Ciudad de México: La Semana Santa y el exagerado urbanismo

México, 14 abr (Prensa Latina) Aunque es difícil que una ciudad de casi 22 millones de habitantes, sin incluir la población flotante, se vea vacía, la Semana Santa tiene la virtud de lograr una flacidez notable de su descomunal masa humana.

Lo mismo sucede con su tráfico vehicular, el más congestionado del planeta con seis mil 600 millones de viajes diarios y más de cinco millones de vehículos particulares registrados rodando al mismo tiempo.

En estos días santos dejan ver en el pavimento grandes espacios limpios de autos, algo que muy pocas veces se aprecia en cualquier calle de la ciudad por muy apartada que sea.

No se puede decir, sin embargo, que la fabulosa Ciudad de México quede como un saco vacío porque es humanamente imposible en el sentido literal del término pues por mucha devoción que se sienta hacia el Nazareno o que las campanas de las iglesias se rajen de tanto repicar, el monstruoso urbanismo estará siempre en la superficie cosmopolita.

La muestra por antonomasia es la popularísima calle Madero, entre López y el Zócalo, probablemente el espacio más disputado por peatones en la batalla épica de transitarla pues en cada momento que marque el reloj, a cualquier hora y cualquier día, el metro cuadrado por caminante siempre está exageradamente desbordado.

Dicen los lugareños que a los profesionales de protestas o de actos públicos allí no les hace falta convocar a nadie, pues con solo pararse en una esquina y vociferar algo, da la falsa impresión de que tiene a miles de seguidores.

Sin embargo, salirse del cono urbano y apostarse en las numerosas salidas hacia los estados del interior a donde el grueso de las familias salen en esta Semana Mayor, es creer que la ciudad pierde todo su jugo y queda como una naranja exprimida porque son cientos de miles los autos repletos de gente y de bultos que hacen filas en garitas hasta de 15 cuadras.

Ese enorme volumen de vacacionistas, pues es bastante aventurado decir que todos son religiosos, comenzó a abandonar la capital desde el viernes después de haber arrasado en los mercados con el pescado y mariscos ofertados a precios de mercaderes del templo de Jerusalén que harán subir las agujas de la inflación hasta su punto más alto.

No obstante, algunos comerán sus carnes rojas, no importa si es sacrilegio, porque les es muy difícil renunciar al taco al pastor o con carnitas, y mucho menos al corderito asado con cuero.

Quienes llevan lápices y libretas para apuntar las incidencias saben que, lamentablemente, llenarán muchas hojas trágicas porque las avalanchas siempre llevan aparejadas consecuencias y 50 mil soldados y policías que resguardarán el Operativo de Semana Santa son demasiado pocos para preservar de peligros la tradición.

La vigilancia estará reforzada en las playas donde el peregrinaje es más masivo sobre todo en estos días en que se han reportado en algunos lugares del sureste, el más atractivo destino de feligreses y apóstatas, hasta más de 40 grados centígrados.

No obstante, la diáspora se sentirá porque serán millones los que abandonarán las calles, despejarán las oficinas, convertirán en desiertos los correos y otros servicios públicos y disminuirán el abejeo permanente de los comerciantes y compradores en los mercados populosos de La Merced, Tepito o Lagunilla.

Pero no se engañen. Por mucho que le pidan los fieles, el Redentor no podrá impedir que en este ancestral México la ambición descanse en Semana Santa mientras el músculo duerma o repose ante un vaso de tequila o de mezcal. Es un imposible no solo evangélico.