Carnaval de poesía

Un día, citando a los clásicos, el poeta Rafael Vargas grito al cielo "la poesía en un bien de todos", y con ello la literatura, la crítica literaria, la reseña inteligente...esta sección se siente orgullosa y se viste de lujo, escritores, poetas. amigos entrañables se suman a este esfuerzo editorial y nos comparten sus saberes y haberes en torno a la literatura que vida es...Salvador Mendiola se suma a este ejército letrado y nos participa su saber y su beber; maestro universitario, diletante del hedonismo, PADRE de más de dos, hoy nos manda su primera colaboración...- lo dije-, estamos de fiesta...

UNA LINDA ESTATURA TENEBROSA
Por Salvador Mendiola

Aux noirs vols du Blasphème épars dans le futur.
STÉPHANE MALLARMÉ

Con el poemario Los rituales de la tristeza, Adriana Tafoya demuestra de modo más que evidente que la mujer no nace, sino que se hace, tal como lo planteara Simone de Beauvoir en El segundo sexo. Y de tal modo se manifiesta en este conjunto de poemas la trascendental novedad de la escritura de Tafoya, escritura liberada del ser mujer de acuerdo al esquema del orden simbólico falogocéntrico; luego entonces, la suya es una escritura transgresiva, escritura que libera, escritura con personalidad propia. Hace pensar y vivir de otra manera. Porque tal es el poder de la poesía, generar nuevos saberes, nuevas formas de ser y de estar en el mundo, algo que los versos de Tafoya consiguen de modo lúcido y deslumbrante. Ya que en los textos de este importante libro nos habla un sujeto femenino que ya no corresponde al modelo institucional de la mujer.

Mientras, ellos me otean
(misóginos)
porque en mis faldones como una criatura
el sol se desgreña
y se desbarata de gozo. No comprenden
cuál es la indiferencia
entre mi amor y su amor.
Giro
y él espera mi rostro volverse
esta es la lógica del nuevo sistema, ésta su posibilidad.
[de RAYAR UN CORAZÓN DE AGUA]

Pero la poesía de Adriana Tafoya va mucho más lejos que eso, es mucho más que feminismo y crítica del orden patriarcal autoritario. No es poesía comprometida o politizada, es escritura libre de ese tipo de etiquetas y encajonamientos. Es poesía esencial, poesía donde el/la sujeto poeta deja que el lenguaje exprese lo en apariencia indecible, o sea, lo más deseado, todas las fases del lenguaje como dispositivo comunicador.
La poesía es la casa de la forma y la palabra de Tafoya la construye y habita de modo trascendental, pues cumple de modo perfecto la consigna de Hölderlin: “lo que dura, lo fundan los poetas”. Y Los rituales de la tristeza son una construcción poética que tendrá larga vida y muchos efectos y retumbes, resultado de un trabajo cuidadoso y profundo sobre la conciencia del lenguaje, el cumplimiento de una vocación. Una obra de plena madurez de la poeta. Un libro que con cada poema inaugura nuevas figuras de existir y sentir, nuevas figuras del estar ahí humano, proyectado hacia una muerte, la muerte. Porque el/la sujeto poético que canta en la voz de Adriana Tafoya habla de una forma de ser que es ciertamente la del cuerpo apasionado por la libertad, una nueva libertad física que constituye el horizonte temporal sobre el que los mortales se recortan, pero es también la fuerza del caos de la sagrada intención de la poeta única, que así, verso por verso, manifiesta la definitiva falta de fundamento de cada fundación, abriendo la posibilidad de fundaciones nuevas, pero también señalándolas a todas con su insuperable carácter de nada.

Seamos oscuros
y huyamos de la absolutista elocuencia del cielo,
apartemos con las piernas tantos pájaros como se pueda madurar
hasta que revienten de blancas y puras plumas
como hacen las más tercas, temibles y amorosas muchachillas
con su manchón de vellos.
Entonces volarán los gorriones de la garganta
y posible es –que sólo así—listos estemos
para pertenecer al elegante mármol del cementerio y ser
un puñado
de flores agresivas.
[de GUARDEMOS TODOS LOS PÁJAROS BAJO LA FALDA]

No se puede, desde el punto de vista de Tafoya, poner en movimiento la función inaugural y fundacional del lenguaje poético, y, por tanto, también su autorreflexividad y su función de gimnasia de la lengua y de reapropiación del lenguaje, sin exponerse simultáneamente al encuentro con la nada y el silencio que, sobre la base de la conexión entre temporalidad vivida y ser-para-la-muerte, nos parece que se puede legítimamente indicar no tanto como una suerte de divinidad pensada en términos de teología negativa, cuanto como lo otro de la cultura, y, por consiguiente, la naturaleza, la corporalidad, la salvaje tristeza de la realidad; o también, si se quiere, el cuerpo y la afectividad, antes y más acá de toda reglamentación alienante operada por lo simbólico. Lo sagrado sin dioses y sin héroes, lo sagrado que perdura más allá de los sujetos y los marcos culturales. Porque el lenguaje, la materia esencial de la poesía, es el no ser que les da el ser a las cosas, tal como lo han planteado Heidegger y Wittgenstein, cada quien desde su propia perspectiva filosófica.

Desconfía
que tan importante es el silencio
que necesario es no callar
[de EL DERRUMBE DE LAS OFELIAS]

El/la sujeto de la poesía de Adriana Tafoya se comunica desde la razón poética, no es un personaje filósofo masculino, que todo lo quiere ver y nombrar desde lejos y en frío, pero creyendo que lo conoce por dentro y en caliente, sino un personaje muy subjetivo que reflexiona como persona femenina, no exactamente como una mujer, sino desde lo femenino que viene después de la liberación de las mujeres, lo otro del ser mujer, en la tibieza propia de la vida real. Un ser con una tristeza nueva y muy poderosa, la tristeza de reconocer el peso de la realidad en la hora del nihilismo galopante. La tristeza que debe venir después de la vivencia del éxtasis liberador y luego de la frialdad con que debe vivirse la auténtica libertad, que no es hacer lo que un@ quiere, sino lo que se debe hacer para darle sentido real a la vida personal, una cuestión de cada quien con su propia conciencia y su responsabilidad ante la sociedad y el mundo.

Y con todo y el dolor
–y a pesar de él y su dolor
de ese suplicio tuerto y cojo–
se arruga el capullo de la piel
se destiñe la pelambrera de su carne
pues para la muerte el odio no es más que una fresa
que sangra de la rama.
[de LOS RITUALES DE LA TRISTEZA (POEMA ÚLTIMO)]

El lenguaje poético puesto en juego por Tafoya en Los rituales de la tristeza no es primariamente un instrumento sino que es el lugar del des-velamiento, el lugar donde la forma se dice, o sea, donde el contenido revela su deber ser, la verdad como existencia viviente. Porque las palabras no son meras etiquetas que les ponemos a las cosas, sino que surgen de la percepción significativa y mundanal de las cosas, son la expresión de la forma como un/a sujeto experimenta la existencia real y concreta. Desde dicha red de relaciones es el lenguaje el que nos habla y nosotros los que co-respondemos. Cuando la co-respondencia es respuesta viviente al proceso de des-velamiento en cuanto des-velamiento, el lenguaje parece oscurecerse. Cuando este oscurecimiento no es oscurantismo sino un intento de co-respondencia a lo velado como velado decimos que el lenguaje es poético. Así como una de las características del velamiento es su inagotabilidad, que nos pone siempre de nuevo en cuestionamiento descentrándonos, así también todo auténtico lenguaje poético está siempre por des-cubrirse, nos lleva siempre por delante. Y por tal razón la poesía esencial de Adriana Tafoya como casa de la forma no se aquieta ni envejece, sino que se revela como movimiento libre del pensar y el sentir, como impulso abierto por completo al porvenir, el asombro de lo inesperado.

Guardemos hombres y mujeres bajo las faldas
parjarillos de todos colores,
tibiemos la piel de madre-humedad
para que no aleteen pequeñas sus pestañas por el frío
y suden consuelo en el aislamiento.
[de GUARDEMOS TODOS LOS PÁJAROS BAJO LA FALDA]

Es por eso que l@s poetas son quienes están a la escucha y al cuidado del lenguaje. Es por eso que la medida del ser humano y con ello también la medida de la salud psíquica es el habitar poéticamente sobre esta tierra, como dice Heidegger retomando a Hölderlin. Esto no tiene nada que ver con un misticismo superficial y predecible, pues la pregunta por lo sagrado puede plantearse desde aquí de una forma muy diferente a la que se plantea desde el esquema subjetivista, ni mucho menos tiene que ver con un romanticismo tardío: la experiencia originaria filosófica es vivida ciertamente en determinados momentos, por ejemplo de angustia o de alegría, de libertad o enfermedad, de entrega, en los cuales el estar más allá de las cosas se percibe como des-velamiento. Así la poesía de Tafoya nos dice lo que oculta o vela el encierro patriarcal en el ser mujer, lo mismo que deshace la armadura de engaños con que se teje el ser varón, para dejarnos ver y nombrar otra forma de personalidad. Esto está por supuesto muy lejos de querer ir buscando misterios por donde no los hay. El vivir poéticamente no es vivir en un pseudo-parnaso, sino que es «en la tierra», ni tampoco es una mera actividad intelectual, sino que es un «hablar». La existencia poética, es decir humano, es la existencia abierta por excelencia.

Innegable es también
que si no escribiéramos
nosotros, los poetas malos (espuma de los mares),
los grandes poetas no existirían
no podrían formarse porque necesitan
a toda costa
de nuestras olas pequeñas
[de DE LA TRISTEZA DEL POETA AL BAJAR LA MAREA EN LA MESA DE LECTURA]

De manera que el/la sujeto poético de los textos de Tafoya en Los rituales de la tristeza nos habla desde una nueva condición del ser, es decir, desde otra vivencia del estar en la casa de la forma, la vivencia que ha hecho posible la liberación de las mujeres, una profunda transformación histórica de la cultura occidental y su orden simbólico. Un cambio que nos hace salir del lado negativo del lenguaje, donde todo parece ser dicho desde el pasado, para lanzarnos a la experiencia poética del lenguaje como novedad cargada de futuro. Un nuevo saber y sentir, aún indefinibles. Otro modo de estar en el mundo que se expresa de forma trascendental en el conjunto de diez poemas que lleva por título “Los cantos de la ternura”, un discurso extraño dentro de la poesía, pues expresa la tragedia de una madre que ha elegido asesinar a su hijo. Todo ocurre más allá de la violencia usual, en un terreno más que nada metafísico. Porque resulta imposible determinar con claridad las razones que esa madre tiene para realizar tal acto trágico, tan sólo podemos entender que lo efectúa por su libertad y voluntad, porque ella lo considera necesario. El relato de esta acción discurre en diez estaciones, que van del número cero al número diez, como los meses de una gestación. Y quizá todo sea un acto simbólico, un gesto supremo donde la madre mata al hijo en tanto objeto de deseo falogocéntrico, para asumir su maternidad en forma nueva y liberada. Porque “Los cantos de la ternura” expresan una tragedia desconocida, la de la madre que sacrifica al hijo por la libertad de ambos, no por un motivo de venganza o de cólera contra el padre. De manera que así se vive una situación que pasa del éxtasis de la libertad bien ganada y propia a la frialdad de la existencia sin engaños de amor, sin trampas maternales, para al fin llegar a la tristeza del reconocimiento de la existencia como co-respondencia con la soledad necesaria, la que no encarcela ni a la madre ni al hijo, la que brota de la renuncia a la propiedad de lo impropio.
Otro poema importante y muy original dentro del gran conjunto de Los rituales de la tristeza es “Viejos rituales para amar a un anciano”. Aquí se deja oír y pensar el nuevo erotismo que produce la escritura de Adriana Tafoya, un erotismo que impulsan las muchas voces femeninas de nuestra actual poesía, donde destacan Silvia Tomasa Rivera y Lucía Rivadeneyra. Es un poema de amor inusual, el instructivo que dicta una persona femenina joven sobre el mejor modo de hacer el amor a un varón viejo, un discurso donde la persona activa es ella y el pasivo es él, aunque, ya entonces, ambos valores se desvirtúan en todos sentidos, se dispersan. Desde mi situación personal, la de alguien que ingresa ya en la sexta decena de años de vida, es un poema conmovedor, me hace desear el gozo de esa experiencia, tal como supongo que ocurre a los personajes femeninos cuando leen poemas eróticos escritos por un sujeto masculino.
Adriana Tafoya (1974) ha alcanzado la plenitud poética con esta obra precisa y exacta. Bien se puede afirmar que su poesía ha encontrado voz y estilo propios. Como propone Hortensia Carrasco en el diálogo con Miguel Ángel Córdova que sirve de epílogo para este libro: la tristeza de que escribe Tafoya es algo nuevo, una tristeza propia de ella, porque es el resultado de un enfrentamiento con la realidad y no una especie de congoja efímera. Es la tristeza de alguien que comprende la verdad del ser. También, entonces, es una nueva versión de la madre y lo maternal, una versión que no depende del padre ni sólo de la materia, una maternidad total que no teme a la sangre y se reconoce con una voluntad única, capaz de hablar por sí y para sí misma, sin caer en la esquizofrenia de quien cree que habla por el padre y el hijo a la vez. Aunque también ésta es una poesía digna del influjo impuesto por escritores como José Carlos Becerra, Jaime Reyes y Ricardo Castillo, y del lado de las mujeres por escritoras como Rosario Castellanos, Norma Bazúa, Dolores Castro, Mónica Mansour, Francesca Gargallo, Lucía Rivadeneyra, Silvia Tomasa Rivera y Coral Bracho. Una poesía libre de las ilusiones del canon y sus instituciones burguesas, una poesía contracultural y subterránea, sin inquietud por el mercado ni por el parnaso comodino, una poesía que no depende de mandarines de la kulchura ni de las bendiciones de las personalidades coyoacanas de la crítica literaria. Pero lo mejor de lo mejor de la poesía de Tafoya es que sea una nueva versión de ser humano y poeta, una versión llena de un nuevo humanismo mexicano, y una poesía capaz de dar nueva forma y contenido a la casa del ser. De tal manera podemos tener la certeza de que la poesía mexicana florece, brilla y crece en la obra de Adriana Tafoya, donde lo mejor ya se manifiesta y nos anuncia un porvenir trascendente. Que así sea.

2 thoughts on “Carnaval de poesía

  1. LOS CANTOS DE LA TERNURA DE ADRIANA TAFOYA Por Juan Cu
    Publicado el mayo 1, 2014 por juancu777

    AdrianaCantos
    El utilizar la mitología griega, y sus dificultades para tratar de comprenderla y generalizarla a través de un particular punto de vista y además utilizarlo como referencia específica es muy arriesgado.

    Que así de ininteligibles son todas las mitologías de todos los países del mundo, y más, cuando se quiere moldearlas para justificar un fin en la historia. Ejemplos como la tragedia griega Medea de Eurípides:

    CORIFEO. — ¿Te atreverías a matar a tu simiente, mujer? Verso 816

    MEDEA.— Así quedará desgarrado con más fuerza mi esposo.Verso 817

    Medea, Eurípides.Ed.Bilingüe. Gredos 1999

    Otro ejemplo desde otra visión lo tenemos en “Fastos” de Ovidio Nasón (-43 al 17 d.C ):

    “Día 13: Fiesta de Carmentis. Cuando el sol que vea tras de sí a las Idus sea el tercero, se oficiarán las ceremonias relacionadas con la diosa Parrasia. (Camentis. Se la llama -Parrasia- porque había llegado de Arcadia, de la que Parrasia era un distrito.) Pues antes transportaban a las madres ausonias carruajes (carpenta) ( que también creo que se llaman así por la madre de Evandro. Más tarde se les arrebató ese honor, por lo que ninguna señora aceptaba renovar la descendencia de sus ingratos esposos con alumbramiento alguno, y , para evitar el parto se golpeaban a ciegas temerariamente y expulsaban de sus entrañas el peso que iba creciendo. Dicen que los senadores llamaron al orden a las esposas que se atrevieron a tal inhumanidad, pero que pese a ello les devolvieron sus derechos. Y ahora mandan que se celebren dos ceremonias igualmente en honor de la madre -tegeea-, porque nascan niños y niñas…”

    En Fastos Ovidio Nasón trad. y notas Bartolomé Segura Ramos. Biblioteca Gredos. Madrid. 2001.

    Este es el tema ( y sus variantes puntos de vista. Ver entre otras cosas el mito de las Amazonas ) que aborda la escritora Adriana Tafoya en su poema con título de Los Cantos de la Ternura.

    Lévís-Strauss, el antropólogo Francés-Belga (1908-2009), en su libro “Las estructuras de parentesco”, sostuvo que los parentescos familiares estaban relacionados con alianzas entre el par de familias y no en la ascendencia de un ancestro común como lo pensaban los europeos de finales del siglo XIX, es decir las familias se integran en la sociedad a manera de intereses para fortalecer una unión duradera, donde la mujer juega un papel preponderante; esto lo descubrió al estudiar (1935-1939) las costumbres de los indígenas brasileños, entre otras cosas.

    Simone de Beauvoir estuvo de acuerdo en el planteamiento de Lévís-Strauss, en su libro,”El Segundo Sexo” (Le Deuxième Sexe, 1949). Hasta aquí pudieran estar las cosas para el siglo XX.

    Regresando a la historia, la tragedia de Medea de Eurípides, ofrece una “hendidura” en el mito familiar que se relaciona con una excepción de las costumbres del pueblo griego: “el libre albedrio de la madre”, los hombres griegos negarán su existencia por la sana preservación de la especie. En ellos estará significado su victoria desde siempre en la guerra con Troya durante los combates entre Aquiles y Pentesilea ( y otras mujeres amazonas) y Hércules contra Hipólita, hermana de aquélla con el objetivo de quitarle “el cinturón mágico de Hipólita” (lo del cinturón, interprétese como se quiera ) narrados en los “doce trabajos” del héroe en los mitos griegos.

    Así, los temas femeninos de la antigüedad donde las participantes, por ejemplo, durante el culto religioso nacional fueron mujeres las que desarrollaron una personalidad importante en la sociedad de su tiempo (véase sobre las sibilas en el famoso Templo de Cumas), obtendrían de ahí su carácter no menos sanguinario en comparación con los hombres: recuérdese que la tierna sibila de la historia griega de los inocentes libros que leemos, no fueron aquéllas dulces mujeres que evocaban profecías dentro de la historia general, sino la sibila, que, a la manera de sacerdotisa a los piés de Artemisa, como la describió Alfonso Reyes en su poema (¿teatro?) Ifigenia Cruel, que sin memoria de por qué estaba ahí, ni recuerdos de su familia hasta encontrárse a su hermano en el momento desu llegada para sacrificarlo como cualquier otro extranjero destinado en honor a la diosa. Ifigenia, una mujer que sólo su voluntad la conducía en su oficio. Ella, mujer sacerdotisa, como una real sacrificadora de hombres:

    Ifigenia.- “Tu voluntad hormigueaba
    desde mi cabeza hasta el seno,
    y colmándome del todo el pecho,
    se derramaba por mis brazos.

    Nacía entre mi mano el cuchillo,
    y ya soy tu carnicera, oh Diosa…”

    Coro—Hija salvaje de palabras:
    ¿quién te hizo sabia en destazar la víctima?
    ¿Quién te enseñó el costado donde esconde
    su corazón el náufrago extranjero?
    De Ifigenia Cruel. Alfonso Reyes. Obras completas

    Adriana Tafoya volvería décadas después a observar “la cicatriz imposible de Medea” e intentará hendir de nuevo la heridade forma semejante y a su voluntad como lo haría Ifigenia de Don Alfonso Reyes: darle nuevamente voz a un espíritu desde el pasado. Eso son Los Cantos de la Ternura:

    “La muerte de un hijo
    paraliza el cuerpo
    reseca la lengua
    sangra los oídos
    me dicen,
    duele de noche
    el agua se quiebra
    humedece los cabellos
    y el territorio se hace lodo.
    El dolor golpea en el vientre,
    me dicen derrumba cavernas
    y derrama los pájaros,
    lágrimas rojas que sostienen al cielo…”

    Adriana Tafoya de Cantos de la Ternura

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