El viernes por la noche, cuando horrorizado veía por televisión la masacre terrorista del Estado Islámico en París, me pregunté cómo podría relacionar dicho acto demencial con la vida y obra de Gustave Courbet. Hoy domingo, la respuesta me parece relativamente sencilla: además de ser francés, el pintor no sólo se educó gracias a la riqueza específica del arte y la cultura europeas, sino que también personifica el espíritu crítico en su dimensión más libertaria, un talante rebelde y racional que se ha convertido en una de las características de la sociedad contemporánea más odiadas por el integrismo musulmán que perpetró la funesta matanza en la capital gala.
En esta era globalizada y ciberespacial donde las nuevas tecnologías igual sirven para conseguir avances civilizatorios o generar destrucción por parte de la narcodelincuencia y de las sectas fanáticas, y con motivo de los acontecimientos funestos en la Ciudad Luz, se vuelve indispensable allegarse de más elementos de juicio para así poder entender los retos sociales y políticos que se ciernen sobre el mundo debido a las amenazas terroristas. El siguiente listado de consideraciones sociológicas busca enriquecer el análisis de la coyuntura política internacional, y tiene como propósito demostrar la imposibilidad de justificar con argumentos racionales –sean étnicos, religiosos, sociales o políticos- los sucesos trágicos del viernes 13 de noviembre en París.
1- Desde tiempos de Hitler, la humanidad no había tenido un enemigo común como lo es ahora el Estado Islámico, grupo yihadista de filiación sunita que pretende imponer por la vía militar un califato a los pueblos musulmanes del Medio Oriente y África. Se trata de un gobierno sustentado en la aplicación de Ley Islámica ortodoxa, conformado por unos 30 mil combatientes fanáticos que operan en amplias zonas de Siria e Irak y con fuerte presencia en Libia, Yemen y Nigeria, el cual acata la voluntad dictatorial de su líder máximo, Abu Bakr al-Baghdadi, y que recurre, por un lado, al sometimiento de los infieles (musulmanes chiitas, cristianos, kurdos, budistas, ateos), asesinándolos si no adoptan el islamismo radical como dogma religioso; y, por el otro, a la violencia criminal (tráfico de drogas, secuestros, extorciones, robos, trata de personas) como un medio para obtener los recursos financieros que fortalezcan su misión de erradicar la cultura democrática occidental de la faz de la Tierra.
2- Las prácticas totalitarias del el Estado Islámico se caracterizan: por el exterminio en masa de su propio pueblo (la mayoría de sus atentados terroristas los hacen en contra de los musulmanes chiitas), por la “guerra santa” contra los países aliados de Occidente y por la devastación tanto de los templos católicos y las sinagogas judías como de los santuarios artísticos cuyos tesoros arqueológicos son saqueados y puestos a la venta en el mercado negro (particularmente dolorosa fue la destrucción de las ruinas de Palmira, en Siria). Al tal grado el Estado Islámico incurre en un radicalismo rayano en la locura, que sus otrora aliados, los combatientes de Al Qaeda, rompieron su alianza con el califato. La dimensión sangrienta, alevosa y cobarde de los atentados de París ha llevado a que el grueso de la comunidad internacional, desde los principales líderes musulmanes y judíos, pasando por el papa Francisco y los gobiernos de China y Rusia, y hasta los grupos guerrilleros palestinos hayan coincidido en la condena del siniestro acto terrorista.
3- Lo ocurrido en la historia pasada de la humanidad: el imperialismo, el colonialismo, los genocidios, las guerras mundiales, etc., con sus millones de explotados, torturados, esclavizados y muertos, no constituye un argumento válido para intentar justificar las masacres y las violaciones de los derechos humanos en los tiempos actuales. Además de que enarbolar el victimismo y el revanchismo no abona a la solución de ningún problema sociopolítico en el presente, también debe precisarse, para no caer en la trampa de la doble moral, que la mayoría de las sociedades importantes (sean orientales u occidentales, indígenas o mestizas) alguna vez fueron dominantes o dominadas y, por ello, también actuaron con prepotencia frente a los sometidos o fueron humillados por los conquistadores. Por nefastos que hayan sido sus gobernantes en cierta época determinada, debe recordarse que así como en cada pueblo hay masas dóciles y enajenadas que acatan órdenes injustas e irracionales, igualmente existen personas y grupos que se niegan a obedecer, que se rebelan y que cuestionan dichas arbitrariedades. Hacer generalizaciones ahistóricas es tan contraproducente como pensar y actuar atenazados por un resentimiento patológico.
4- En los regímenes democráticos (tan odiados y vilipendiados por los islamistas ortodoxos), resulta natural que la mayoría de los que viven en la indigencia y en la marginación social reaccionen visceralmente contra el estado y hasta se alegren de la masacre ocurrida en París. Lo que en cambio parece difícil de asimilar es que también personas de clase media, que gozan de derechos y libertades individuales (entre ellas, la de disentir y criticar lo que les venga en gana), y que por ello tienen garantizada su participación política como grupos anarquistas y anti sistémicos, igualmente manifiesten simpatía por un Estado Islámico que, de expandirse por doquier, acabaría con ellos.
5- Luego de los recientes atentados terroristas del Estado Islámico en Líbano, París y contra el avión ruso, la comunidad internacional (incluidos países árabes rivales como Irán y Arabia Saudita) ya no tendrán otro camino que ponerse de acuerdo sobre el destino del dictador sirio, Bashar al-Asad, pues sólo así podrán llevar a buen puerto los acuerdos logrados en Viena hace unos cuantos días en torno a la convocatoria a elecciones libres en Siria, con vigilancia de la ONU. Desde una perspectiva de realpolitik, me temo que para liquidar la amenaza que representa el Estado Islámico no bastarán los bombardeos aéreos. El despliegue de tropas sobre el terreno se hará necesario. El contexto actual en nada se parece a la invasión de Irak por los halcones del Pentágono en la nefasta era de los Bush, quienes utilizaron mentiras y creyeron ilusamente que su invasión sería un paseo militar. Ahora existe una causa justa y universal: erradicar la peor amenaza totalitaria del siglo XXI.
GUSTAVE COURBET: LA TRANSGRESIÓN COMO DESTINO
51. Ningún artista representa mejor a la Francia revolucionaria, con sus gestas insurreccionales de 1830, 1848 y 1871, que el gran pintor Gustave Courbet (1819-1877), líder indiscutible de la nueva escuela realista que liquidó los últimos vestigios del academicismo neoclasicista y del Romanticismo, estilos artísticos hegemónicos en Europa durante la primera mitad del siglo xix. En efecto, un espíritu de rebeldía indómita caracteriza a este talentosísimo maestro francés, oriundo del Franco Condado, al cual estudiaremos con enorme deleite en nuestra próxima clase.
Veamos de qué tamaño es ese frenesí incoercible de Gustave: a) en tanto que fervoroso republicano simpatiza con las jornadas de junio que derrocan al rey Luis Felipe; b) en su papel de intelectual antimonárquico participa activamente tanto en las barricadas que destronan a Napoleón III, así como en el nuevo gobierno de la Comuna de París –efímera experiencia política que le inspiraría a Marx su modelo comunista sustentado en la autogestión, la democracia directa y el igualitarismo–, en donde funge como ministro de Bellas Artes; c) en su dimensión de artista subvierte la manera tradicional de concebir las artes plásticas, al conferirle legitimidad estética a los temas escabrosos y vulgares, al presentar en gran formato escenas de la vida cotidiana (un entierro familiar, el trabajo en un banco de piedra, un convivio campestre, etc.), donde jamás aparecen héroes o dioses olímpicos, ni tampoco los personajes célebres de las élites, sino sólo gente común y corriente: principalmente campesinos, obreros y habitantes sencillos de la provincia; y d) en cuanto a su personalidad dada a la extravagancia y la desfachatez, se vanagloria de ser antipático, vanidoso, prepotente y buscador de escándalos: la única satisfacción que podría resultarle superior a recibir la condecoración de la Legión de Honor sería darse el lujo de rechazarla, y es justo lo que hace, abofetear con su desprecio al emperador.
A diferencia de Camille Corot –alma noble que busca la paz espiritual para trabajar más y mejor con sus pinceles–, Courbet no anhela el cariño de sus colegas, y mucho menos tranquilidad alguna. Su misión en esta vida tiene la doble encomienda de liquidar el antiguo régimen y erigirse como el artista más importante de su tiempo. Desdichadamente para él, a la postre paga el precio de su osadía: una vez derrotada la Comuna de París (1871), se le acusa de haber permitido la destrucción de monumentos históricos, razón por la cual es obligado a desembolsar una cuantiosa indemnización y a purgar pena carcelaria de seis meses. Al no poder liquidar su deuda, huye a Suiza donde pasará sus últimos y calamitosos años, asediado por la depresión, la miseria y la decrepitud.
De todos sus arrebatos temperamentales, el más sorprendente (aún ahora, cuando por doquier vivimos infestados de pornografía) es la manera originalísima e irreverente de mostrar sus desnudos femeninos. Las modelos de Courbet resplandecen con toda la carga erótica que les brinda su condición de cuerpos recreados pictóricamente sin velos, mitos o prejuicios. Nada se interpone, pues, entre la mirada del espectador y la sensualidad de esas carnes donde todavía se advierte el ígneo rubor de la piel. Por primera vez en la historia del arte occidental, un pintor retrata sin pudor y en primer plano al sexo femenino. La visibilidad contundente de la vulva, la espesura del vello púbico y la apertura sin inhibiciones de las piernas de la mujer recostada, hacen que el cuadro El origen del mundo (1866) constituya uno de los hitos del largo y progresivo proceso de reivindicación de la sexualidad humana como un acto natural, lúdico y gozoso, que no sólo no debe estar limitado por ningún reglamento u ordenamiento político o religioso, sino que únicamente tiene que responder a la libre voluntad tanto de los amantes como de los individuos que busquen explayar las potencialidades diversas e infinitas del erotismo.
Y si Courbet despliega en este cuadro su proverbial ánimo provocador, también es verdad que en otros momentos sabe cómo ser sutil y encantador. En El sueño, por ejemplo, a través de la imagen dulce de dos bellas muchachas que plácidamente yacen abrazadas y dormitando, el pintor consigue rendirle un merecido culto a los reconfortantes efluvios del amor consumado.
Diapositivas del archivo José Ceballos Maldonado