La Habana (PL).- El 10 de septiembre guarda para Cuba y su movimiento deportivo un momento de tristeza infinita: víctima de un coma diabético falleció en La Habana, en 1959, el esgrimista Ramón Fonst, el primer latinoamericano en conquistar una medalla en Juegos Olímpicos.
Seleccionado como uno de los cien mejores atletas de la historia del deporte en la isla caribeña, El Zurdo, como también se le conocía, se codeó y venció a los más afamados espadistas y floretistas que se dieron cita en la justa bajo los cinco aros de París-1900 y San Luis-1904.
En la justa de la Ciudad Luz, se coronó en espada y dejó en el camino a los Louise Perrée, Léon Sée y George de la Falaise, trío entre los mejores especialistas de ese momento en el orbe, para inscribir con letras doradas el nombre de su país en los libros de la historia del olimpismo.
Su irreverencia fue tal que cuatro años después, en la ciudad estadounidense, revalidó ese título de espada y sumó el del florete, en una lid donde su compañero de equipo, Manuel Díaz ganó la medalla de oro en el sable.
De esa forma se convirtió en el único esgrimista en la historia de los Juegos que ha logrado dos medallas de oro en la modalidad de la espada.
Recordando esa etapa dorada de su esgrima, dijo en una ocasión: «Cuando gané el campeonato olímpico, en el año 1900, contaba sólo 17 años, y a pesar de la franca y potente hostilidad de los jueces, que no sólo veían en mí a un extranjero, a un latinoamericano, a un intruso, sino a un muchacho que debía únicamente estar estudiando en el liceo y no derrotando a ídolos consagrados». Huelgan los comentarios.
Nacido en La Habana, el 31 de agosto de 1883, Fonst es considerado el mejor esgrimista cubano de todos los tiempos y a lo largo de su fructífera vida como atleta se desempeñó además en el tiro deportivo, el boxeo y el ciclismo, tres disciplinas deportivas que complementaron su gran pasión: la esgrima. A los once años de edad ganó el campeonato de florete de Francia, nación donde vivió la infancia, la adolescencia y una buena parte de su juventud y que le descubrió las interioridades de un deporte harto exclusivista.
Siempre en activo, el tres veces monarca olímpicoen en uno de sus años de mayor esplendor ganó 64 medallas, 44 de ellas en tiro de pistola, y el resto en torneos de espada y carreras de bicicletas.
Sin embargo, en 1915, durante la Exposición de San Francisco en California, Estados Unidos, vivió uno de sus mejores momentos.
En esa feria se compitió en sable, florete y espada y el cubano triunfó, en calidad de invicto, por partida triple, al derrotar a más de 100 adversarios, según reseñan los periódicos de la época.
Como reconocimiento, a su regreso a Cuba fue proclamado tirador de esgrima amateurs «fuera de clase», por la Federación Nacional, que le concede a partir de ese momento una plaza en el equipo Cuba sin someterse a eliminatorias.
Ya con 41 años de edad, en 1924, volvió a competir en los Juegos Olímpicos de París y logró avanzar hasta cuartos de finales.
En 1926, durante los I Juegos Centroamericanos y del Caribe en Ciudad México, ganó en las tres pruebas individuales y ya con 47 años, durante la segunda edición en La Habana-1930, venció en florete y espada, sin ser tocado en 25 asaltos.
Su último gran resultado deportivo lo logró a los 55 años, en los IV Juegos Centroamericanos y del Caribe, efectuados en ciudad de Panamá, cuando ganó medallas de oro y plata como integrante de los equipos de espada y florete, respectivamente.
A lo largo de su vida recibió numerosos distinciones. Fue nombrado Caballero de la Legión de Honor Francesa, recibió la Gran Cruz de la Orden de Carlos Manuel de Céspedes, la Orden del Mérito Militar en 1928 y la Orden del Mérito Deportivo.