Silencioso tambor de hojalata

Por Adán Medellín  @adan_medellin

Oskar me recuerda la dureza e incomprensión de los primeros amores, la ambición de tener una vida vagabunda y llena de experiencias, y la nostalgia de estar atrapado en el tiempo, esa nostalgia que nos obliga a madurar aunque queramos permanecer en la estatura de los tres años y seguir siendo protegidos y mimados por los otros.

(N22) Recuerdo dos momentos en especial: cuando durante una crisis familiar, escapé de casa a leer su historia en la banqueta, bajo un farol de la calle y entre el aire de la noche, la melodía del tambor me confortó aunque hablara de cristales rotos y guisos de anguilas. La segunda vez, la historia de Oskar me acompañó mientras hacía guardias en el hospital para cuidar a mi madre enferma de cáncer, y pasé la noche en vela junto a su cama leyéndole los primeros capítulos.

Leí por primera vez El tambor de hojalata cuando tenía 18 años. Me fascinó esa mezcla de tragicomedia personal con la historia de la dominación alemana en Danzig en los inicios de la Segunda Guerra Mundial. Me encantó que su protagonista, Oskar Matzerath, hubiera decidido dejar de crecer en estatura cuando tenía tres años, pero sin que su desarrollo intelectual se detuviera. Era la mente de un hombre en el cuerpo de un niño, con todos sus favores y desventajas. Me encantó que rompiera cristales por las noches con la fuerza de su canto o que pudiera conquistar a una chica poniendo sobre sus manos saliva y dulce polvo efervescente.

Oskar habla de una época dolorosa de la historia europea con una mezcla de ironía, inocencia y tragedia al ritmo de su tambor de hojalata, el juguete que lo acompaña durante toda su vida y que le permite sobrevivir a una era de destrucción, alienación e ideologías controladoras.

Detrás de Oskar, encontré la figura de autor de Günter Grass. En esos primeros años, cuando anhelaba ser escritor y descubría la literatura y la fuerza de las palabras, Grass se volvió un guía para mí. Supe que era escultor, poeta y dibujante. Que se había encerrado a cal y canto, empobrecido, para escribir aquel libro.

Devoré sus novelas enormes y desmesuradas, plagadas de ratas y perros que explican la historia contemporánea, de rodaballos que cuentan las etapas de la humanidad a través de recetas de cocina cachuba y mujeres. Después caería en la cuenta del realismo mágico, de sus posturas políticas, de su apoyo al movimiento obrero, de sus controversias ideológicas y de su función social como conciencia polémica en la prensa internacional.

No me avergüenza decir que luego vinieron otras lecturas y nuevas experiencias, y fui dejando a Günter Grass, pero me quedé siempre con Oskar Matzerath. He releído porciones de El tambor de hojalata varias veces, en distintos momentos de mi vida. Es un manantial que me alivia en momentos de cansancio. Es como un viejo amigo con quien vuelvo a encontrarme y retomo una plática llena de anécdotas conocidas, pero que tiene un tono que no deja de tocarme y sorprenderme.
Oskar es el amigo pícaro y un poco enloquecido que me transporta a la tragedia, pero que ilumina parte de mi camino. Me lleva al otro yo que fui y que estoy siendo. Rememora en mí la magia de las bombillas eléctricas, de las tiendas de ultramarinos que ya no conocí, de los grandes circos itinerantes que ahora agonizan. Oskar me recuerda la dureza e incomprensión de los primeros amores, la ambición de tener una vida vagabunda y llena de experiencias, y la nostalgia de estar atrapado en el tiempo, esa nostalgia que nos obliga a madurar aunque queramos permanecer en la estatura de los tres años y seguir siendo protegidos y mimados por los otros.
No temo decir que Oskar me ayudó a crecer sin olvidarme que debajo de todos los años vividos, sigo siendo ese niño caprichoso, manipulador y hambriento de aventuras que él representa. Por eso he lamentado la noticia de la muerte de Grass, porque el hombre que trajo a mi amigo a la luz, se ha ido. Lo lamento porque terminarán sus artículos, sus dibujos, sus poemas incómodos, su puesta en duda de tantas posiciones y políticas asumidas en el mundo contemporáneo.

Ahora Oskar, liberado de la sombra del gran intelectual, dibujante y poeta, puede vivir en paz. Aunque sé que desde las primeras páginas de la novela, cuando decidió lanzarse por esas escaleras y eligió su tambor de hojalata por encima de la vida convencional, ya estaba haciendo las cosas a su manera.

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