La Habana, (PL).- Con el nacimiento del perro salchicha Waldi en Múnich-1972, los Juegos Olímpicos de verano recibieron la huella imperecedera de las mascotas, una carga sugestiva e indiscutible de simbolismo, colorido e ingenio.
Las mascotas irrumpieron en las Olimpiadas como un complemento de las competencias. Sin embargo, en poco tiempo fascinaron al mundo, en especial a los niños y turistas, para convertirse en una parte intrínseca de los mismos.
Por su vistosidad, policromía y armónica figura, Waldi significó un punto de partida para la continuidad de esta original idea, que vio la luz en 1968 con Schuss, la primera mascota olímpica oficial, insignia de la cita estival de Invierno en Grenoble, Francia.
La cabeza y la cola de Waldi eran de color azul claro, mientras su cuerpo con franjas verticales, amarillas y verdes representaba tres de los cinco colores olímpicos.
Además, el original can, creado por el alemán Cherie von Birkenhof, llamó la atención por su posición erguida y su espalda recta y fue producido en diversas formas y tamaños, en materiales de felpa (tipo de tela), plástico, calcomanías, afiches y botones.
La tradición iniciada por Schuss y Waldi tuvo su continuidad en el castor Amik, un símbolo de Canadá, y mascota de la Olimpiada de Montreal-1976.
Amik llevaba un fajín rojo que resaltaba en su cuerpo de color negro por completo y encarnó la amistad, la paciencia y el trabajo duro, vital en el desarrollo de la nación norteña.
Para los Juegos de Moscú-1980, la mascota olímpica adquirió una imagen más cariñosa y afectiva con el oso Misha, una creación del afamado artista ruso Victor Chizikov.
Misha, de color oscuro y con ciertos tonos ocres, llevaba una cinturón cuyo broche eran los aros olímpicos.
El simpático Misha apareció en cientos de pines diferentes y fue representado en forma de osito de felpa, de plástico, porcelana, hule, madera, vidrio y metal, además se convirtió en la primera mascota olímpica en viajar al cosmo.
Ante la creciente comercialización del deporte y la necesidad de difundir los valores de la cultura estadounidense, el diseñador Robert Moore y sus socios de Walt Disney Production escogieron a un mascota, que simbolizará esa sociedad, el águila calva, que reinaría en los Juegos de Los Angeles-1984.
Además, planificaron una figura atractiva para los niños y que no resultara demasiado infantil para los mayores.
El águila Sam poseía un pico amarillo y exhibía un sombrero de varios colores: rojo, azul y blanco, los mismos de la bandera estadounidense.
Asimismo, vestía un traje rojo con una pajarita a franjas roja y blanca, a juego con el sombrero y portaba en una de sus alas la antorcha olímpica.
Con el retorno de las Olimpiadas a Asia, en Seúl 1998, un tigre se erigió en la mascota oficial por el valor que ha adquirido a lo largo de la historia oriental este bello animal, que aparece con frecuencia en las leyendas coreanas como un amigo del hombre.
El tigre Hodori tenía los aros olímpicos en el cuello y lucía un sombrero con una cinta en la cabeza, similar al utilizado por los granjeros en una danza tradicional campesina de Seúl.
La cinta que salía de su sombrerito tenía la forma de una «S», por Seúl, sede del acontecimiento deportivo.
Desde Waldi hasta Hodori, los magnos eventos estivales tuvieron en las mascostas un camino ideal para promocionar la imagen y la cultura auctóctona de las sedes, un soplo de vida que recogería el perro Cobi en la Olimpiada de Barcelona 1992.
Atraído por la herencia de originalidad, creatividad y belleza legada por las mascotas olímpicas que le antecedieron, el perro Cobi aportó un sello de identidad propia en los Juegos de Barcelona 1992.
El español Javier Mariscal encontró en el arte pictórico de sus compatriotas Pablo Picasso, Salvador Dalí y Joan Miró el sustento vital para diseñar la imagen surrealista de Cobi, un hito en la historia de las citas estivales.
Cobi, dotado de matices muy modernos, nacidos de un dibujo innovador, poseía un par de orejas puntiagudas, la nariz hacía un lado rematada con una bolita en la punta y sus ojos eran dos pequeños puntos negros, elementos que contrastaban con su color marrón.
La figura de Cobi, inspirada en un perro ovejero, fue utilizada para promover una campaña a favor de la lectura, para ello los organizadores la vistieron con un traje azulado, corbata a rayas rojas y blancas, y el afiche de Barcelona 1992 cerca de la solapa.
Cuatro años después, los miembros del Comité Organizador de los Juegos de Atlanta crearon a Izzy, la más extravagante de todas las mascotas olímpicas, con la aspiración de romper el espíritu renovador de Cobi.
Izzy, diseñada por un ordenador e inspirada en un sapo, sufrió muchas transformaciones antes de adquirir su forma final.
A la singular mascota se le dibujó una boca y ojos con forma de estrellas, además se le añadieron músculos en sus piernas y una nariz. Las orejas y cola llevaron como adorno los aros olímpicos y en su cara sobresalió una amplia sonrisa, que le dio un gesto distintivo de picardía y colorido.
Mascotas olímpicas: Un sello de identidad
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Por Adrián Mengana Martínez