Recuerdos de Compay Segundo

Por Jorge Petinaud Martínez

La Habana (PL) Más que sus innegables virtudes y talento como músico y compositor, la primera cualidad de Máximo Francisco Repilado Múñoz (Compay Segundo) que surge en mi memoria al evocar 23 años de amistad cercana y directa con ese artista de renombre mundial es su vocación de ayudar a los demás.
A 109 años de su natalicio en la playa de Siboney, Santiago de Cuba (18 de noviembre de 1907-13 de julio de 2003), ahora lo recuerdo en 1997, cuando al regreso de una amplia y exitosa gira por Europa, vino acompañado por su amigo francés Jean Arranz, quien permaneció en La Habana por varios meses.
Pronto nació un estrecho vínculo entre Juan -así lo cubanizó Repilado- y yo, pues coincidíamos en la casa de nuestro ídolo, en la calle Salud entre Oquendo y Marqués González, en Cayo Hueso, Centro Habana. Participábamos en sus ensayos y después, lo acompañábamos a las muchas visitas que realizaba.
Compay solía entonces colocarse un sobrecito en el bolsillo de la camisa, detalle que nos llamó la atención.
Pronto descubrimos que allí guardaba cada día un paquetico de billetes de 5, 10, 20 y hasta 50 dólares, los cuales discretamente, repartía a una anciana viuda, a la madre de un niño enfermo o de un vecino ingresado; a un viejo compañero de trabajo que se recuperaba de neuropatía o a la inquilina de un solar (ciudadela de vecindario).
Juan y yo, en acuerdo tácito, nos convertimos en una especie de custodios de nuestro amigo porque fue imposible convencerlo de que en La Habana de la etapa de crisis conocida como período especial, en  aras de su seguridad personal, renunciara al placer de la solidaridad.
Algún tiempo después, no nos sorprendió que ya en el apogeo de la fama mundial, Compay Segundo donara a la salud pública cubana los 37 mil 500 dólares recaudados en la subasta de dos de sus sombreros en el Festival de Habanos.
Otra prueba de su espíritu solidario y su lealtad a los amigos nos la dio luego de su cumpleaños 90.
A Juan y a mí nos inquietaba la indisposición que sufría el locutor de Radio Progreso Eduardo Rosillo cuando fuimos a buscar a Compay Segundo al estudio Sono Caribe, donde grababa junto al cantante Rolo Martínez y al grupo del flautista Orlando Valle (Maraca).
Esa tarde nadie pudo impedirle que subiera 50 escalones hasta el apartamento de Rosillo en el último piso del edificio -sito en la calle Vapor entre Espada y Hospital, Centro Habana- y que solo se despidiera cuando lo vio reanimado. Ese gesto se repitió cuatro años después en una situación similar.
GENIALIDAD, OPTIMISMO Y MILAGROS
Por aquellos días, Compay Segundo y sus Muchachos ensayaban las canciones que restaban para completar el disco Lo mejor de la Vida.
Una de ellas era Linda Graciela, bolero-son de Rafael Ortiz, con la que pudimos entender la genialidad de aquel artista nonagenario.
Lo primero que revisó fue el texto, y cambió una frase por considerarla redundante. El original decía: «el insomnio me desvela», y él lo sustituyó por «el insomnio me devora».
Otro elemento de mucho interés para él en una obra musical era su intencionalidad. En el caso de Linda Graciela le exigía a cada instrumentista que se sintiera «un septetero de la Playa de Marianao en una madrugada de los años 30, cansado, soñoliento, borracho…».
Esto requería un sonido característico de cada instrumento, una forma peculiar de cantar, de rallar en la guitarra acompañante, de tocar la trompeta.
Y todos esos sonidos Compay los sacaba de aquella verdadera orquesta sinfónica que era su guitarra a la que denominó armónico tras las innovaciones que le realizó en 1922, y les pedía que los repitieran.
Lo más curioso resultaba que al final de cuatro, cinco y más horas de ensayos, cuando la mayoría de los músicos y los «curiosos» ya estábamos agotados, Compay Segundo nos proponía una de sus visitas o salir a comer algo, y hasta el momento del almuerzo se mantenía como el más lúcido de todos nosotros. Después sí le gustaba disfrutar de una siesta.
Para esa fecha -debo confesarlo- ya yo lo creía capaz de lograr cualquier milagro, a diferencia de 1980, cuando lo entrevisté por primera vez a los 73 años y habló de su sueño de estrenar un día su obra de teatro basada en la canción Se secó el arroyito, o de incluir los clarinetes con un papel protagónico en su grupo.
Se mostró tan optimista, con tanta fe en el futuro y en su arte, que por su edad me pareció demasiado ingenuo, aunque me conquistó su fidelidad a la mejor música tradicional, su estilo originalísimo y sobre todo su calidad humana.
Dejé de verlo cuando en busca de mejores horizontes partió hacia Santiago de Cuba a mediados de la década de 1980. Allá se incorporó al Cuarteto Patria, ya bajo la dirección de Eliades Ochoa. Con ellos grabó Chan Chan, en 1989, en los estudios Siboney, de la EGREM de Santiago de Cuba.
Un año antes, por un proyecto del hoy fallecido musicólogo Danilo Orozco y la Smithonian Institution viajó con el Patria a Washington, donde se reencontró con su viejo camarada del cuarteto Hatuey (1938) Marcelino Guerra (Rapindey) y cosechó un rotundo éxito.
En la radio lo escuché un día de 1990, cantando a dúo con Pablo Milanés una de las canciones del disco Años, y desde entonces dudé de las limitaciones de la edad.
Mayor fue mi sorpresa la noche en que llegó a mi apartamento de Infanta  y Estévez, en el Cerro, para decirme que estaba reorganizando su grupo y preguntarme dónde podía localizar a mi vecino, el cantante Julio Fernández Colina. Con este como voz prima, Benito Suárez de guitarrista acompañante y su hijo Salvador Repilado, contrabajista y manager, rehizo Compay Segundo y sus Muchachos.
Estuvieron una temporada en el hotel Kohly, al oeste de La Habana, hasta que el productor español Santiago Auserón (Juan Perro) y el hoy fallecido escritor Bladimir Zamora, a instancias de Alicia Perea y Danilo Orozco, los invitaron al Encuentro del Flamenco y el Son, en Sevilla, donde cautivaron a la crítica y al público.
Ocurrió el verdadero milagro cuando por sugerencia de Orozco, Santiago Auserón produjo un antológico álbum doble con 32 interpretaciones de Compay Segundo y sus Muchachos.
A partir de entonces la península ibérica les resultó pequeña y poco después conquistaron al público francés.
Peter Gabriel los invitó en 1996 al festival Womad, en Canarias, donde hicieron delirar a 80 mil personas.
Esta cadena de éxitos provocó que Nick Gold, productor ejecutivo de lo que después sería Buena Vista Social Club, le pidiera a Juan de Marcos González que utilizara al autor de Chan Chan como carta de triunfo del proyecto. Por eso 17 años después de la primera entrevista lo consideraba capaz de realizar cualquier milagro.
ÚLTIMO ENCUENTRO
Cada nuevo éxito de Compay Segundo y sus Muchachos provocaba una visita a Cuba de Juan Arranz y otros amigos, y su reiteración de que Repilado se cuidara para que llegara a los 100 años. Quería promover su candidatura al Premio Nobel de la Paz, utopía que hizo realidad recientemente para un trovador el norteamericano Bob Dylan, merecedor de ese lauro como literato.
Y un día, con su humor característico, el veterano sonero le respondió a Juan que iba a cumplir 100 y luego pedir prórroga para arribar a 115, como Ma Regina, su abuela conga de origen bantú.
Originalmente fue una broma, pero le vi protagonizar tantos milagros después de los 73 años, que un día le rogué tomara el reto en serio para que volviera a saborear las flores de la vida después de los 115.
-Voy a tratar, me dijo también en serio.
Por eso entendí claramente su mensaje dos semanas antes de su fallecimiento, cuando a sabiendas de la gravedad su salud fuimos a verlo en representación de nuestro programa de Radio Progreso Un Domingo con Rosillo su director y locutor titular, Odris Heredia y yo, y coincidimos en su casa con Abel Acosta, entonces presidente del Instituto Cubano de la Música, y Ángel Gómez, a la sazón director del Centro Provincial de Música Tradicional Ignacio Piñeiro.
Antes de despedirnos nos acercamos a la butaca reclinable en la que estaba semidormido de cara al Sol de la mañana, y Rosillo pronunció su nombre.
Parece que reconoció a la emblemática voz de Radio Progreso y abrió los ojos ya sin aquella luz de vida que contagiaba, nos miró brevemente, extendió la mano izquierda como para estrechar las nuestras, y entonces dijo antes de volverse a recostar:
-Aquí, luchando.
Lo evoco casi 15 años después, convencido de que aunque su empeño no pudo vencer a la muerte para igualar los años de Ma Regina, el prolongado y espontáneo aplauso de cientos de personas que colmaban los alrededores de la funeraria de Calzada y K, en el Vedado, cuando un vehículo partía con su cuerpo, y los pétalos que llovieron sobre las
calles de su natal Santiago de Cuba en el trayecto hacia el cementerio de Santa Ifigenia fueron el último milagro de Compay Segundo, las inolvidables flores de su vida.

Deja tu comentario