De Neza York a Nueva York: escribe Stephen Bluestone

FEDERICO GARCIA LORCA VISITS

THE SEPHARDIC CEMETERIES OF NEW YORK

The autumn stones spoke an Iberian patois

drawing the poet like water that weeps

to a distant port of myrtle and pomegranate,

though the dead from Recife in their linen vests,

sang only of leaves, the small debris of leaves.

The sails of the boats were green and scarlet,

and in their holds a cargo of skulls slept

like autumn birds in an air of expectant footsteps;

the poet, listening, heard a song in the East,

saw a gate of gold and a hill bright with olives.

He saw frost on the way from Brazil, a pelican sea,

a pale moon off St. Pierre and Martinique,

and the fever quartering in, the rats of Spain,

the futile squadrons of doves in a dead cloak,

the artillery of waves, the furnaces of arabesques.

Many ships he saw downtown on West 11th;

on St. James Place, the hospital of the Alhambra;

on West 21st Street he saw St. Francis’ weep

in the chrome face of the stainless moon,

rising through latitudes, until it reached Granada.

To win himself. To conquer and reconquer

the sword of anguish in the shattered heart.

On the long road home from New York,

to refuse sleep until the bullet that made Christ,

magnified and sanctified, sang in his throat.

Stephen Bluestone

FEDERICO GARCIA LORCA VISITA

LOS CEMENTERIOS SEFARDÍESDE NUEVA YORK

Las lápidas de otoño discurríanen un dialecto ibérico

llevandoal poeta comoagua que llora

hacia un puerto lejano de mirtosy granadas,

aunque los muertos de Recife en sus chalecos de lino

cantaban solamente de las hojas, de los pequeños restos de hojas.

Las velas de los barcos eran verdes y escarlatas,

yen sus bodegas dormía un cargamento de calaveras

como pájaros de otoño en un aire de pasos expectantes;

el poeta, al oírlo, oyó un canto deOriente,

vio una puerta dorada y una colina resplandecientede olivos.

Vio escarcha en el caminode Brasil, un mar pelícano,

una luna blanquecinaen las costas de San Pedro y Martinica,

y la fiebre aproximándose, las ratas de España,

los fútiles escuadrones de palomas vestidas con mortaja,

la artillería de las olas, las fraguas de arabescos.

Muchas naves viodowntown,en West 11th;

en St. James Place, el hospital de la Alhambra;

en West 21stStreet observó aSan Francisco que lloraba

enel rostro cromado de la luna inoxidable,

elevándoseentre latitudes, hasta alcanzar Granada.

Para ganarse a sí mismo. Para conquistar y reconquistar

la espada de la angustia en el corazón quebrado.

En la larga travesía de regreso a casa desde Nueva York,

para rechazar el sueñohasta que la bala que hizo a Cristo,

exaltada y santificada, cantara en su garganta.

Stephen Bluestone

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