Elefante asiático S.O.S.

Por Alberto Salazar Gutierrez

Hanoi, 10 jul (PL) El último aldabonazo lo dio el grupo Protección Mundial Animal: en Asia, miles de elefantes viven bajo crueles condiciones de cautiverio y explotación sin que las autoridades hagan mucho por evitarlo.
Tras una investigación de dos años, la organización alertó en especial sobre la situación en Tailandia, donde unos dos mil paquidermos son empleados para dar paseos a los turistas, en espectáculos circenses y hasta en templos religiosos.
Confinados en estrechos e insalubres corrales, encadenados, mal alimentados y sin adecuado tratamiento veterinario, estos animales son una suerte de esclavos sometidos a una vida miserable que muchas veces termina en muerte prematura.
El gobierno nada puede hacer porque los elefantes utilizados en paseos y espectáculos  son considerados un medio de transporte, explicó a periodistas Thiradech Palasuwan, un funcionario de la Oficina Conservadora de Vida Silvestre. Sencillamente, no caen bajo la supervisión del departamento, dijo.
Un dato para el lamento: si en el antiguo Reino de Siam había más de 100 mil elefantes hacia 1850, en la actual Tailandia solo quedan unos seis mil, la mitad de ellos domésticos, y la mayoría de estos, maltratados de diversas formas.
Según reportes de grupos conservacionistas, la situación se replica a mayor o menor escala en los demás países donde existen estos infortunados gigantes (Bangladesh, Bután, Myanmar, Cambodia, China, India, Laos, Malasia, Nepal, Sri Lanka, Tailandia y Vietnam).
En la India, donde tuve la suerte de trabajar durante cuatro años, eran frecuentes los reportes de prensa sobre la muerte accidental de elefantes en choques con trenes, al tocar cables de alta tensión, o a manos de campesinos que defendían sus labradíos y de traficantes de los preciados colmillos de marfil.
Fui testigo del uso de una vara con punta aguzada mediante la cual un «mahout» aguijoneaba a su elefante para hacerlo marchar más rápido sobre una avenida de Nueva Delhi. Y sin que el animal, ni yo ni nadie pudiéramos protestar, porque ese es un derecho comúnmente reconocido del «cuidador».
Si algún aliciente tuve ese día fue que, un centenar de metros más adelante, el dúo hizo una parada y muchos transeúntes obsequiaron papayas y otros frutos a la noble bestia. A la otra, a la que cabalgaba sobre su lomo, apenas le prestaron atención.
Cuesta creer que escenas como esa se den en un país como la India, donde el elefante es reverenciado como uno de los principales dioses a través del inefable Ganesha, un mítico niño con cabeza de paquidermo.
Otro dato para el lamento: en la India del siglo XVII, solo el emperador Jehangir tenía 113 mil elefantes. Hoy solo quedan unos 31 mil en todo el país, tres mil 500 de ellos bajo condiciones de cautiverio. En Nepal, donde por cierto son igualmente sagrados, los elefantes apenas pasan de 100.
También sufrí lo mío en Sri Lanka, donde en un templo budista de cuyo nombre no quiero acordarme tenían un elefantito encadenado y cubierto de moscas para la mera contemplación de los turistas. Varios de los cuales, para ser justos, criticaron el espectáculo.
Igual me partió el alma un elefantazo que agonizaba ante mis ojos en un monte cercano a la central ciudad de Kandy, golpeado al parecer por un camión o un vehículo de alto tonelaje. Guardo la foto del hecho como un triste recordatorio de quien suele ser el perdedor en los encontronazos hombre-elefante.
Ese mismo día, cerca de allí, en Pinnawela, también encontré cierto consuelo al visitar el primer y único orfanato de elefantes del mundo.
Bajo esmeradas condiciones, el centro acoge a más de 60 elefantitos que perdieron a sus padres por diversas causas, así como a unos 25 adultos que sufrieron accidentes, fueron atacados por los contrabandistas de marfil, o quedaron mutilados por una mina durante una guerra interna de casi 30 años.
En Vietnam llevo unos pocos días y hoy mismo una noticia me hiere las pupilas: en la provincia de Thanh Hoa (centro), fuerzas de seguridad detuvieron un camión que transportaba dos toneladas de artículos fabricados con marfil.
En la nación indochina solo quedan unos 180 elefantes, domesticados la tercera parte. Y según la Administración Forestal es una especie en franco riesgo de extinción debido a la reducción de su hábitat, los enfrentamientos con el hombre, la caza furtiva y la no reproducción entre los cautivos.
Según estimaciones moderadas de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, los elefantes asiáticos no pasan de 63 mil, una cuarta parte de ellos en cautiverio.
Los conservacionistas calculan que en los últimos 60 años el rebaño mundial de estos mamíferos se redujo a la mitad. Y si otrora poblaron una vasta zona que iba de Irak y Siria a China, ahora solo viven en la franja comprendida entre la India y Vietnam, amén de unos pocos en la provincia china de Yunnan.
Sobran motivos para el S.O.S. El elefante asiático se nos está muriendo.

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