EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

Mi tío se sirve un trago, se estira en el balance y comenta.

-Cerraron el central y me mandaron a estudiar. Bien. No se si logre terminar la carrera, porque las luces se van opacando y, además, lo que mal se aprende bien se olvida: y eso fue lo que me pasó en el tecnológico. Pero como somos descendientes de gallegos, seguimos en la batalla. Ahora ni una cosa ni la otra. Quienes me mandaron a estudiar siguen mandando; yo, mordiendo el cordoban, y a veces no tengo ni donde caerme muerto. El jefe sigue siendo el mismo, un fulano de moral alta y estómago vacío. Pero, así y todo es mucho mejor que muchos otros… Y no hablo de los bobos de siempre, que están en todas partes, y no podemos pedirle melones al guayabo, sino a la gente preparada y a su modo inteligente…por haber, de todo hay.

Lo interrumpo para explicarle a Amael que Mongo estudió en un tecnológico, aunque tenía aptitudes para las letras y hasta ganó un premio municipal de poesía… Y todavía algunos creen que la poesía es asunto de los poetas, sentencio lisonjero y me sirvo un trago breve.

Mi tío elude el tema, afirma que eran otros tiempos, que de la literatura solo le queda el hábito de leer; comenta que al matricular en la universalización rechazó la posibilidad de optar por una carrera de humanidades y matriculó ingeniería agrónoma, para probarse, y ahora intenta terminar, no para ser ingeniero ni para trabajar en un lugar sofisticado, sino para quedar bien consigo mismo y poner a producir una finquita.

-No para volverme rico, pero tampoco para volverme pobre. He trabajado bastante para el gobierno, tengo derecho a trabajar para mí. Precisamente hoy andaba en los trámites.

-Nosotros estamos en lo mismo, digo yo…

– ¡Cómo, pero, se han vuelto locos!; mi tío salta del balance.

-No tío… y le explico lo de la tierra que le dieron a la familia de Amael y le cuento lo que hicimos estas dos semanas.

-Eso es otra cosa. Ustedes, ocúpense de lo suyo… Ahora descubrimos que la vida viene del campo y que para comer hay que trabajar, pero eso no quiere decir que todo el mundo se ponga a trabajar la tierra a lo loco, cosa además imposible: la eficiencia de la burocracia no lo permitiría.

Hablamos de casi todo. Amael se embulló y le pidió a Mongo que le explicara por qué yo decía que él era un personaje… era por lo del premio.

-El personaje era mi padre. Del premio ni siquiera me acuerdo, creo que fue una casualidad. De quien si me acuerdo bien es de mi padre, de Ramón Milanés, conocido como el jefe. Tú lo sabes Ricel, tu padre y yo vivimos a su sombra. Es una historia larga y tú, sobrino, la conoces bien, así que no tiene caso que vuelva a contarla, tú se la puedes contar a tu amigo.

Pero el flaco prefiere que se la cuenten de primera mano, insiste y mi tío lo complace. Recuerda que Ramón nació en el centro del país. Y como el dinero de la familia solo alcanzó para pagar hasta la secundaria, tuvo que ponerse a trabajar en el ferrocarril.

No se sabe por qué mi abuelo se metió en la política, quizás porque la dramaturgia de los discursos lo hechizaba. Como no tenía ni dinero ni socios buscó una tercera vía, la del conocimiento. Conocimiento y honradez, ese era su lema. Esta táctica le permitió abrir una brecha: le dieron la oportunidad de hablar en un acto proselitista. Su discurso fue tremendo. Apagados los aplausos, varios de sus correligionarios lo llevaron a un lugar en las afueras para celebrar. Celebraron y luego le propinaron una soberana paliza. Para que recuerdes Ramón: se puede decir la verdad, pero no hay que exagerar.

Mi abuelo logró llegar a su casa, entró subrepticiamente y recogió sus ropas. Al rato viajaba hacia Oriente. No tenía idea de cual sería el próximo paso, pero estaba seguro de que jamás volvería a la política. Se bajó en un pueblo cualquiera y empezó el peregrinar. Una tarde llegó al municipio y comenzó la búsqueda. Como su único oficio consistía en tener la cabeza llena de lecturas, se le hacía más difícil conseguir empleo. A la semana de bregar infructuoso decidió subirse en otro tren, en eso estaba cuando vio pasar a un hombre vestido con un traje azul: era un amigo de la familia. Lo abordó y le explicó la situación. El hombre lo citó para el día siguiente, le hizo una prueba y le dijo que solo podía darle una oportunidad en un puesto mal pagado: el resto tendría que ganárselo. Y Ramón Milanés se lo ganó.

Dos años después mi abuelo era uno de los brazos del administrador municipal del ferrocarril. Un mal día, el hombre- cuyo nombre mi tío no recuerda- invitó a Ramón a comer y le dio la mala nueva. Dentro de un par de meses volvería a Las Villas; la compañía mandaría a un sustituto; mi abuelo podía regresar a casa o quedarse y trabajar con un terrateniente emprendedor interesado en modernizar las despulpadoras; con sus conocimientos de administración podía ser útil, pero tenía que aprenderlo todo sobre el café.

-Papá dijo que se quedaba, por muchas razones, entre ellas porque estaba comprometido con una mujer buena y, además, estaba dispuesto a trabajar con quien fuera, incluso con el terrateniente. Y apuró el casamiento para que el hombre de los trenes fuera el padrino de la boda y así fue.

Mongo me pide un trago y yo le sirvo. Mira largo a Amael y prosigue su historia. Nos cuenta que el abuelo se convirtió en una suerte de controlador de la calidad de la despulpadora donde tomamos el camión. Su principal problema era el tamaño de la casa donde vivían el viejo, Mongo y su madre, quien ya tenía en el vientre a mi tía Eulalia. Por eso cuando concluyó la modernización de la primera despulpadora y el dueño decidió modernizar la que está a 200 metros de aquí y le propuso a su padre asumir la tarea, Ramón aceptó de inmediato e hicieron un pacto: el dueño crearía las condiciones para construir una casa; una casa que fuera el cuartel general para modernizar las otras despulpadoras que el terrateniente tenía en la zona. Mi padre dirigiría la modernización. Esta casa la construyeron entre ambos.

Pero, la remodelación de la despulpadora apenas marchaba; había problemas con la llegada de los equipos. La inseguridad política era tan clara que el dueño decidió cancelar la inversión y esperar a ver qué rumbo tomaban las cosas. En eso, recuerda Mongo, nació mi padre.

– Tu papá, sobrino, fue el primer ser humano que nació en esta casa… La otra parte de la historia es muy conocida. Triunfó la Revolución y vinieron las medidas. El terrateniente y su suegro, el administrador de la despulpadora, se fueron del país. A papá lo reconocieron como propietario. Al viejo le propusieron administrar la despulpadora, pero dijo que no, solo aceptó trabajar como jefe técnico. Y trabajó duro, en casi todas las despulpadoras de la zona. Quizá de ahí le viene el sobrenombre de Ramón, el jefe; y quizá por ello cuando yo crecí me empezaron a llamar Mongo, para evitar cualquier confusión.

Mis padres murieron antes de tiempo. Probablemente, sobrino, tú no te acuerdes, tú tenías cinco o seis años… fueron días amargos, muy amargos.

Mi tío calla, nos mira detenidamente. Intento servirle un trago, pero me detiene con un gesto.

-Se está haciendo tarde. ¿Damos una vuelta por el caserío? Casi no hay que caminar: el pueblecito es tan grande que si tomas impulso te sales de él.

Mongo tiene razón: la comunidad es diminuta. En el recorrido encontramos pocas personas y muchos perros. Unos y otros nos saludaron con amabilidad, en especial a mi tío. Tomamos la única calle, hasta el río. Después retornamos y nos detuvimos frente a la despulpadora.

-La despulpadora que le costó la vida a papá.

Yo busqué sus ojos, pero había poca luz.

Regresamos a la casa y nos sentamos en el portal, en silencio.

-A veces duele recordar, dice Mongo.

– Mire, Mongo, discúlpeme por ser curioso… nada más lejos de mi intención que… lo que sucede es…

-No hay problema, muchacho, te entiendo perfectamente… Dame otro trago sobrino. De qué hablábamos?

-Nos hablaba de la muerte del abuelo, pero si eso te causa dolor nosotros…

Mongo se recuesta en el balance. Acepta el vaso que le alcanzo, mas no bebe. Deposita el vaso en el piso.

-El viejo se cayó de un andamio Lo sometieron a un tratamiento fuerte, pero desde que salió del hospital se empeñó en hacer lo contrario de lo que los médicos le dijeron: papá no admitía que nadie le organizara su vida. Una tarde estaba muy deprimido y nos llamó a Tony y a mí. Habló más de lo acostumbrado y comprendimos la verdadera naturaleza de su enfermedad: se sabía inútil. Cuando terminamos de conversar yo le di un abrazo y Tony, que es el más inteligente y precavido de todos nosotros, registró el armario y encontró el viejo revólver que mi padre se colocaba en la cintura cuando la guerra. Al rato sorprendí al viejo buscando en el armario.

El domingo siguiente celebramos alguno de los éxitos del central y regresamos tarde, pero de día. Desde que llegamos a la tienda lo supimos. No fue necesario que nadie nos informara, la cara de la gente lo decía. Papá había muerto unas horas antes, de una subida de la presión. Corrieron con él para el consultorio, pero no había nada que hacer. Tres meses después, en silencio, como siempre vivió, murió mamá, una persona a quien jamás oí levantar la voz, salvo el día en que mi padre autorizó a Eulalia a matricular una especialidad técnica de la salud que en aquel tiempo solo se estudiaba en la Habana. En este tema mi padre era muy claro, el trabajaba para que

nosotros estudiáramos, decía; cada cual tenía que aprender a cuidarse. Y todo salió bien, fíjense que Eulalia, desde antes de graduarse, se encontró con un militar camagüeyano y aun están casados.

Yo matriculé en el tecnológico, para complacer a papá quien creía que el futuro estaba en el central. Eso mismo fue lo que me dijeron en la escuela donde nos machacaban diciéndonos que nos hiciéramos técnicos en cosas relacionadas con el ingenio: eso era lo que necesitaba el país, decían. Mi hermano hizo lo mismo. Hice la mayor parte de la carrera en la ciudad. Cuando estaba en el último año abrieron el politécnico aquí. Ese año matriculó tu padre, sobrino. Pero, cosa curiosa muchachos, yo me gradué y me ubicaron en el central; dos años después se graduó Tony y al poco tiempo mi hermano era mi jefe. Nada que Tony nació para jefe y yo para técnico. Y algo interesante; Tony aprovechó la oportunidad, siguió estudiando y se hizo sociólogo y yo de bobo dejé la escuela y mira ahora.

Ah, tenía que contarle algo más relacionado con la muerte de mamá. La muerte de papá coincidió con que a Tony le dieron una casa en el pueblo y aunque tu papá y tu mamá, sobrino, venían a cada rato y a veces se quedaban, yo apuré los planes y traje a mi mujer a vivir aquí. No tuvimos tiempo ni para casarnos. Mi mujer se esmeró en cuidar a mamá, pero ya el daño estaba hecho. Mi madre se atrincheró en su soledad y no hubo manera de animarla a vivir. Los médicos certificaron la causa de la muerte: un paro respiratorio. Tal vez esa fue la razón. Pero yo estoy seguro que mamá murió de cansancio y de tristeza. Murió cuando tuvo la primera oportunidad. No logró recuperarse de la muerte del viejo: eran como dos piezas de un mismo mecanismo. Esa es la vida, muchachos… Fueron días amargos, pero no tengo derecho a quejarme.

Mongo me pide un trago, pero se arrepiente al comprobar que no se ha tomado el anterior.

-Mi mujer salió buena. Me dio tres hijos. Los varones van por buen camino y ni hablar de Yaya. En este momento debe estar con su madre, en casa de sus abuelos con quienes vive desde niña. Yaya estudia para maestra y solo piensa en su escuela. De vez en cuando a mi mujer le da por la reflexión. Empieza por cuestionar la política agroalimentaria, los problemas con el transporte, la calidad del servicio de salud, la programación de la televisión, incluyendo las telenovelas y sus tramas y sub tramas; y termina por criticar la gestión de las autoridades del territorio, entre las cuales incluye a su marido que, según sus palabras, se ocupa más de lo ajeno que de lo suyo. Y yo termino por darle la razón y alentarla para que pase unos días con su familia. Así es la cosa, muchachos… Creo que he hablado demasiado.

– Pero, todavía no entiendo por qué lo consideran un personaje, dice Amael a quien hoy no hay que darle codazos para que hable.

-Y te parece poco lo que te he contado, muchacho. Tal vez la culpa sea mía que no me hago entender. Quizás debí añadir que algunos me distinguen porque soy cuestionador, pero la mayoría de quienes me aprecian por ello es porque tienen miedo a hablar. Otros me consideran un ejemplo de individualismo. Yo, para ser justo, creo ser un buen trabajador, tengo muchos reconocimientos, quizás eso también cuenta. Tal vez a algunos le desagradaba que cuando había un rollo y se armaba una comisión siempre me designaban a mí como el trabajador de prestigio o tal vez le dolía que cuando venia alguna visita y había que seleccionar a un trabajador para que

hablara en nombre del colectivo, me seleccionaban a mí o quizá a otros le molestaba que hubiera sido delegado sindical en no sé cuántos eventos o tal vez lo que sucede es que mi sobrino, con su gusto por la literatura, ve personajes por todas partes. Hay muchos quizás…

Digo más, y esto, aunque te hecho muchas confesiones Ricel, nunca te lo había contado… No han faltado los que quisieron pasarme la cuenta. Hace unos años trajeron a un nuevo jefe y lo intentó. Alguien le metió en la cabeza que yo podría sustituirlo y organizaron la trampa. Se les ocurrió investigar de donde venían los equipos electrodomésticos y hasta de la casa. Pero, un amigo me alertó y tomé las medidas necesarias, porque aunque aquí todo es legal, no me gusta guardar papeles. Además, parece que alguien le aclaró al jefecito que yo era hermano de Tony y ese era un dato importante porque en aquel tiempo tu padre, sobrino, estaba bien alto en el municipio. Nada, que se aconsejaron y me dejaron tranquilo.

-Y los viajes, tío cuéntale a Amael sobre los viajes.

-Realmente fue uno solo. Como estímulo visitamos varios países socialistas. Lo primero que me asustó, guajiro al fin, fue el enorme aparato en que nos montaron. Pero inmediatamente que el avión tomó altura se portó de lo mejor.

En Europa quedé muy impresionado por la tecnología y los edificios. Pero, dejé de tratar de entender. Estábamos unos días en un país y cuando empezábamos a acostumbrarnos, nos íbamos para otro. Nada: fui a Europa asustado y regresé atolondrado.

Mejor fue la vuelta a Cuba que el sindicato le dio a un grupo de vanguardias nacionales. En este viaje aprendí más y disfruté de mi país y de mi mujer, pues nos autorizaron a llevar un acompañante. Yo sabía que había lugares hermosos, lo sabía por las lecturas o por lo que me habían contado, pero vivir el país es una gran experiencia. Y confieso algo: los lugares que más me agradaron son de color verde. Mucha gente del campo se quiere ir para la ciudad, los de la ciudad pretenden irse para La Habana y algunos quieren irse más lejos. Yo prefiero mi monte. Aquí solo nos falta el mar. Después de trabajar todo el día, nada se compara con las tardes en un lugar como este; ni con su gente.

-Así que no siente nostalgia por la ciudad, ni por la vida digamos más civilizada… dice Amael, a quien parece que el ajiaco le ha despertado la curiosidad.

-A veces quisiera andar por la ciudad. Recuerden que estudié allí y, por asuntos de trabajo, he viajado a varias provincias y he vivido semanas en varias ciudades. La ciudad tiene cosas buenas. A veces quisiera oír una sinfonía e incluso ver un ballet, aunque no entienda nada, solo para disfrutar. Yo mismo no me explico por qué, pues en nuestra familia no existe tradición musical. A veces quisiera ir al cine, al estadio o sentarme en un restaurante de categoría, o ir a la playa: me gustaría ver esas trusitas con que las mujeres lo enseñan todo menos lo principal.

Si tuviera un dinerito para invertir, lo haría en sentido contrario al de la gente de plata. A esa gente le gusta vivir en una casa en la ciudad y tener una en el campo o en la playa, para descansar. Yo lo haría al revés. Pero en eso no vale la pena pensar: los tipos como yo, por mucho que trabajen, no llegan a tener plata nunca.

La última vez que fui a la ciudad sentí los vientos de cambio de que tú hablabas Ricel, caminé y vi otro ambiente. También pude comprobar que tu afirmación de que el idioma está en constante evolución es cierta. Me bastó pararme frente a un kiosquito muy bien pintadito, observar la oferta de la pizarra, saborear la sonrisa de una dependienta muy arregladita, quien me sirvió de inmediato el pan con bistec que le pedí, tomó los cinco pesos y volvió a sonreír. Entonces vino lo bueno: abrí el pan; solo

tenía una lasca finita de carne de puerco y varias ruedas de pepinos y tomates. A eso se denomina, ahora, pan con bistec.

Entre risas Mongo propuso un brindis, pero el aguardiente había fallecido. Buscó en su cuarto una media botella. Sirvió un trago para cada uno y se quedó con el vaso en alto, pensativo.

-La visita de ustedes me ayuda a pensar. Pero a veces mientras más uno piensa más complicadas se ven las cosas… Sobrino, tú hablabas de los cambios en la ciudad, hasta aquí han llegado algunos. El nuevo jefe sabe lo que hace; y cuando hay un jefe capaz y trabajador las cosas salen, no siempre salen bien, pero salen. Para mí eso está claro. Pero, hay mucha gente en el lugar equivocado, incluso hay quienes conocen y hasta disfrutan de su ineficiencia. A mi me criticaron mucho por mis reproches. Lo que pasa es que me resulta difícil quedarme callado ante los que miran impasibles como se deshidrata la economía, como dice Tony. A veces hasta me siento inútil porque no logro decir con claridad lo que pienso. No es que sea cobarde, tu sabes, sobrino, que no soy pendejo, es que necesito tiempo para pensar y darme cuenta de la realidad de las cosas y a veces no sé cómo decirlas bien y eso es muy peligroso porque todo depende de quien diga las cosas. Hay cosas que usted las dice y se pueden tomar como una metáfora, pero si soy yo quien la dice las toman como un disparate.

Me hago muchas preguntas. Siempre en este país la caña y el café fueron nuestras riquezas, y ahora que desmontamos los centrales, ahora cuando sube el azúcar, qué hacemos: los volvemos a montar; y con los bateyes que vivían de los centrales qué hacemos… Enseñamos a los vietnamitas a producir café, y ahora qué hacemos: le pedimos que nos enseñen ellos a nosotros….

Y, añade, a los nuevos adivinos no los soporto.

-Eso quiere decir que usted no cree en los presagios, susurra Amael.

– En presagios… Los presagios, muchacho, son cuentos para bobos . Y disculpa la franqueza, dice antes de tomarse otro trago.

Y no solo los disculpamos sino que lo acompaños en la toma, olvidamos ver el noticiero y seguimos hablando de todo un poco, de la política nacional y extranjera, de la serie nacional de béisbol, de las guerras autorizadas por el Consejo de Seguridad, de la manipulación mediática, de la rebelión continental – aunque todavía en ciertos lugares puede decirse, parafraseando a Galeano, que estamos ante las piernas abiertas de América Latina-… Hablamos y hablamos hasta que Amael y yo, sin ponernos de acuerdo, dijimos al unísono que teníamos necesidad de orinar.

Del baño nos fuimos directo para la cama.

Deja un comentario