Más del 30 por ciento de las muertes maternas (MM) en México son ocasionadas por preeclampsia (hipertensión arterial y presencia de proteínas en la orina durante el embarazo), la cual puede prevenirse y controlarse con un buen seguimiento médico.
No obstante, las mujeres que desarrollan esta enfermedad durante su embarazo son culpabilizadas del padecimiento, no reciben información suficiente sobre lo que enfrentan, y carecen de seguimiento médico adecuado, pese a que la preeclampsia puede ser el precedente de complicaciones más graves como edema cerebral, hemorragias o insuficiencia renal.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) identifica a los trastornos hipertensivos, como preeclampsia y eclampsia (crisis convulsivas), como una causa importante de morbilidad grave, discapacidad crónica y muerte entre las madres, fetos y recién nacidos, y estima que una cuarta parte de las MM en América Latina está relacionada con estos padecimientos.
Advierte que “la mayoría de las muertes causadas por la preeclampsia y la eclampsia se pueden evitar prestando atención oportuna y eficaz a las mujeres que tienen estas complicaciones”.
Cifras oficiales reflejan que en México muchas mujeres gestantes no reciben esa atención oportuna para el padecimiento.
De acuerdo con la Secretaría de Salud (Ss), la preeclampsia representa hasta el 34 por ciento del total de las MM, por lo que constituye la principal causa de muerte asociada a complicaciones del embarazo, parto o puerperio.
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) señalan que para 2010 la tasa de morbilidad por preeclampsia fue de 188.30 casos por cada 100 mil mujeres de 20 a 24 años de edad, siendo este grupo etario el que más padece la enfermedad.
Tanto la OMS como la Ss –en el Lineamiento Técnico de Prevención, Diagnóstico y Manejo de la Preeclampsia/Eclampsia–señalan que aún se desconocen las causas del padecimiento, no obstante que en algunos casos se llega a responsabilizar a las mujeres de no controlar sus niveles de presión arterial.
TESTIMONIO
A sus 30 años de edad, Heidi Vega Silva cursaba su primer embarazo. Ella y su esposo estaban ilusionados con el nacimiento de su primer hijo y se preparaban para el parto.
“Siempre fui una mujer muy sana; nunca me enfermé de nada grave y quería un parto natural porque sé que es el primer masaje del bebé (sic) y yo quería dárselo”, contó la psicóloga y acupunturista a Cimacnoticias.
Las esperanzas de Heidi de tener un embarazo sin complicaciones se desvanecieron desde la semana 20 de gestación, cuando comenzó con diversas molestias: tenía mucho sueño, siempre estaba cansada, su cuerpo estaba inflamado, vomitaba continuamente, y aunque no tenía hambre y no comía, estaba subiendo de peso.
Al no contar con seguridad social, Heidi daba seguimiento a su embarazo con un médico particular, quien en cada consulta la reprendía por el aumento de peso.
“El doctor no me escuchaba cuando le decía que casi no comía; él me seguía exigiendo que cuidara mi alimentación y bajara de peso, como si fuera algo que yo estuviera provocando; me decía que mis malestares eran comunes en el embarazo”.
La mujer relató que una mañana su rostro estaba sumamente inflamado y su esposo decidió hablarle al médico, quien la mandó a realizarse análisis de sangre y orina. En ese momento descubrieron que ella estaba perdiendo muchas proteínas a través de la orina (proteinuria), y su presión arterial era de 180/140. Se le diagnosticó preeclampsia.
“El doctor me dijo que estaba grave, que buscara en donde atenderme porque requería de un tratamiento especial que él no podía proporcionarme”, narró.
Luego de recorrer varios hospitales públicos de la Ciudad de México que se negaron a atenderla, Heidi se internó en una clínica privada donde tomaban decisiones sin consultarla.
“El (médico) internista nunca me consideró; yo estaba en la misma habitación pero todo el tiempo le habló a mi esposo. Le dijo: ‘ella viene muy mal, si te la llevas ella va a quedar en coma y al producto lo vamos a sacar’; a mí nunca me explicó nada”.
Heidi se internó durante una semana, le controlaron la presión y la enviaron a su casa, pero los malestares se agravaron. “No podía levantarme, todo se me olvidaba y me tardaba mucho en contestar a una pregunta, era como estar en cámara lenta”.
La mujer nuevamente fue llevada a la clínica donde la culpabilizaban de la enfermedad. “Los doctores me decían cosas como ‘si no te tranquilizas te vamos a meter valium’, ‘si no bajas la presión vas a entrar a un momento de estrés en donde tu bebé se va a ahogar en la placenta’. Hasta me metieron en un cuarto de aislamiento para que me calmara; según ellos yo debía bajar la presión, pero todo lo que me decían me asustaba”.
Finalmente, antes de cumplir las 32 semanas de embarazo Heidi fue sometida a una cesárea de emergencia. Antes de entrar a cirugía, la anestesióloga la volvió a regañar por “no tranquilizarse”.
“Afortunadamente, yo (como psicóloga) trato con pacientes y sé que tenemos dignidad, así que mientras ella me espantaba yo sólo pensaba ‘no le hagas caso, es una persona ignorante, tu bebé va a estar bien’”, abundó.
Después del procedimiento, Heidi pasó más de un día sin ser informada sobre la salud de su hijo, quien había nacido con bajo peso. A los pocos días fue dada de alta; a la clínica continuó acudiendo pero a las consultas de su hijo, y no hubo seguimiento médico para ella.
A nueve años de distancia, Heidi contó que “gracias a todo el amor y apapachos que le di a mi hijo, (él) creció y se convirtió en un bebé sonriente”.
Ante su mala experiencia –que aseguró fue mejor comparada con la atención que recibió en el sector salud durante su segundo y tercer embarazo–, Heidi ahora dedica parte de su tiempo a coordinar un grupo llamado “Manos de mamá”, en el que las madres a quienes se les impidió tener un parto natural puedan dar masajes a sus hijos, y decirles todo lo que les hubiera gustado decir al momento de nacer.
Fuente: Cimacnoticias