Dicho sea de paso: Un pozo negro y profundo

Por Fernando Urbano Castillo Pacheco

En un artículo publicado en mayo de 2004 en el periódico Reforma Rafael Segovia decía: «Estoy totalmente descorazonado. Veo en México épocas duras y tiempos difíciles, años de nubarrones. ¡Hoy México está peor que nunca! Se ve un desgaste casi absoluto de las instituciones… Hay una suerte de falta de proyecto nacional. O de proyecto para la nación. Veamos ¿qué se ofrece? El hombre de la calle no lo sabe».

Si bien el diagnóstico fue hecho hace doce años, las palabras son aplicables a este gobierno, que parece más incapaz en su actuar que aquel de Vicente Fox al que se refería el politólogo. Ya que las condiciones económicas internacionales han hecho evidente que este gobierno carece de un proyecto para conducir al país y el Presidente se ha opacado ante la adversidad.

El declive mundial de los precios del petróleo, que han llevado a la mezcla mexicana a niveles de 24 dólares por barril, representa un gran problema para las finanzas públicas, pues hay una alta dependencia del gobierno de los ingresos obtenidos por la petrolera estatal y dependencia nacional, también, de las divisas que la exportación del crudo y petrolíferos representan.

En los inicios del gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto, se impulsó la llamada reforma energética que abrió el sector a la inversión privada y modificó las condiciones de operación de Pemex para permitir que lo hiciera bajo diferentes esquemas de asociación; en los hechos es que las obligaciones fiscales de la empresa productiva del Estado –es un decir– la están ahogando, pues aunque pudiesen haber sido las adecuadas con otros precios del crudo, es evidente que en la cotización actual el régimen fiscal está siendo muy nocivo para la petrolera y se vuelve incomprensible la necedad del ejecutivo de no modificar la legislación y continuar matando a la gallina de los huevos de oro.

La situación de Pemex alarma –y con razón– al gobierno federal, mientras que el país debe de alarmarse por la incapacidad de este para afrontar la situación. En lo que va de este sexenio, la petrolera además de volverse menos representativa en términos de ingresos, se ha vuelto menos productiva.

De 2012 a 2015 pasó de producir 2 millones 548 mil barriles diarios de petróleo, a una producción de 2 millones 267 mil barriles de crudo por día; de exportar un millón 256 mil barriles a un millón 172 mil barriles y las reservas probadas del país cayeron de 10,025 millones a 9,711 millones de barriles.

Lo anterior demuestra que la producción decae y que la exploración no ha sido eficiente, lo que aunado a una pérdida de mercado, por la disminución drástica de importaciones del hidrocarburo mexicano, por parte de Estados Unidos y el bajo precio en el mercado internacional, hacen evidente que el problema de Pemex, no sólo es presente, sino también a futuro.

Ese problema se convierte también lo es para el gobierno y por tanto debe de buscarse una solución pronta. Si bien las coberturas petroleras contratadas serán, otra vez, un alivio para las finanzas públicas, es muy difícil que estas se puedan contratar el año próximo, pues la volatilidad habrá dejado experiencias en los inversionistas. Además, estas coberturas son del gobierno, no de Pemex y, por tanto, en nada benefician a la empresa que tanto necesita equilibrar sus finanzas.

Hoy, Pemex es una empresa quebrada que está arrastrando a la quiebra a muchas otras.

El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, hablaba hace unos días de que el gobierno federal tomaría medidas para estabilizar las finanzas de la petrolera. Es natural, pues el gobierno es el único accionista de Pemex y para el gobierno la petrolera es su principal contribuyente. Un estudio publicado por El Economista refería que Pemex paga seis veces más impuestos al fisco que todas las empresas que cotizan en la Bolsa Mexicana de Valores.

Sin embargo, la solución está en corregir los entuertos fiscales que ha venido realizando esta administración para que la petrolera conserve recursos para su modernización y resolución de sus problemas. La estrategia debe estar acompañada, además, de una estrategia para implementar las reformas anticorrupción que hagan transparente en el manejo de los recursos en Pemex, pues la mayor empresa del país no puede seguir siendo fuente de beneficios ilegales para una élite gobernante en una élite sindical.

El pretende resolver los problemas de Pemex con transferencia de recursos gubernamentales es absurdo, pues esto representa un enorme riesgo para las finanzas públicas, ya que estos recursos transferidos dejarán de utilizarse en educación, infraestructura o salud; ¡Vaya!, ni siquiera se destinarán a ese montón de programas asistencialistas que solo administran la pobreza y reditúan en términos electorales.

Lo anterior se ve difícil con un gobierno que no ha entendido que la solución a sus finanzas está en un sistema fiscal verdaderamente proporcional y equitativo y no en depender de recursos no renovables y en el exprimir a un puñado de contribuyentes cautivos.

La realidad del país requiere un cambio en el área hacendaria y en la legislación tributaria. No podemos seguir viviendo de prestado. Es preocupante que esta administración esté financiando su operación con deuda y que los índices de recaudación tributaria tengan un crecimiento que no coincide con las tasas de crecimiento del PIB.

Solo en 2015, la deuda del sector público aumentó en 1 billón 187,400 millones de pesos al pasar de 7.47 a 8.63 billones, en lo que ya es un nivel inquietante, pues esto refleja que en tres años de este sexenio la deuda se ha incrementado en casi el mismo monto que en todo el sexenio anterior.

Por otro lado la recaudación récord es algo increíble de suceder en un país donde el 57 por ciento de la población económicamente activa vive en la informalidad. Urge en programas que integren al informar a la economía y que las finanzas se estabilicen logrando que todos contribuyan pagando impuestos justos. Esto, sin duda, atraerá la inversión y fomentará el crecimiento.

El panorama económico del país para el resto del año no pinta bien. El alto costo del dólar y la incesante caída en los precios del petróleo han hecho latente la amenaza de un nuevo recorte en el gasto público que lamentablemente apunta a ser en gasto de inversión, pues la tradición priísta de hacer política partidista con dinero público hace improbable que se recorte en gasto social o gasto corriente. Esto dará otro golpe al crecimiento de nuestra economía.

Por otro lado, el dato de la inflación en enero de 2016 muestra que se está rompiendo la tendencia bajista de los meses anteriores y cuando la inflación recienta el efecto de la devaluación del peso –lo que tarde o temprano va a suceder– los salarios reales se verán mermados pues alcanzará para comprar menos cosas, lo que generará un segundo efecto en el crecimiento, al afectar el consumo interno por la disminución de la demanda.

La buena imagen financiera internacional que tanto presume el Presidente de la República, es un espejismo que se diluye cuando vemos el alto precio del dólar, pues es muestra de que se está perdiendo la confianza en el peso mexicano y en los fundamentales económicos del país.

Es verdaderamente urgente una modificación de los esquemas fiscales y presupuestarios que logren equilibrar las finanzas y procurar crecimiento para la economía, pues hoy el gobierno y Pemex van rumbo a un pozo tan profundo como los que la petrolera hace y tan negro como lo que la petrolera produce.

De seguridad y política, primero Dios, le hablo en la siguiente entrega.

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