Cuba: La Revolución de José Martí

Por Marta Denis Valle*

La Habana (PL) Los cubanos celebran, orgullosos, el 120 aniversario del inicio de la Guerra de Independencia, el 24 de febrero de 1895, llamada también la Revolución de Martí, quien guió a su pueblo hacia la unidad nacional.
Con la experiencia de varias décadas de luchas revolucionarias, sin alcanzar el triunfo, comprendió José Martí (1853-1895) que solo con una organización superior era posible emprender otra vez el difícil camino por la independencia y soberanía, que tantos sacrificios y sangre habían costado ya a la familia cubana.
De un nuevo periodo de guerra, de la revolución de independencia, iniciada en 1868 después de preparación gloriosa y cruenta, definió este momento un texto programático, el 25 de marzo de 1895.
Con el título El Partido Revolucionario Cubano a Cuba fue suscrito por José Martí, Delegado del PRC, y el mayor general Máximo Gómez, General en Jefe, en Montecristi, localidad de la costa norte dominicana.
Ya se combatía en los campos de la patria aun sin la presencia de los principales jefes independentistas, que por diversas razones no pudieron arribar antes, pero la prédica martiana había prendido en la conciencia patriótica de combatientes de varias generaciones.
En ese momento fue imposible contar con armas y otros recursos indispensables, enviar expediciones de apoyo y extenderse los levantamientos a todo el territorio del país, previstos con el objetivo de lograr una guerra corta.
El fracaso del Plan de Fernandina, abortado el 10 de enero de 1895 por las autoridades norteamericanas en ese puerto floridano, impidió que armamentos y combatientes experimentados arribaran a Cuba para apoyar la insurrección en el país.
La llegada de estas expediciones sería respaldada en Cuba con alzamientos encabezados por Guillermo Moncada y Bartolomé Masó, en Oriente; Salvador Cisneros Betancourt en Camagüey; Julio Sanguily y José María Aguirre en Jagüey Grande y Matanzas.
En tres pequeños vapores, fletados legalmente aunque con misión secreta, saldrían los armamentos, comprados con los fondos aportados en su mayoría por las capas más humildes de la emigración cubana.
Una de las naves debía recoger en Santo Domingo al mayor general Máximo Gómez -dominicano y glorioso combatiente del 68- y 200 hombres, con escala final en Santa Cruz del Sur, Camagüey.
La segunda que se dirigiría a Oriente, tomaría a los generales Flor Crombet y Antonio Maceo en Costa Rica, en unión de otro grupo de veteranos.
El otro saldría de la Florida hacia Las Villas, con un grupo de hombres al mando de los generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff.
Este suceso nefasto pudo retrasar el movimiento revolucionario, pero la decisión fue tomada, contra viento y marea como dicen los cubanos, mediante la orden de alzamiento firmada el 29 de enero de 1895 y enviada a Juan Gualberto Gómez, intermediario en Cuba de Martí.
El suceso debía ocurrir con la mayor simultaneidad posible durante la segunda quincena y no antes, del mes de febrero; los conspiradores escogieron el domingo 24 de febrero, día de carnaval, ideal para el tránsito en los campos y reunión de personas, incluso jinetes, sin llamar la atención.
SUCESO DE GRAN ALCANCE HUMANO
Organizador y guía de la Revolución del 95, José Martí convocó los distintos factores humanos, los veteranos de la llamada Guerra Grande o de los Diez Años (1868-1878) y la Chiquita (1879-1880), así como las nuevas generaciones de patriotas.
El 14 de marzo de 1892 nació en Nueva York el periódico de Martí, Patria, que sembró en sus lectores el sentimiento y orgullo de la nación cubana, y la necesidad de liberarla.
Tuvo Martí también la genialidad de fundar el Partido Revolucionario Cubano (PRC), proclamado el 10 de abril de 1892, como frente único, sin intención electoralista y el primero para hacer una revolución independentista. En el Artículo primero de sus bases, señala: El Partido Revolucionario Cubano se constituye para lograr con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. No fue casual la fecha escogida, aniversario de la Asamblea de Guáimaro, celebrada el 10 de abril de 1869, en la cual los delegados presentes de la Revolución independentista de 1868, constituyeron la República en Armas y la primera Constitución de Cuba.
Tampoco, la integración a sus filas de patriotas de Cuba y de Puerto Rico, las dos últimas colonias hispanas en las Antillas, en beneficio de sus pueblos y por la trascendencia, repercusión e influencia de este hecho en el resto de América.
Procedente de Nueva York, antes de partir a la que denominó guerra necesaria, Martí hizo escala en la República Dominicana, donde redactó en la humilde vivienda de Máximo Gómez, el documento que trasciende a la historia con el nombre de Manifiesto de Montecristi.
El Manifiesto expone el carácter y finalidad de la guerra emancipadora que estalló en Cuba, un mes antes; la actitud de la Revolución y de la futura república respecto a los españoles; cómo ha de constituirse, organizarse y desenvolverse la República, con la misma participación e iguales derechos y deberes, de blancos y negros.
Expresa que el PRC ha sido creado para ordenar y auxiliar la guerra actual y, el General en Jefe, electo en este cargo por todos los miembros activos del Ejército Libertador.
Según escribió a sus amigos y colaboradores Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, el 28 de marzo, Martí asegura que luego de escrito el manifiesto no ocurrió en él un solo cambio; y que sus ideas envuelven a la vez, aunque proviniendo de diversos campos de experiencia, el concepto actual del general Gómez, y el del Delegado. Martí sintió en lo más profundo de sus convicciones que se trataba de un suceso de gran alcance humano y el servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas, presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo.
Un año antes advirtió en Patria: «En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder,… y si libres serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte…» (17 de abril de 1894).
Así reafirmó este juicio en su carta a Federico Enríquez y Carvajal, fechada el 25 de marzo de 1895, el mismo día de la firma del Manifiesto de Montecristi; «…Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo…»
Esta idea trascendente sostuvo Martí hasta su muerte en el combate de Dos Ríos, territorio cubano, el 19 de mayo de 1895, según expresó la víspera en la carta inclusa a Manuel Mercado:
«…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América».

*Historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina

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