Desafío: Silencio, Otra vez

*Silencio, Otra vez
*Los Niños Valientes
Por Rafael Loret de Mola
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Con los puños en alto pedían silencio. Eran otras manos, otros rostros, que las de 1985 cuando aquellos “topos” se engrandecieron jugándose sus vidas, por tal de salvar otras en medio del caos y bajo los escombros. Pero veíamos la misma entrañable solidaridad de antaño, idéntica angustia por salvar a quienes no podían salir de los edificios colapsados –cuarenta y tres de acuerdo al registro oficial-, dispersos por toda la ciudad y no concentrados en un área específica. Y, sin embargo, como hace más de tres décadas, el auxilio del ejército y los marinos llegó… tres horas después y, en algunos casos, los esperaron hasta el amanecer.
Hay obtusos que insisten en el silencio de otro tipo, el cómplice, aquel que, en maridaje con el gobierno, margina las negligencias y aprovecha las candilejas del dolor para lucir cuanto no han podido hacerlo a través de un sexenio errático, brutalmente corrupto y criminal. Dicen, para justificar su posición y pretender callar a cuantos cuestionamos la tardanza, que la Defensa y la Marina estaban ocupadas en Chiapas y Oaxaca; y no lo dudamos porque es una obviedad; ¿pero acaso no teníamos elementos en la Ciudad de México para tratar de apoyar a la comunidad valiente y arrojada?
También señalo los lunares; a quienes, aprovechando la confusión y el miedo, dedicaron las horas posteriores a asaltar en las calles, en Santa Fe por ejemplo, o a la casas de colonias de alto nivel bajo el pretexto de ser miembros del sistema de Protección Civil para abrirse las puertas y entrar a saquear inmuebles como no lo había hecho el sismo de 7.1 en la escala de Ritcher.
Hace unos días, el jueves 7, vivimos otro de 8.2, sin oscilatorio, que produjo graves daños en Oaxaca y Chiapas, llevándose por delante a no pocas poblaciones alrededor de Juchitán, Chilapa y toda nuestra querida Chiapas, siempre tan azotadas y permanentemente de pie. Dijeron, entonces, que como la Ciudad de México no había sufrido daños materiales severos –ningún edificio colapsó-, era prueba irrefutable de que las nuevas normas de arquitectura habían funcionado como la alarma sísmica. Ya mejor quédense calladitos, falsarios.
No sabemos, como en 1985, el número exacto de víctimas y no habrá “redondeo” como en los miserables centros comerciales en manos de la aristocracia. Ahora se cuenta con una “pistola térmica” que detecta el calor del cuerpo humano vivo y, por ello, no pocos cadáveres serán removidos y ocultados por las excavadoras. Una medida ad hoc con el régimen de mentiras instaurado por el señor peña… desde su helicóptero o el célebre avión de tres mil millones de pesos. ¡Cuánto habría podido hacerse con este capital en la oscuridad de las noches en Oaxaca, Chiapas, Morelos, Guerrero, Puebla e Hidalgo!
Me dicen que hoy no critique; no lo hago para complacencia de quienes aprovechan la tragedia para vestirse de servidores sociales por un rato para luego seguirnos desfalcando. La sociedad ha hecho lo suyo con infinita solidaridad; el gobierno mantiene su costumbre de informar a toro pasado si dar el crédito debido a quienes pusieron por delante el interés general al suyo propio; algunos huyeron, los más se quedaron tratando de llevar a sus conciencias el dulce recuerdo, dentro de la amargura del drama, de haber salvado a un desconocido de las garras de la muerte. Qué grande es México y qué pequeño y miserable su gobierno.
Lo siento, acabé criticando.
La Anécdota
El mayor foco de atención tras el sismo devastador del martes 19 –la efeméride maldita-, fue el colegio Enrique Rébsamen, en Villa Coapa dentro de la Ciudad de México. Cuatrocientos niños estudiaban allí y buena parte salieron, pero decenas se quedaron atrapados en el inmueble. Fue conmovedor cada rescate y más los testimonios de los supervivientes. Un chico debió escalar una pared –no sabe ni cómo- para volver a ver la luz y otros sencillamente, los más pequeñines que iban al kínder, lloraron durante la larga noche. ¿Cómo pedirles que vuelvan a clases? No lo sé; pero, desde luego, las cosas no pueden quedarse en este punto aunque se reanude el ciclo escolar ya interrumpido dos veces.
México es así; fortalecido cuando los golpes nos caen en cascada; sufriente pero de pie. No imagino otro país mejor, ni siquiera aquellos en donde el consumismo trae alegría pasajera para luego dar paso a las amarguras. Ninguno como México. Bendigo la hora en la cual nací aquí, allá en Tampico, hace ya más de seis décadas. No me cambio por nadie porque ya conozco a los otros, incluyendo, sobre todo, a la España a punto de romperse dentro de nueve días.
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