La Habana (PL) Millones de personas celebraron la llegada del nuevo año lunar, una antiquísima tradición que une a comunidades de distintos países, sin importar lenguas ni ideologías.
En China, Vietnam y Surcorea, en los barrios de inmigrantes asiáticos de Nueva York, Londres o Moscú, las familias se reúnen para honrar a los antepasados y propiciar la buenaventura, al calor de platos humeantes de comida tradicional e incienso.
Los ciclos del calendario lunar rigen el término y el comienzo de estos festejos, desde que en el año 2637 antes de nuestra era, el emperador chino Hun Ko Pao introdujo períodos de 12 años regidos por animales.
Con el año lunar o Tet, los sabios intentaron resolver un problema común a todas las civilizaciones: crear un medidor del tiempo acorde con las necesidades de la agricultura, la principal actividad económica en la antigüedad.
Los antiguos crearon un compromiso: el calendario lunisolar que se basa en las fases del Sol y de la Luna, de tal manera que pudieron diferenciar el otoño del verano y el invierno de la primavera.
El fin del invierno y comienzo de la primavera se celebraba como un momento de resurrección, en el cual la tierra renacía regalándole al hombre los frutos de la vida.
Por eso las festividades del año nuevo lunar también se conocen como Fiestas de la Primavera.
Cuando la etnia Han, la más numerosa de China, tomó el poder y fundó una dinastía del mismo nombre, el calendario lunar y los festejos relacionados con este se convirtieron en oficiales dentro del imperio.
La dinastía gobernó en China, Vietnam, Corea, Mongolia y gran parte de Asia Central, desde el 206 antes de nuestra era hasta el 220 después de Cristo.
Los sucesivos emperadores mantuvieron la costumbre, y con el paso del tiempo y la ayuda de las rutas comerciales que unieron a China con el occidente, los festejos llegaron a otras tierras y se adaptaron a nuevas condiciones.
En el gigante asiático, durante este período, ocurre la mayor migración humana del planeta: millones de personas regresan a sus lugares de nacimiento para celebrar en la tierra de sus antepasados.
Las casas son adornadas con caligrafía de ideogramas referidos a la prosperidad, la felicidad y la abundancia, y la colocación de figuras mitológicas en las puertas de entrada a modo de guardianes para espantar demonios.
En Surcorea muchas familias visitan la costa este donde se asoman los primeros rayos del sol del año nuevo, considerados portadores de buena fortuna.
Mientras, los vietnamitas prefieren una comida opulenta y el olor de los inciensos que creen espantan los malos espíritus.
Japón cambió el calendario lunar por el gregoriano en 1873, pero cada 3 de febrero estalla en una de las ocasiones religiosas y culturales más importantes del país: la fiesta de primavera o «setsubun», como ocurrió también en 2015.
Las festividades del «setsubun» se corresponden con el 31 de diciembre en la cultura occidental, por lo que puede ser considerado como un tipo de Noche Vieja.
Usualmente se acompaña de una ceremonia para limpiar la maldad del año precedente y propiciar la suerte a las jornadas que comienzan, conocida como «mamemaki».
El jefe del hogar encabeza ese ritual, en el cual los integrantes de la familia se lanzan semillas de soja al grito de «Afuera demonios, que venga la fortuna!».
Otra celebración del «setsubun» implica comer «nori maki», un tipo especial de sushi.
Esa costumbre, perteneciente al occidente de Japón, consiste en comer el rollo de sushi mientras se mira hacia una dirección fija sin pronunciar palabra.
Quien deguste el rollo de 20 centímetros sin hablar -cuenta la mitología popular- tendrá buena suerte en los negocios, será más longevo y no padecerá enfermedades.
Los historiadores concuerdan en que esa práctica comenzó en la ciudad de Osaka, cuando una joven geisha lo hizo y al año siguiente concretó sus deseos de contraer matrimonio con la persona amada.
*Periodista de la redacción de Asia de Prensa Latina