Bogotá, 23 feb (PL) Aficionadas a los tacones de siete o más centímetros de alto y finos como estiletes, las bogotanas se exponen a deformidades en los pies, dolores en las caderas, tobillos, rodillas y procesos degenerativos de las articulaciones.
Prestas a sacrificarlo todo en aras de la elegancia y una supuesta esbeltez, se les ve caminar día a día haciendo alardes de un equilibrio desbalanceado a veces por un malhadado giro del tobillo o una mirada de angustia difícil de enmascarar mientras otean una silla o un muro salvador para sentarse a descansar las martirizadas piernas.
En declaraciones al diario El Tiempo, el médico especialista en biomecánica Luis Campos asegura que esas piezas pueden devenir un suplicio si se calzan de modo frecuente. Al cambiar la biomecánica del cuerpo, obligan a las articulaciones a esforzarse el doble para mantener un ritmo constante al caminar, arguye.
La organización de los músculos y las estructuras de soporte del cuerpo se relacionan de la cabeza a los pies, argumenta la fisiatra Olga Estrada, tras señalar que el uso continuado de tacones de excesiva altura repercute no solo en las estructuras musculares sino también en las vértebras y articulaciones de los miembros inferiores.
Aun más en los ligamentos y tendones, añade, lo que puede generar dolor y alteraciones en la postura.
Una mujer entaconada, aduce la ingeniera biomecánica Diana Guitiérrez, se inclina más hacia adelante, lo cual origina una malformación que repercute en la columna vertebral y cambia la forma de caminar, pues obliga a abrir más las piernas en busca de una superficie estable.
A pesar de esas advertencias, las bogotanas siguen fieles a ese calzado como torres que les hace ver el mundo a su alrededor desde otra perspectiva y les aporta un toque de distinción, afirman, aunque algunas semejan a veces un barco a la deriva, a merced del caprichoso vaivén de las olas.
El consejo de usar tacones de cuatro centímetros como máximo y, con preferencia anchos o, de ser muy altos, con una plataforma como base que los sustente, parece caer en saco roto.
La única solución, al parecer, es la de los consejos heredados de una generación a otra: no abusar de los tacos finos como estiletes o usarlos como promedio cuatro horas, poner las piernas en alto al llegar a casa, previo reposo reparador en una tina de agua caliente, masajearlas con crema y suspirar hondo antes de someterse de nuevo a esa placentera tortura.