La Habana(PL)La cumbre sobre el Clima de las Naciones Unidas, celebrada con la presencia de más de un centenar de líderes mundiales, marcó el inicio de un esfuerzo global con miras a lograr en el 2015 un acuerdo vinculante para reducir la emisión de contaminantes.
Realizada vísperas de la mayor reunión de líderes mundiales, la Asamblea General de la ONU, el foro trató de aprovechar el impulso y la visibilidad que tiene el tema entre la población mundial por su impacto en la producción agrícola y en la capacidad de las personas para acceder a los alimentos.
Tal como afirmó en su discurso el director general de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), José Graziano da Silva, la superación del cambio climático es fundamental para el logro de un futuro sostenible para la creciente población del planeta, y la seguridad alimentaria debe situarse en el centro de ese esfuerzo.
En su opinión «no podemos hablar de desarrollo sostenible mientras el hambre siga robando a más de 800 millones de personas la oportunidad de llevar una vida decente», como refiere el último informe sobre el hambre en el mundo, publicado recientemente.
De acuerdo con ese documento, aunque el número de personas que sufren hambre crónica se redujo en 100 millones en la última década, hoy en día 805 millones siguen sin lo suficiente para comer de forma regular.
De ahí que ante el plenario de la Cumbre del Clima, Da Silva recordara que así como en el pasado los esfuerzos para alimentar el mundo se centraron en aumentar la producción de alimentos, los desafíos de hoy – que incluyen el cambio climático- exigen un nuevo enfoque.
Pero para ello hace falta que los primeros en concienciar esa necesidad sean los dueños de los grandes capitales financieros e industriales de los países desarrollados, principales emisores de gases contaminantes y, por tanto, culpables de los actuales cambios climáticos.
«Tenemos que cambiar a sistemas alimentarios más sostenibles – que producen más con menos daños al medio ambiente -, a sistemas alimentarios que promuevan el consumo sostenible, ya que hoy día desperdiciamos o perdemos entre un tercio y la mitad de lo que producimos», afirmó del jefe de la FAO.
Actualmente el hambre persiste a pesar de que el planeta produce alimentos suficientes para alimentar a toda la humanidad, sin embargo hay que tener presente que la generación de comida suficiente es una condición necesaria, pero no es una condición suficiente para la seguridad alimentaria.
Ello se traduce en que se pueden producir, almacenar y comercializar grandes volúmenes de alimentos, pero aun así no alcanzan, porque no todos tienen acceso a ellos.
Tan es así que el cambio climático tiene un impacto directo tanto en la producción agrícola como en la capacidad de las personas para adquirir los alimentos, afirmó el jefe de la FAO – y no hay una solución general para hacer frente a estos desafíos.
Para el representante del organismo de la ONU es urgente afrontar de forma exitosa el impacto del cambio climático en la seguridad alimentaria, por ser un paso necesario para el mundo libre de hambre y sostenible que se desea.
Al respecto mencionó varias alternativas para alcanzar esa meta, al tiempo que llamó a mantener todas las puertas abiertas para encarar la adaptación necesaria para los inevitables cambios climáticos que vive el planeta y asegurar alimentos para todos en el futuro cercano.
Entre ellas mencionó lo que se conoce como agricultura inteligente respecto al clima, o sea ajustar las prácticas agrícolas con el fin de hacerlas más adaptables y resistentes a las presiones ambientales y, a la vez, reducir los impactos propios de la agricultura sobre el medio ambiente.
En tal sentido elogió una nueva y amplia coalición de distintos actores interesados, incluidos los gobiernos, los agricultores y productores de alimentos, procesadores y vendedores; organizaciones científicas y educativas; actores de la sociedad civil; organismos multilaterales e internacionales y el sector privado.
Dicha alianza trabajará de forma coordinada para promover el desarrollo sostenible y equitativo de la productividad agrícola y de los ingresos, crear una mayor capacidad de recuperación de los sistemas alimentarios y medios de vida agrícolas, y lograr reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero en la agricultura.
También destacó la agroecología como un enfoque prometedor para situar la producción de alimentos en un camino más razonable, donde se utiliza la teoría ecológica para estudiar y gestionar los sistemas agrícolas con el fin de hacerlos más productivos y mejorar en la conservación de los recursos naturales.
SI LA NATURALEZA EXIGIERA PAGARLE UNA FACTURA
Otro significativo daño a la naturaleza radica en que cada año el 30 por ciento de la producción alimentaria mundial se pierde después de la cosecha o se desperdicia en tiendas, hogares y servicios de comidas.
Tal volumen equivale a 750 mil millones de dólares en términos de precios al productor y casi a un billón (millón de millones) de dólares en términos del valor comercial de los alimentos anualmente, cifra similar a la mitad del Producto Interno Bruto de Italia.
Si el ecosistema exigiera pagar la factura total del despilfarro de comida, podría cobrar a la sociedad al menos otros 700 mil millones de dólares al año.
Además, una vez desperdiciados, esos alimentos generan emisiones de gases de efecto invernadero y causan daños relacionados con el cambio climático, sin contar el agua para regadío que se utilizó con el consiguiente aumento de su escasez.
Daños son también la tala de bosques y la erosión del suelo, así como la pérdida de polinizadores, peces y otro tipos de la biodiversidad.
Aún hay más: el desperdicio de alimentos tiene muchos más costos que no se pueden cuantificar, tales como el detrimento de humedales que purifican el agua, la merma de la biodiversidad de los pastizales, del valor de los descartes de la pesca, la carestía de insumos agrícolas esenciales, como el fósforo, o el aumento de los precios de los alimentos debido a una menor oferta.
Asignar un valor monetario a los impactos medioambientales o sociales siempre será inexacto, porque se mire como se mire, reducir el despilfarro de alimentos tiene sentido económico, ambiental y social.
¿QUÉ HACER?
Entre otras cosas, invertir en mejores infraestructuras post cosecha y reducir las pérdidas de alimentos, lo cual significará evitar usar los recursos naturales, pudiéndolos utilizar para próximas cosechas o generaciones futuras.
Los alimentos que están a punto de desperdiciarse en el mercado pueden entregarse a tiempo a organizaciones benéficas o, si no cumplen con los estándares para el consumo humano, aprovecharlos para alimentar al ganado con la consiguiente reducción de la fabricación de piensos.
Cuando se ahorran alimentos es igualmente proporcional a menos recursos para generarlos en el campo y en la industria y, por lo tanto, menos daños al medio ambiente.