¡…GUERRA DE PAPEL…! Hágame usted el recabrón favor…

*Cero Tolerancia ha creado neoparásitos sociales en la Ciudad de México porque no se acaban, que se multiplican como los búlgaros; no hay ley que los obligue a sucumbir para desaparecer del mapa de la pobreza, de la miseria, de los estragos que los orillan a pedir una limosna para comer, y que es su modus vivendi ante la falta de alternativas y oportunidades de empleo. *Tristemente, la pobreza hecha “indigencia en la desgracia”, deambula a todas horas los 365 días del año, cuando sus gobernantes, sobre todo los de la ahora izquierda aristocrática, viajan en lujosísimas camionetas con adelantos tecnológicos -custodiados con sendos cuerpos de guardaespaldas-, que contrastan con el paso peatonal de millones de conciudadanos que sale de sus hogares con un San Bendito en la boca: “¡Cuídate!”

 

 

BLAS A. BUENDÍA     blasalejo@gmail.com

“México debe atacar corrupción para ser potencia”, dice el facineroso Rudolph Giuliani, el ex alcalde de New York de “hierro” que trajo azolado a las mafias neoyorquinas, y que cuando vino a México con motivo de celebrar un convenio de colaboración para preparar cuadros policiacos, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador le pagó cinco millones de dólares. Sí señor, el neoyorquino se llevó en menos de quince días, toda esa cantidad, cuando el salario mínimo mexicano, está para llorar, menos de 80 pesos diarios para las clases marginadas.

Y todavía de remate, el facineroso Giuliani se aventó “el trompo a la uña” para anunciar su regreso a tierras mexicanas: “Si en México se elimina la corrupción, yo vengo y en seis meses acabo con la inseguridad”.

Saben ustedes ¿cuándo va a regresas el señor Giuliani a México con esa idea de que se acabe la corrupción en México? ¡Pues nunca! Porque la corrupción en México se obedece a una estructura que la hecho ser ya de la familia, de una gran familia que todo el país está sumido en el crimen y la pobreza, y sus índices de inseguridad han hecho “gobierno”.

O sea, ese programa de Cero Tolerancia, hasta hoy en día ha servido como un instrumento para crear mayor inseguridad; sirvió de novedad en el momento, pero ha corrido el tiempo y los resultados del güerito Giuliani NO se han visto para nada, solo para desaparecer a los franeleros; pero eso sí, se llevó de fora alegre cinco millones de dólares del gobierno de la Ciudad de México, en la época pejista.

En el marco de una de sus tantas intervenciones en magnos eventos, como el de “México Siglo XXI”, perteneciente a la Fundación Telmex, Giuliani destacó que Brasil y México son dos de los países latinoamericanos que tienen todas las cualidades para llegar a ser economías mundiales.

El político aseguró que Donald Trump no es el líder del Partido Republicano y señaló que el tema de la inmigración ilegal debe tener una solución integral.

Giuliani exhortó a los jóvenes a seguir ¡soñando! (¡glup!), a ser “optimistas” y aprender a trabajar en equipo.

Lamentablemente, es de señalar que el país no está para eso, la nación tiene que hacer algo para su consolidación como economía emergente en este mundo globalizado; es el momento, ¡PERO YA!, porque de lo contrario, el crimen organizado seguirá aglutinando a miles de jóvenes en el terreno del narcotráfico.

El politólogo izquierdista Marco Rascón, había tocado el tema “Giuliani en México”, y en esa ocasión, señalaba que como parte de una política urbana general, Estados Unidos ha lanzado una ofensiva para sacar a los pobres de las áreas centrales de las ciudades estadunidenses.

La recuperación de centros históricos es la queja y base de la lucha inquilinaria de afroestadunidenses, latinos, asiáticos, que con sus actividades económicas informales ocupan esos espacios que hoy son el objetivo a rehabilitar para poner en oferta esas áreas a otros costos y usos, pero no están incluidos los pobres que tradicionalmente las ocuparon y que por naturaleza son refugio de inmigrantes legales e ilegales en el país vecino. Esta política se extiende también a ciudades europeas de alta incidencia migratoria, como Barcelona, Madrid y París.

Esta ofensiva surgió en Nueva York entre 1994 y 2002, cuando el alcalde Rudolph Giuliani la puso en práctica como política municipal, la denominada Compstat o Cero Tolerancia, copiada y aplicada luego en muchas otras ciudades del mundo. Llamado America major por su papel protagónico durante el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, Giuliani se convirtió en el símbolo de los valores y el patriotismo alentado por la política de George W. Bush “contra el terrorismo”.

Hoy, Giuliani, abogado millonario, propietario de la compañía de seguridad Giuliani Partners LLC, la cual diseñó la nueva policía de la ocupación en Bagdad, da asesoría a gobiernos.

Su combate a los pobres, homeless y pandillas de Nueva York le dio los méritos para convertirlo en precandidato republicano a la presidencia de Estados Unidos y hoy es el gran representante de las políticas más conservadoras contra la inmigración, pues recientemente declaró que su programa Cero Tolerancia dejará el territorio estadunidense sin inmigrantes ilegales en tres meses, como hizo en Manhattan durante su ejercicio como alcalde de Nueva York.

Giuliani aún es en la Gran Manzana símbolo de las políticas más derechistas. La aplicación de su política Cero Tolerancia, que ha prometido para todo el país contra los inmigrantes, los dejará con cero derechos para atenderse médica, educativa y socialmente, abarcando también el aspecto laboral.

Lo paradójico es que Giuliani fue asesor en políticas de seguridad durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Se le contrató y se le pagó por diseñar y ajustar el programa Cero Tolerancia a la ciudad de México.

De ahí vino el cuestionado Bando de Cultura Cívica en la legislatura pasada de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que prohibía o criminalizaba a los franeleros, la mendicidad y el ambulantaje. (Hoy en día son perseguidos por toda la capital; el “torito” está repleto de ellos).

La lucha por el Centro Histórico estaba declarada, pero Marcelo Ebrard se había reservado esta batalla para él, lo cual le dio los mismos resultados políticos que a Rudolph Giuliani al desaparecer a miles de vendedores ambulantes de las calles, relegando su destino y la manera de ganarse un ingreso a un asunto secundario o de respuesta simple: “eran flojos”, “no necesitaban el trabajo”, “era un pretexto de la delincuencia”.

Hoy sentimos por el Centro Histórico la misma fascinación que experimentaron los neoyorquinos por Manhattan, una vez que fue limpiada de pobres y miserables: calles vacías, regreso del resplandor arquitectónico.

Recuperación inmediata sin respuestas prolongadas ni conflictivas ha hecho aceptar que los ambulantes no eran sino un “mito genial” de sociólogos y economistas, que el problema del desempleo no es tal y que su desaparición es el mejor regalo navideño para una ciudadanía ávida de políticas conservadoras, como implantar el “no fumar” en todas partes.

La identificación entre las políticas de Giuliani y del PRD al frente del gobierno de la ciudad se consolida, pues los miles que hubiesen tenido en la izquierda un respaldo para presionar por un orden nuevo es la misma que los desaloja y los deja en el peor de los mundos: la inexistencia.

La estética de nuestro Centro Histórico es maravillosa sin duda, pero debería darnos miedo, pues en el fondo es uno de los atajos que nos gusta tomar cuando no hacemos los cambios estructurales o incluyentes necesarios para acompañar esta decisión con acciones que lo sustenten desde el ámbito también de la transformación económica y social.

¿Recuerdan ustedes que al inicio de toda esta pesadilla había canciones y spot’s gubernamentales que sugerían: “empléate a ti mismo”?

Eran los años de las políticas de austeridad dictadas por el Fondo Monetario Internacional, que el gobierno mexicano seguía al pie de la letra despidiendo a miles de trabajadores al servicio del Estado, y empezaba la desindustrialización.

Fue el inicio de la gran época de Tepito para llevar la globalización a los despedidos y quitarles la conciencia laboral y los hábitos proletarios para convertirlos en “empresarios” de un puesto en la vía pública vendiendo fayuca.

Hoy, ningún economista ha levantado la voz para hacer un balance del costo social que ha tenido la aplicación del Cero tolerancia y las políticas de Giuliani en la ciudad de México. Todos gozamos, pero es muy posible que estemos fascinados bailando encima de un barril de pólvora.

Solo para puntualizar, Marco Racón –el gordito simpaticón que se escondía identidad bajo una máscara que luego recreó popularidad con el surgimiento de un luchador social llamado Super Barrio-, tiene extraordinaria razón.

Es decir,  Cero Tolerancia ha creado neoparásitos sociales en la Ciudad de México porque no se acaban, que se multiplican como los búlgaros; no hay ley que los obligue a sucumbir para desaparecer del mapa de la pobreza, de la miseria, de los estragos que los orillan a pedir una limosna para comer, y que es su modus vivendi ante la falta de alternativas y oportunidades de empleo.

Tristemente, la pobreza hecha “indigencia en la desgracia”, deambula a todas horas los 365 días del año, cuando sus gobernantes, sobre todo los de la ahora izquierda aristocrática, viajan en lujosísimas camionetas con adelantos tecnológicos -custodiados con sendos cuerpos de guardaespaldas-, que contrastan con el paso peatonal de millones de conciudadanos que sale de sus hogares con un San Bendito en la boca: “¡Cuídate!”

Es oportuno recordar que ese personaje del Superbarrio Gómez, es un personaje mediático y político en México creado por el activista social Marco Rascón Córdova y perteneciente a una organización de lucha por la vivienda llamada Asamblea de Barrios, cuyo éxito lo ha convertido en un símbolo emblemático del movimiento urbano-popular de México. En diversas entrevistas, el activista social ha declarado que su misión es defender y proteger los derechos de la gente común.

 

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