Me alegra que Martin Scorsese haya hecho El lobo de Wall Street pues en los últimos años parecía que a los directivos y productores estadounidenses se les había agotado la idea. Pero claro, ¿por qué no retratar en pantalla la miseria propia, la decadencia nuestra? No sé si no se les había ocurrido o fue por un pudor de idiosincrasia que no se animaban a hacerlo, pero en esta película protagonizada por Leonardo DiCaprio queda claro que algunas de las piezas del sueño americano están basadas en el fraude y la mentira.
El lobo de Wall Street pone al espectador en un contexto muy específico, la sociedad estadounidense de 1980 y la conformación del punto de quiebre de la economía mundial que se apuntalaba hacia esa burbuja de endeudamientos y créditos irreales conocida como neoliberalismo, crisis que América Latina experimentó en la década de 1990 y que ahora se presenta en los países integrantes de la Unión Europea. El filme de Scorsese me parece el desdoblamiento en ficción del documental de Lauren Greenfield, La reina de Versalles, que cuenta la historia de un empresario que invierte su dinero en la bolsa para convertirse en uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos, pero cuya fortuna se cae al piso cuando ocurre la desaceleración económica de 2009: dinero intangible que se tira a la basura en cuestión de horas.
De la misma forma DiCaprio interpreta a un corredor de bolsa que a base de astucias e incluso engaños logra asirse de una fortuna exorbitante que lo conduce a acometer todo tipo de excesos. ¿Cuántos de los multimillonarios que entraron a la cárcel el quinquenio pasado vivieron algo similar en el país de las oportunidades? Tal vez alguno de ellos era el mismo Jordan Belfort (DiCaprio). Me alegra que el director situara las condiciones irregulares en que los poderosos amasijan sus riquezas: otro rostro de ese New York que tanto ama y odia Martin Scorssese.
Porque hay que decirlo, en todo el mundo ocurren las corruptelas -eso es claro-, pero no en todos lados la ley es justa e implacable -México es el ejemplo de la injustucia-. También me atrajo el guiño cinéfilo con la aparición del agente del FBI súper honesto interpretado por Kyle Chandler, el otrora funcionario del Departamento de Estado en Argo. Por último, creo que la academia gringa debe darle el Oscar a Leonardo DiCaprio, por el simple hecho de no aceptar papeles mediocres -desde Romeo + Juliet hasta Inception– , acto de dignidad que muchos de sus compañeros han descartado a las primeras de cambio o último vagón.