Puerto Príncipe, el renacer de una ciudad

Puerto Príncipe (PL) Cuando el forastero pone sus pies y levanta la vista hacia todas partes en Puerto Príncipe, la capital de Haití, asiste a un momento único, inolvidable, de esos para guardar por siempre y compartir en el instante menos previsto.

Muchos piensan en la capital de Haití como un lugar poco bendecido, al igual que toda la nación, pero resulta preferible saberla con ganas de seguir adelante, renacer, levantarse y contagiar al visitante de felicidad.

Las desgracias de esta ciudad pueden nombrarse desde el pasado hasta nuestros días: colonización española, dominación francesa, saqueo de piratas, injerencia estadounidense, dictaduras de Francois y Jean Claude Duvalier, golpes de Estado y cascos azules.

También, los vocablos hambre, soledad, pobreza, desesperanza, terremoto y cólera, estos dos últimos a partir de 2010, pueden definir la urbe, de geografía irregular, con llanos y montañas que atentan contra la tranquilidad del viajero sobre un vehículo automotor.

Andar en moto, ómnibus o los pintorescos tap tap, un medio de transporte más pequeño que el anterior, representa la oportunidad de hacer fluir la adrenalina por la irresponsable manía de los

conductores de llevar el timón sin medir riesgos para la vida.

Entonces, la elección de transitar por sus propios pies puede convertirse en antídoto contra la alteración nerviosa y en la manera para lograr un mayor contacto con la gente, que a simple vista parece demasiada.

Diversas fuentes afirman que más de un cuarto de la población haitiana, de unos 10 millones de habitantes, vive en Puerto Príncipe, sin embargo, cualquiera duda del dato en una rápida mirada a su

alrededor.

Esquinas, aceras y hasta la calle misma constituyen espacios donde proliferan los vendedores informales de comunes e insospechados objetos en busca del sustento diario y un bocado de comida que muchas veces resulta inalcanzable.

Aún cuando llama la atención la existencia de muchos puestos para comercializar alimentos, desde caldos con viandas hasta grandes pedazos de pollo asados sobre improvisadas hornillas de carbón, la mayoría de las personas padece hambre.

Paralelamente, las contradicciones se adueñan del entorno, y la publicidad de grandes corporaciones, expuesta en vallas, paredes y carteles, anda junto a las imágenes de niños en la limpieza de los cristales de autos de modelos muy recientes.

Sin embargo, la ciudad se empeña en renacer y dejar atrás el doloroso recuerdo del sismo del 12 de enero de 2010, responsable de la muerte de 300 mil personas y la destrucción de los hogares de dos millones.

Ese temblor de tierra, de 7,3 grados en la escala abierta de Richter, también hizo trizas gran parte de la infraestructura capitalina y desbarató símbolos como el Palacio Presidencial y la Catedral.

Las ruinas de ambos sitios entristecen, y también la existencia de más de 350 mil haitianos que todavía viven como desplazados por las consecuencias del movimiento telúrico.

A pesar de tantos golpes, naturales y políticos, Puerto Príncipe cuenta con los deseos de edificar, y es normal percatarse de sus ciudadanos, pala en mano, en el esfuerzo de dar vida a nuevas obras.

Con el olor a cemento y arena, el visitante anda por la urbe, e intenta descifrar y aprender algunas palabras en creole para responder al menos el saludo de los lugareños, acostumbrados a un sofocante calor que disminuye en la parte más alta de las lomas.

Desde allá arriba, en un punto de Petionville por ejemplo, también existe una mirada peculiar, pero los barrios de abajo parecen y son cada vez más pobres y se difumina la alegría de la gente.

Sin dudas, afirman, los pobladores de Puerto Príncipe quieren empezar otra vez, retomar el camino de la felicidad, y en ese empeño las mujeres inspiran cualquier anhelo a partir de elevadas cuotas de sacrificio personal.

Mientras, los hombres no se quedan atrás, y tienen a cada momento unas ganas inmensas de sobrevivir ante las adversidades, como el ataque del cólera que durante casi tres años ha matado a más de siete mil 600 haitianos.

Puerto Príncipe, con sus calles y avenidas polvorientas, y la bella plaza del Campo de Marte en pleno corazón de la urbe, dista mucho de ser únicamente esa ciudad trágica presentada por medios

extranjeros de prensa.

En contraposición con tal propuesta, emergen las esperanzas del cambio y el espíritu ancestral de seres humanos, que siempre han luchado por tener un mejor lugar para vivir sobre la tierra.

 

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