«El último preso» o cómo el desobediente es el verdadero civil

Por Marcos Daniel Aguilar

Los primeros días de enero son fríos, a veces nos olvidamos que el Invierno no es diciembre y que la Navidad y el fin de año no son sinónimo del término de la estación, al contrario, los fríos vientos apenas comienzan. Camino en este enero por la colonia Condesa, hace mucho que no visitaba el Foro Shakespeare. La verdad es que necesitaba ver una obra de teatro, no es que me hayan hartado el cine o los conciertos, pero creo que a veces el teatro revitaliza, te mueve sensibilidades que de otra forma no podrían tener cauce.

En la pobre cartelera de principio de año sólo había una pieza para ver, se trata de El último preso, una obra literaria escrita por el polaco Slawomir Mrozek, montada en México por el patriarca de los Bichir, Alejandro Bichir, e interpretada por sus hijos Odiseo y Bruno, con la colaboración de actores como Saandra Cobián Bichir y Hassif Fadul como alternante. La trama es un encanto y tremendamente retadora, se trata de lo siguiente: ¿qué pasaría con el sistema judicial y de seguridad si es que nunca más existe un preso?, ¿qué clase de Estado sería éste?

El último preso de un país X o Y es un antiguo anarquista y revolucionario que firma el acta en que acepta al gobierno y le es fiel a las autoridades reales de dicho Estado. El jefe de la policía entra en pánico, porque perdería el empleo, por ello utiliza a un ingenuo y fiel agente del mismo cuerpo de seguridad para hacerlo pasar por un desobediente civil y así impedir el derrumbe del sistema.

Por otra parte, el antiguo prisionero es contratado por el general máximo del Estado para descubrir a los posibles ataques anarquista –que ya nunca sucederán por cierto-, pues quién mejor que un anarquista para descubrir a sus iguales. La obra tiene todo el sentido del mundo y me recuerda El hombre que fue jueves de Chesterton, ya que el supuesto delincuente es la persona más honesta y más moral de mundo, pues sabe que está cometiendo un crimen y aún así lo efectúa para desafiar a ese mismo sistema.

Los hipócritas, los verdaderos estafadores son los que fingen no serlo, los que mienten y no son castigados. Al declarar su obediencia, el último prisionero cumple su objetivo de desestabilizar la justicia, y el hipócrita sistema político al contratarlo muestra su verdadera cara represora y engañosa. Curioso, el policía que es convencido de fingir ser un revolucionario y quien no tenía dudas de la “honestidad” de su gobierno comienza a reflexionar tras las rejas y se da cuenta que nada está bien, que hay pobreza, que hay injusticias –él mismo es una víctima- y que tal vez la lucha anarquista sí tenía un sentido.

Al final de cuentas estamos ante una obra de teatro que critica el monopolio de los políticos que tienen todo el poder y en especial es una crítica a los gobiernos totalitarios y autoritarios que aún sobreviven en diversas partes del planeta. Debo confesar que el tema me encantó; sin embargo, la adaptación es literariamente pobre, que las actuaciones del clan Bichir son improvisadas y a veces torpes, y que pesaba más el nombre de los actores que su misma actuación.

Lo mejor de esta noche gélida fue la presencia de un invitado especial, se trató de Rafael López, padre de uno de los 43 desaparecidos, alumnos de la norma de Ayotzinapa, quien al lado de Alejandro Bichir, invitaron al público a reflexionar sobre nuestra condición social, política y de justicia.

El diálogo como siempre es el alimento que nutre la vida civil que tanto hace falta en esta sociedad mexicana. El movimiento de fibras sensibles no se da en internet, se da en los espacios públicos, en la convivencia, en el verse cara a cara con aquél, en la conversación y en la empatía o desacuerdo con el otro que es diferente a ti, y a la vez es uno mismo.

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