Por Yasiel Cancio Vilar, enviado especial
Moscú, 1 jul (PL) El estadio Luzhniki parecía un manicomio; Rusia hizo polvo los pronósticos en el Mundial de fútbol y dejó a uno de los grandes favoritos, España, en el limbo; las quimeras tienden a nunca hacerse realidad, pero hoy David noqueó a Goliat.
Cuando sonó el pitazo inicial la inmensa mayoría pensaba que el duelo Rusia-España era puro trámite para los ibéricos, un compromiso de rutina, protocolar, para certificar su clasificación a cuartos de final y de paso acercase un poco más al trono.
Incluso, muchos de los cerca de 80 mil fans rusos que acudieron al llamado de la Patria y repletaron el recinto, tenían pocas esperanzas de presenciar un hecho histórico este domingo, aunque siempre algunos eran más optimistas.
Rusia tuvo el peor arranque. Autogol. Sergey Ignashevich metió el balón en propia puerta apenas en el minuto 12. «Quería que me tragara la tierra, la vergüenza me acompañó un rato», relató el zaguero.
España ganaba y hacía del partido un entrenamiento rutinario. Sin pisar el acelerador, los ibéricos mandaban sobre la cancha con Isco Alarcón llevando los tiempos, pero la tarde se nublaría y la historia comenzaría a cambiar.
El árbitro vio mano dentro del área de Gerard Piqué en el minuto 41 y señaló penalti. Artem Dzyuba tragó en seco, tomó carrera de impulso y le pegó a la pelota sin piedad, para marcar el gol y empatar el partido.
Fue emocionante, nos metimos en el partido y en sus rostros se podía percibir el temor, recalcó el goleador, quien archiva tres dianas en el campeonato.
Faltaba mucho por delante. España tenía jugadores capaces de alzar su voz y superar cualquier adversidad. Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid, Celta de Vigo, pura estrella corría sobre la grama del Luzhniki. Todos confiaban en salir adelante, incluso algunos minimizaban al rival.
Pero los minutos comenzaron a consumirse como leña en el fuego. Rusia armó una muralla infranqueable e irreverente. Sacrificio, amor por la bandera y mucha solidaridad sangraban sobre la camiseta de los anfitriones.
España no sufría, pero tampoco proponía pirotecnia, era un equipo totalmente previsible y soberbio.
Un autogol y un penal, el partido no era brillante.
El asedio de los españoles, por supuesto, se incrementó cuando el reloj se cercaba al minuto 90; los rusos vivían una nueva Guerra Patria, defendían con la vida cada jugada, atacaban con fiereza cada balón.
El arquero ruso Igor Akinfeev salvó en varias ocasiones al equipo y metió miedo en las huestes ibéricas, el arco se les achicaba. Así finalizaron los 90 minutos reglamentarios, 1-1. La balanza se emparejaba. El muro de Rusia no tenía agujeros.
Después, se fueron «volando» las dos prórrogas, el cansancio agobiaba hasta el límite y la quimera era cada vez más realizable… De inmediato, la tanda de penales.
Y ya esa historia es harto conocida a estas alturas: Rusia marcó todos sus disparos, mientras España vio como Akinfeev, el gran héroe de la velada, detenía con el corazón los «shuts» de Koke Resurrección y Iago Aspas.
«No soy el hombre del partido: el hombre del partido fue todo el equipo y nuestros fanáticos», sentenció el arquero, quien protagonizó la gran proeza, la odisea, quien propició que los anfitriones de la Copa del Mundo accedieran por primera vez en la historia a cuartos de final desde la fundación de Rusia como país independiente en 1991.
Los españoles en las gradas no lo podían creer. Los jugadores mucho menos. Iban por la parte menos complicada del programa de competencias. Su camino hacia el título era mucho menos complicado que el de, por ejemplo, Francia, Brasil o Uruguay.
Pero Rusia hizo de la quimera un cuento de hadas. Se amarró a la hazaña e hizo historia.
Estamos listos para seguir adelante. Esto no es una sorpresa para nosotros, es el fruto de mucho trabajo, enfatizó Stanislav Cherchésov, el feliz entrenador de Rusia, que enfrentará en cuartos al ganador del duelo entre Croacia y Dinamarca.
Con la eliminación de España pareciera que los favoritos al título no quieren subir al trono. Antes habían hecho las maletas, de maneras más o menos escandalosa, las selecciones de Alemania, Argentina y Portugal.