano, tío. Yo quisiera ver la finca ahora mismo.

Pedro no está de acuerdo, porque le zumba al mango, no obstante accede.

Fuimos los tres. La parcela no estaba lejos, pero tardamos en llegar porque el camino es abrupto. Caminamos por la finca. En verdad nos demoramos. Pudimos recorrerla en media hora, pero Amael se detenía en cada pedacito de tierra cultivada, paladeaba cada recuerdo y yo lo oía como si hablara desde muy lejos, porque mi trabajo era pensar en Ruby.

Después de la comida conversamos con Pedro quien se encargaría temporalmente de la finca. Lo hacia para ayudar, dijo, porque bastante trabajo tenía. Y cuando Amael, siguiendo la recomendación de Gonzalo, le propuso gestionar el cambio de propiedad, protestó airado:

-De eso nada: es más fácil dejar el pellejo trabajando la tierra que cambiar el nombre de un papel.

Y eso que Pedro no era lector asiduo del periódico Juventud Rebelde y por tanto difícilmente habría leído el “Clásico mundial del peloteo”.

Los vaivenes del corazón no me dejaban dormir. Aquella noche el reloj estaba tan indisciplinado que cuando creía haberlo domesticado, se insubordinaba. Aquella noche mi corazón durmió boca abajo.

Al otro día salimos de madrugada, trabajamos corrido y al caer la tarde arrancamos en busca de mi futuro. Nos recibieron neutrales. Ni bien ni mal, pero nos recibieron. Nos sentamos a platicar, llevé la conversación hacia el viejo y cuando nos ofrecieron café, brindé respetuosamente el ron que llevaba. Se lo tomaron contra reloj. Jugamos al dominó: perdí decentemente. Oímos algo de radio: el equipo Cuba ganaba cómodamente el partido.

-Ganan todos los juegos, meno el bueno. Si no falla el picheo, falla el bateo o el cogeo, para no hablar de la dirección; dijo Pancho. Yo le di toda la razón del mundo, y no pude evitar el comentario:

-Sucede que nuestros directores tienen una gran capacidad para la improvisación, tienen alma de repentistas tuneros. Solo que los repentistas siempre ganan o al menos no nos hacen sufrir en exceso

La historia se repitió un día si y otro no. Teníamos la autorización del viejo Pancho para las visitas. La única diferencia en las pláticas fue el cambio de marca de ron o mejor dicho, el cambio de ron: el que nos brindaba el anfitrión no tenía marca alguna.

El día de la despedida nos obligaron a comer y mi futuro suegro nos invitó para el fin de año:

-Siempre asamos un puerco, un macho en púa, vengan.

Aproveché un descuido de la vigilancia colectiva para darle un beso a Ruby y prometerle fidelidad. El viejo se hizo el de la vista gorda y me despidió con un abrazo. Creo que en su actitud influyó el saber que yo era un futuro periodista y que dirigía un periódico de estudiantes. ¡Mira que hay gente ingenua!, gente capaz de creer que tener un periodista en la familia es una ventaja.

La idea fue de Amael y aunque parecía una locura, yo me sentía tan feliz que la aprobé sin vacilar. La noche anterior, mientras comíamos, Pedro nos dio una lección magistral sobre táctica de traslación.

Aunque lo que cuento sucedió hace más de diez años y hace un buen rato que no veo al viejo Pedro, ni sé se de su existencia, ni la de su familia, conservo intacta en la memoria aquella conversación. Ahora me corresponde traducir del español para el español, una práctica que constituye uno de los inventos más notables del periodismo cubano y que consiste en lo siguiente, por ejemplo, te invitan a un acto, te ponen a varios metros del personaje y uno de los que te invitó de cuando en cuando viene y te comunica lo que dicen que el visitante dijo. De manera que para mí no es difícil realizar este tipo de traducción: desde mis tiempos de estudiante asistí a este tipo de espectáculo.

Hablando de inventos, uno de los más importantes de nuestro periodismo es, sin dudas, la creación de un objeto multifuncional denominado periódico (Y después hay gente que se atreve a darnos clases de marketing; pobre gente). Probablemente si hacemos un evento, si logramos reunir a los principales especialistas de marketing del mundo, los científicos quedarían perplejos al comprobar el tamaño de nuestra imaginación, de nuestra capacidad creativa al inventar esos objetos polifuncionales que sirven para casi todo, incluso para leer.

Bueno, me fui del tema. En fin lo que quiero decir es que Pedro nos explicó que para el regreso había cuatro alternativas (La traducción es mía). La primera , que era la última, significaba irse a pie y caminar unos 40 kilómetros ; la segunda dependía de la suerte y consistía en bajar un par de kilómetros hasta un lugar donde se cruzan dos caminos y cobijarse bajo una mata : podía darse la casualidad que , debido a la vieja costumbre de ir al central, pasara algún tractor en esa dirección y del central al pueblo es fácil viajar porque hay transporte; la tercera , siempre según Pedro, era poco recomendable: había que llegar al mismo lugar donde los caminos se juntan, caminar medio kilómetro cafetal adentro y apostarse en el secadero a velar un camión; lo malo de esta variante residía en que los camiones solo vienen por acá en el periodo de zafra y la zafra terminó hace rato, nos aclaró. El tío Pedro sugería que optáramos por la mejor alternativa, la cuarta; no sin antes tomar ciertas precauciones.

-Pueden levantarse tarde. Buscar en la loma aguacates o malanga, ese lugar es tierra de nadie. Cuando almuercen se ponen de guardia, tienen que sentarse cerca del camino a esperar el ruido del motor de la única guagua que pasa por aquí. Cuando sientan el ruido del motor tienen que ver quién es el chofer, eso es lo importante.

Y entonces comprendimos, y vuelvo a traducir. Según Pedro la guagua que va del pueblo a Paraíso tiene la mala costumbre de romperse. Curiosamente si el chofer es Jacinto, la guagua sale del pueblo, llega a su destino final sin problemas y regresa por la tarde y si se rompe, la rotura se produce al llegar al pueblo donde, casualmente, vive Jacinto. Pero, si el chofer es Narciso, todo sucede al revés. La guagua sale del pueblo, se rompe al llegar a su destino final y ese día no regresa; casualmente, Narciso vive en Paraíso.

-Ya saben, si el chofer es Jacinto, no hay problema; si es Narciso, cualquier cosa puede pasar, sentencia Pedro.

Con todo lo cuerdo que es, desde que nos levantamos, Amael se empeñó en que asumiéramos la opción menos recomendable, la tercera. Es una corazonada, insistió.

Salimos temprano y a eso de las 9 llegamos al viejo secadero. Y en el preciso instante en que íbamos a saludar a los trabajadores escuchamos asombrados el ruido de un motor. Sucedió lo impredecible e incluso más: apareció un camión, se detuvo frente al almacén de la despulpadora; el chofer se bajó presto, declaró estar apurado, y cuando nos acercamos me reconoció, me dio un abrazo y yo le presenté a Amael a quien le estrechó la mano.

El chofer se dirigió a la administración, comenzó una ronda de saludos, se metió en las dos o tres casas más cercanas, mientras los trabajadores bajaban unas cajas enormes, con nuestro apoyo, claro.

-No recuerdo el nombre del chofer, pero lo identifiqué de inmediato: trabajó con papá. Hoy es nuestro día de suerte, le digo al flaco.

-Ahora falta saber para dónde va y si nos puede llevar, contesta.

Y aquí viene la noticia: el chofer va nada más y nada menos para el caserío donde vive mi tío Mongo, a quien conoce perfectamente, no solo porque Mongo es hermano de mi padre , sino porque a mi tío lo conoce todo el mundo. No dudé ni un instante y le propuse a Amael sorprender a mi tío.

-Te va a encantar conocerlo, es todo un personaje.

Como Amael dudaba, el chofer sin nombre vino en mi auxilio y después de volverme a preguntar por el viejo, acotó.

-Yo garantizo el viaje. Además ustedes me pueden ayudar. Tengo que descargar cajas en dos lugares y ando solo; así que vienen conmigo y de paso me tiran un cabo. En un par de horas estamos en el pueblo.

-De acuerdo, dije yo.

El chofer entró en el almacén, volvió con unos papeles, saludó a todo los presentes y nos indicó que subiéramos.

El viaje fue bueno. A pesar de que el conductor paraba en todas partes, recogía gentes, saludaba a todo el mundo, tomaba café y subía algunas provisiones que nosotros acomodábamos en la caja de herramientas; a pesar de que la historia se repitió en los dos lugares donde bajamos las cajas; llegamos a tiempo: el hombre conocía un atajo entre los cañaverales y por allí metió el camión. Dos horas después de la salida, el carro dio un último tumbo, salió al camino principal y en unos minutos vimos la despulpadora.

Mientras descargábamos el chofer visitó a algunos vecinos, regresó, tomó sus papeles, le dimos las gracias y él nos dio un abrazo. Y cuando insistía en que saludara a mi padre, el hombre que le entregó los papeles, le pidió que esperara un momento y nos alertó.

-En casa de Mongo no hay nadie, aseguró el hombre. Mongo salió temprano y no sabemos cuando vuelve. Su mujer está en casa de su familia, seguro que están en bronca, y sus dos hijos están fuera, uno estudia deporte en la capital de la provincia y el mayor está más lejos , en la capital , donde estudia para policía. Pueden esperar, pero no sabemos cuánto tiempo, o aprovechar el carro antes que se vaya…

El chofer nos dijo que hiciéramos lo que nos cuadrara, pero que decidiéramos rápido porque estaba apurado.

No se porqué optamos por quedarnos. Tal vez porque creemos en la comunicación y en el eco, esa Internet de los pobres de la que habla el imaginativo Oscar Domínguez o quizás porque confiamos en las certezas del azar. Y otra vez acertamos. Al mediodía, cuando estábamos a punto de escoger entre tres posibilidades: comer con los trabajadores de la despulpadora o aceptar la invitación de una vecina de Mongo, dispuesta a compartir su modesto almuerzo con dos desconocidos o arrasar con las frutas del huerto de mi tío; llegó el hombre , se bajó del caballo , nos dio un par de abrazos y nos rescató de la amabilidad de los nuevos amigos.

Pero, antes tuvimos un encuentro de película. Creímos que se trataba de una bronca y nos aprestamos a interceder.

-¡So condená! Si no te desaparece, te parto la cabeza de un escobazo.

Decidimos acercarnos a la mujer.

-Señora, si podemos ayudar en algo, digo por decir.

-Esta condená gallina me tiene hasta aquí… debe ser sorda porque mira que la espanto y hasta le he dado con la escoba, pero nada. Esta condená gallina, así no se puede vivir. ¿Ayudar? Y se puede saber quiénes son ustedes.

-Yo soy sobrino de Mongo y Amael es mi amigo.

-Así que sobrino de Mongo, eh. Le he dicho a Mongo mil veces que le corte el ala a la gallina y él ni se entera, parece que tiene cosas importantes que hacer como correr detrás de su mujer. Esta gallina se mete en la cocina, esta gallina no tiene vergüenza.

-Va a tener que hacer una buena sopa, y así se acaban los problemas, sugiero.

-¿Comerme yo la gallina? La juventud de hoy no tiene seso… ¡Cómo voy a comerme lo que no es mío! ¡Solavaya! Aprovechen ustedes y cómansela, cuando Mongo venga, si viene.

-Si señora, a lo mejor mi tío demora algo, pero viene.

-Y ustedes qué van a comer sin Mongo se tarda.

-No se preocupe doña, me auxilia Amael, podemos aguantar.

-Aquí no hay mucho que brindar, pero aunque sea café puedo darle. No sé si queda polvo. El jefe de esta casa está muy ocupado en sus cosas y ni siquiera recoge el café del patio que está vivo de milagro.

Mi tío vino a rescatarnos.

-Ahí está, dijo la mujer, sigo en lo mío, y acuérdense de la gallina.

-La explicación de cómo llegué a tiempo es muy simple, nos contó. Jorge, el chofer que los trajo, le comentó al almacenero de una despulpadora sobre ustedes y su viaje. El almacenero se lo comentó a un arriero que me conoce; éste se lo comentó a un jefe de lote amigo mío que sabía que hoy yo estaría en la cooperativa y mi amigo, que iba para el pueblo, me mandó recados con todas las personas con que se cruzó por el camino. En tres lugares me dieron la misma información, por eso apuré los trámites, tomé un caballo prestado, porque el mío está enfermo y aquí estoy.

Amarró el caballo en una mata cercana al portal y regresó presuroso.

-Dime sobrino, cómo andan las cosas, cómo está Tony. Me enteré por boca ajena que lo cambiaron de trabajo.

-Mi padre tiene una nueva responsabilidad. No puedo decirte si le va bien o mal. Y este es Amael, compañero y amigo.

-¿Amael?

-Si ese mi nombre, me llamo Amael … Ricel me ha hablado muy bien de usted.

-Bien muchachos… dice mi tío. Me entrega un billete y me pide que vaya a la tienda a comprar una botella de aguardiente, no hay pérdida: es la única tienda en varios kilómetros a la redonda. Mientras tanto él se ocupará de enseñarle la casa a Amael, mostrarle el huerto y calentar la comida, porque sin nada en el estómago es imposible dialogar con seriedad.

-Y la cara de hambre que ustedes tienen…

Al rato comimos congri, viandas y unos chicharrones de rancio abolengo.

-Lo que hay no es muy bueno, pero siempre hay algo. La comida será mejor: haremos un verdadero ajiaco cubano moderno: lo prometo.

Yo pensé en la gallina traviesa, pero no dije ni pío.

– Hoy no podemos comernos un cerdo porque no tengo tiempo, otra vez será, le dice mi tío directamente a Amael

-Y si tuviera tiempo, pregunta mi amigo.

– Entonces habría que conseguir el macho.

Tomamos unos taburetes y nos sentamos en el patio, debajo de una frondosa mata de mango. Mi tío cargó con el aguardiente, sirvió unos tragos en unos vasitos plásticos y depositó la botella en el tronco del árbol.

– Y bien: cómo andan las cosas por la universidad… cómo va la ciudad.

– La ciudad, tío, está tensa por los cambios. Muchas cosas han mejorado, sobre todo la comida. La universidad está como siempre.

-Quiero que se queden porque mañana es sábado. Los sábados el tractor de la cooperativa va al central a llevar a los estudiantes del curso para trabajadores. Ustedes están de vacaciones. Pero, algunos de nosotros no hemos terminado todavía; aún estamos en la tercera convocatoria.

Le propongo dar una vuelta por la huerta y de paso traer las cosas para la comida, después descansan un poco. Yo me ocupo de la cocina. Comemos y nos tomamos el aguardiente mientras hablamos en familia. Yo veo el noticiero y en ocasiones la telenovela, pero hoy toca la cubana; aprovecharé para dedicar un par de horas a revisar las libretas; no quiero ir a la prueba en blanco. Si quieren buscamos otro aguardiente, aunque queda la mitad de la botella; pero mañana hay que tirarse temprano.

Aprobamos el programa, por unanimidad, y agradecimos, pero no aceptamos lo relativo al ron porque, aunque no lo dijimos, había que tener un estómago blindado para tomarte un trago de aquella bebida y continuar siendo uno mismo.

Cumplimos lo planificado, recorrimos el huerto y descansamos. Luego nos enfrentamos a la cocina. Mi tío se ocupó del tema principal: cocinar el plato fuerte; yo me reservé la tarea secundaria: preparar las ensaladas; a Amael le asignamos las otras tareas.

Acatamos la orden de Mongo y nos sentamos a la mesa. El anfitrión sirvió la comida. El ajiaco era una expresión contextual de cubanía. El líquido adquirió una tonalidad oscura porque, como la malanga está imposible y las papas andan desaparecidas, hubo que echarle mano a unos fongos, a una calabaza y a unos boniatos. Los fideos fueron sustituidos por maíz tierno cortado en trozos. El resultado final devino en una mezcla generosa que convocaba al paladar. La carne de pollo y la masa de cerdo sabían a gloria y la sopa bien caliente estimulaba la imaginación. Elogiamos las ensaladas, una de frutas y otra de vegetales; sus componentes principales provenían del huerto de mi tío. Estuve a punto de gritar: ¡Abajo las importaciones!

Comimos bien, fregamos entre los tres; o más exactamente, entre los dos: mi tío asumió la organización, orientación y control de la tarea. Después nos sentamos en el portal dispuestos a arreglar el mundo.

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