¿Maduro y Guaidó como presidentes de Venezuela?

Luis Manuel Arce

México, 25 ene (PL) El canciller de México, Marcelo Ebrard, se mostró extrañado de «algo que tiene muy pocos precedentes, en cuanto a que se desconozca al gobierno de un país (Venezuela) y se reconozca a otra autoridad al mismo tiempo».

Es lógica su reacción pues, como conejo salido del sombrero de un mago, fue instalado en la política venezolana Juan Guaidó, personaje inocuo sacado de la oscuridad por medios de comunicación que ejecutan una guerra impropia contra Nicolás Maduro en nombre de Estados Unidos.

Tal hecho ni siquiera ha ocurrido en México, el país que más dualidades de gobernantes ha tenido por sus guerras civiles y contra España, y el propio Estados Unidos en épocas de Lincoln y Jefferson, encabezando los grupos rivales del Norte y el Sur.

La presencia de Guaidó en la arena política venezolana es fácil de explicar: la oposición se había quedado sin cabecilla y a Estados Unidos le hacía falta uno, sobre todo de la nueva horneada antichavista.

Algunos medios de prensa publican la pequeña lista de gobiernos que respaldan al autocalificado «presidente» Guaidó e intentan magnificarla, y obvian explicar que son los mismos que se confabularon en Lima y Washington contra Maduro.

Pero esos medios no hacen mención de los más de un centenar de países en todos los continentes que ratifican su reconocimiento al presidente constitucional bolivariano.

Sin embargo, más importante que preguntarse cuántos gobiernos respaldan al autoproclamado, lo principal es que se diga cuáles son, y la respuesta es tan obvia que no requiere comentarios: Estados Unidos, Brasil, Perú, Paraguay, Honduras, Argentina, Panamá, Chile o Ecuador.   

Lo más grave -pues la autoproclamación de Guaidó se acerca mucho al humor negro si no fuera tan peligrosa- es la declaración desafiante del secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo.

Pompeo afirmó que los diplomáticos de su país no abandonarán Venezuela tras la ruptura de relaciones porque Maduro no tiene autoridad para ello.

Eso es muy serio y va más allá de lo que, de hecho, ya daña al derecho internacional y la convivencia pacífica. Pompeo sigue instigando a la OEA a actuar, pero no le es tan fácil encontrar muchos más adeptos para apoyar a su nuevo protagonista, sacado de la nada.

De buenas a primeras, el personaje sin historia ni linaje, sin antecedentes a los cuales asirse, y con el brillo fementido de una aureola prefabricada como supremo líder de una Asamblea Nacional en desacato, se siente gratamente respaldado por la Casa Blanca como presidente de los venezolanos y tratado como si en realidad lo fuera.

Eso, por supuesto, no es suficiente, y allí se encierra un peligro mayor, al menos potencialmente.

Su proclamación no está en las urnas donde sí ganó su puesto el presidente Nicolás Maduro por amplia mayoría de votos, elecciones que pretenden desconocer Estados Unidos y la OEA de Luis Almagro por sus contundentes resultados favorables al bolivarianismo.

Después de los comicios de mayo pasado y ante los nuevos planes y programas económicos y financieros de la administración de Maduro, incluida la búsqueda de una independencia monetaria frente a la agresividad norteamericana, los enemigos cayeron en una crisis depresiva y sus líderes fueron literalmente silenciados.

En una reunión del Grupo de Lima, y luego en otra en Washington la semana pasada con la pretensión de desconocer a Maduro e impedirle tomar posesión, los mismos gobernantes reunidos en Perú pretendieron desempolvar la vieja Carta Democrática de la OEA.

De esa forma intentaban atacar al bolivarianismo por los cuatro puntos cardinales.

México fue una de las voces disonantes en ambos cónclaves. En Lima su representante declaró que no acompañaría a quienes promocionaban el desconocimiento de Maduro como presidente electo.

En Washington reiteró que no se sumaría a acciones contra un presidente constitucional de un país con el que existían relaciones diplomáticas.

En ambos foros México proclamó su apego en política exterior a los principios de no injerencia ni intervención en los asuntos internos de otros estados y que no rompería sus vínculos con Venezuela.

A todas luces, eso le ha acarreado críticas de algunos de los gobiernos de la región, incluido el de Donald Trump, que el ejecutivo mexicano está enfrentando de manera serena.

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