Trump en Riad; negocios, terrorismo y obsesión contra Irán

Por Ulises Canales

Beirut, 21 may (PL) Que el primer viaje al exterior de Donald Trump fuera Arabia Saudita encierra muchos simbolismos, pero ninguna duda sobre sus calculadas motivaciones en las que Irán sirve de señuelo para hacer negocios y recomponer lazos con los musulmanes.
El presidente de Estados Unidos arribó el 20 de mayo a Riad con un portafolio cargado de seductoras ofertas de acuerdos para la inversión, el comercio y la coordinación política más allá de las fronteras sauditas, pues sostuvo tres cumbres con agendas muy similares en su esencia.
Más allá de los números astronómicos en lo relativo a transacciones y convenios, Trump y el rey Salman bin Abdulaziz se erigieron en adalides de una cruzada contra el terrorismo y Teherán, tanto a instancia del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) Pérsico como del mundo árabe-islámico.
Según declararon el secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, y el ministro saudita de Relaciones Exteriores, Adel Al-Jubeir, una prioridad de la visita fue trabajar de conjunto para robustecer las defensas del Golfo en aras de frenar la supuesta influencia regional del país persa.
Tras la cumbre Arabia Saudita-EE.UU., Tillerson pronunció la primera reacción oficial norteamericana a la reelección presidencial de Hassan Rouhani, pidiéndole a éste aprovechar la oportunidad «para poner fin al rol de Irán de apoyar fuerzas desestabilizadores existentes en esta región».
Directamente, urgió a Rouhani a «detener todo apoyo y financiamiento de los grupos terroristas», acusación basada en las sólidas relaciones de Teherán con el movimiento de Resistencia libanés Hizbulah, al que Washington y Riad catalogan como tal, y a cesar las pruebas de misiles balísticos.
Desde la capital de uno de los países árabes que aplica la doctrina wahabita, una de las más conservadoras del Islam sunnita, Tillerson reclamó al presidente persa «restaurar los derechos de los iraníes a la libertad de expresión y de organización para que vivan la vida que merecen».
«Si Rouhani desea cambiar la relación de Irán con el resto del mundo, esas son las cosas que podría hacer», afirmó a modo de ultimátum el jefe de la diplomacia estadounidense, a lo que su contraparte saudita añadió que «el juicio sobre Irán es por sus acciones y no por lo que dice».
Al-Jubeir culpó abiertamente a la república islámica de «plantar células terroristas en el reino, proveer armas y medios de destrucción a milicias como Hizbulah y los houthis yemenitas, e interferir en los asuntos de países árabes como Iraq, Siria, El Líbano y Yemen».
Incluso, vinculó al estado persa con un supuesto apoyo a Al-Qaeda y al Talibán, y le acusó de ejecutar muchas operaciones terroristas en Bahrein, alegaciones todas que han sido refutadas por el gobierno iraní.
Así, en plena euforia por la firma ayer de la denominada Declaración Conjunta de Visión Estratégica, muchos de los acuerdos y memorandos de oportunidades de inversiones tienen tras de sí -abierta o solapadamente- el fin de contrarrestar a Irán en materia económica, militar y diplomática.
El rey y Trump suscribieron acuerdos por más de 280 mil millones de dólares, con especial énfasis para los 110 mil millones en pactos para venta de armas y equipamiento militar al reino a fin de «respaldar sus necesidades defensivas» frente a la presunta amenaza persa.
Con esa suma, los ministerios de Defensa saudita y norteamericano prevén modernizar y reformar las capacidades defensivas del país árabe, lo cual se traduce en más aliento a las acciones bélicas contra los rebeldes houthis de Yemen, a pesar de dos años de guerra devastadora y letal.
Riad y Washington rubricaron igualmente un acuerdo de asociación para fabricar aquí helicópteros Black Hock, otros cuatro en el campo de las industrias militares con las corporaciones estadounidenses Lockheed Martin, Raytheon, General Dynamics y Boeing.
Los dos países sellaron un memorando de entendimiento sobre tecnología y acuerdos para la generación eléctrica, la manufactura de productos de alto valor, tecnología e infraestructura, el establecimiento de una planta de etileno en Norteamérica, y otros de servicios de petróleo y gas con Aramco.
Igualmente, se anunciaron convenios sobre minería y desarrollo de capacidades humanas, inversión en salud para construir y operar varios hospitales, transporte aéreo para compra de aviones, inversión inmobiliaria, y digitalización y edificación de un centro de almacenamiento de información.
En ese contexto, el rey aseguró a Trump que su visita fortaleció la «cooperación estratégica», mientras el príncipe heredero Mohammed bin Nayef alabó la «cooperación constructiva» en la lucha antiterrorista, y el canciller habló del «inicio para construir una nueva era en las relaciones».
De acuerdo con Al-Jubeir, ese nuevo comienzo también sería provechoso para los nexos de Washington con el mundo árabe e islámico, algo que urge a Trump para difuminar animadversiones y desconfianzas que suscitó con medidas ejecutivas percibidas como hostiles por países de mayoría musulmana.
Los acuerdos bilaterales suscritos por el presidente y el rey se tornarán en una «fuerte asociación estratégica» para combatir el extremismo y el terrorismo, incrementar las capacidades militares y la cooperación defensiva común, además de incidir en áreas clave como comercio, inversión y educación.
Pero los escépticos se limitan a desempolvar aciagos recuerdos y hacer paralelismos con acciones que sólo cambiaron de escenario: el discurso «A new beginning» pronunciado por Barack Obama en la Universidad de El Cairo, el 4 de junio de 2009, apenas cuatro meses después de residir en la Casa Blanca.

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