Un día sin Alemania y el fútbol parece otro deporte

Por Yasiel Cancio Vilar

Samara, Rusia, 28 jun (PL) En la cabeza de muchos había un duelo Brasil-Alemania en octavos de final, espléndido aunque prematuro; nadie, a excepción de algún fanático arrebatado, contaba con la caída del imperio germano en el Mundial de fútbol de Rusia.
Pero las brazas del fuego del infierno consumieron a la Mannschaft. Una pequeñita máquina de afeitar arrasó con kilómetros y kilómetros de historia. Surcorea, sí, los quirúrgicos Guerreros Taeguk minaron el camino de Alemania en Rusia y la expulsaron escandalosamente del torneo por primera vez en fase de grupos.
Pasó un rato y el mundo no lo creía. Todavía hay personas que hoy no dan crédito al asunto porque «el fútbol es un deporte de 11 contra 11 en el que siempre gana Alemania», como acuñó Gary Lineker en una ocasión. Los teutones nunca pierden en trámites similares contra rivales de poca monta.
Entonces, ¿por qué creer la estruendosa noticia? ¿Estaríamos soñando? ¿La rotación del planeta habrá cambiado? ¿Cómo es posible que Alemania, la cuatro veces titular mundial y monarca defensora del trono, quedara muerta en Kazán, a orillas del Volga?
En la vida hay cosas que no tienen explicación.
Alemania, la selección más pragmática y temida del mundo -aunque Brasil ostente más cetros del orbe-, cayó a la ultratumba irremediablemente. Derrotas contra México y Surcorea propiciaron el colapso, que puso ser mucho más dramático si Toni Kroos no mete aquel tiro libre contra Suecia, en el minuto 95.
La humillación va aún más allá porque, además de la tácita eliminación, los germanos ocuparon la última posición en la trinchera F del Mundial.
Ahora es campeonato no es lo mismo. Alemania es el equipo que todos quieren ver ganar o perder, el amado y odiado, el que nunca pasa desapercibido, el tiránico y celestial.
Un día sin Alemania y el fútbol parece otro deporte; un día sin la Mannschaft y la competencia parece haber perdido el 90 por ciento del picante; un día sin el combinado teutón, un día con el trono vacío, sin dueño.
Pasamos de un Alemania-Brasil y nueve títulos mundiales sobre la mesa en octavos, a un dinámico e incluso atractivo México-Brasil, que no está mal pero que no es lo mismo ni de casualidad. Años luz.
Podrán pasar generaciones y este momento jamás pasará desapercibo, como el Maracanazo de Brasil, o los tortazos de los magníficos equipos Holanda que nunca ganaron nada, o la hecatombe de Argentina en 2002 cuando gritaba -o blasfemaba- a viva voz que era el mejor equipo del planeta y falleció en la ronda de grupos, o las reiteradas caídas de España en cuartos de final.
Alemania nos dejó. Descanse en paz. Eso sí, Rusia continua siendo un cementerio para las invasiones germanas.

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