Caracas (PL) Una galería rodante recorre las vías subterráneas de Caracas, transita veloz con una carga valiosa y llena de luz: desde hace varias semanas, las pinturas de Armando Reverón acompañan a los viajeros del metro capitalino.
Dentro y fuera del vagón, 100 reproducciones de ese artista venezolano mantienen en vilo a los transeúntes que apresuran su mirada de un lado a otro antes de llegar a su estación.
Según explicó la presidenta del Instituto de las Artes de la Imagen y el Espacio (Iartes), Morela Jurado, ahora planean extender la sui generis exposición a otras líneas.
La iniciativa promueve el conocimiento de los pintores venezolanos en el imaginario colectivo y busca llevar el arte a la cotidianidad, además de conmemorar este año el aniversario 60 de la muerte de Reverón, destacó.
Precisamente, lugares como el metro donde hay tanta concurrencia, permiten lograr esa meta, dijo la especialista.
Jurado adelantó que las próximas exhibiciones de quien es conocido aquí como el pintor de la luz abarcarán los tres períodos distintivos de sus creaciones: azul, blanco y sepia.
En el futuro, se pretende expandir la galería rodante a todo el Sistema Ferroviario del país (Distrito Capital, Carabobo y Zulia) para mostrar otros cuadros de Reverón y también incluir a más pintores reconocidos de la escena nacional, puntualizó.
La exposición en el metro de Caracas ha sido un éxito, la gente no se lo esperaba y ahora tropieza con una experiencia bellísima, señaló la presidente del Iartes.
Esta colección rodante forma parte de los proyectos para celebrar la declaratoria de la obra de Reverón como Patrimonio Cultural de la Nación, proclamada por el presidente Nicolás Maduro en la Gaceta Oficial del 14 de mayo del 2014.
El 27 de julio se inauguró la primera galería de arte móvil en uno de los trenes, en la estación Propatria del Metro de Caracas, y ahora el Ministerio de Cultura, junto a Iartes, concentra esfuerzos para ampliar el proyecto a otros estados del país.
Además, junto al Ministerio de Educación en Venezuela ultiman detalles para incluir en las computadoras personales Canaimitas, distribuidas a los estudiantes, una visita virtual a El Castillete, como le llamaba a la casa de Reverón en el poblado costero de Macuto.
Conocido también como El maestro de la luz, ese artista es considerado el pintor venezolano más sobresaliente del siglo XX: la peculiar técnica de su pincel y el manejo de la luz destacan entre las características distintivas de sus creaciones.
El autor de La maja criolla (1939) nació en Caracas el 10 de mayo de 1889 y murió en la misma ciudad, el 18 de septiembre de 1954.
Desde 1921, se estableció en Macuto, localidad del litoral central de Venezuela (actual estado de Vargas) y allí realizó gran parte de su obra, en su famosa vivienda El Castillete.
La luminosidad tropical y su acción sobre las formas del entorno ejercieron sobre él una profunda fascinación que dejó explícita en sus primeros paisajes, la mayoría de ellos pintados al aire libre, con diversidad de técnicas.
Comenzó sus primeros estudios especializados en 1908 en la Academia de Bellas Artes de Caracas, y tres años más tarde, viajó a Europa para continuar su formación en el viejo continente.
Los especialistas señalan que la estadía en España dejó una profunda huella en su espíritu creador, además de su relación con el universo artístico del gran Francisco Goya.
Regresó a Venezuela en 1915 y en ese periodo comenzaron los primeros síntomas de su después denominado periodo azul, en el cual predominaron los aspectos nocturnos y oscuros del paisaje, el desnudo y el retrato.
Durante esa etapa, en sus piezas mezclaban los azules profundos, con a atmósfera del paisaje marino del trópico: Juanita (1919), La trinitaria (1922) y Fiesta en Caraballeda (1924) así dan fe.
En 1924 inició el llamado período blanco, donde predominó una prolijidad productiva y la simplificación en el uso de los colores, como parte de sus indagaciones visuales sobre fenómenos de la luz.
Instrumentos musicales, partituras, mantillas, peinetas, maniquíes, telas… fueron elementos cotidianos utilizados como modelos en sus obras durante la década de 1930.
Asimismo, famosas en ese tiempo resultaron sus muñecas de trapos, bautizadas con los nombres de Serafina, Graciela, Alicia y Niza.
A partir de 1933, Reverón comenzó a pintar sobre papel y a transitar hacia el denominado periodo sepia, en el cual proliferaron las obras de gran formato con figuras desnudas, tal es el caso de La maja criolla (1939).
También su producción adoptó mayor dramatismo, acentos expresionistas y tonalidades marrones.
Pero siempre mantuvo la atracción por la luz en todo momento de su obra, influida además por el impresionismo francés, la abstracción y el simbolismo.