Bruselas, 23 mar (PL) Capital europea, bombas, muertos, atacantes suicidas, el Estado Islámico (EI), es el guión de París 13-N que se repite en Bruselas 22-M: en solo cuatro meses el terrorismo volvió a golpear a Europa.
Como sucedió el 13 de noviembre tras los atentados de la capital de Francia, el mundo quedó ayer conmocionado otra vez por nuevas agresiones extremistas cometidas ahora en la capital de Bélgica.
Según el balance preliminar, al menos 31 personas fallecieron y unas 270 resultaron heridas, a raíz de las explosiones que sacudieron el aeropuerto de Zaventem, ubicado a 15 kilómetros de la capital belga, y la céntrica estación de metro de Maelbeek.
El grupo terrorista EI volvió a reclamar la autoría de los hechos y señaló como móvil la intención de castigar a esta nación europea por ser una de las integrantes de la coalición internacional que combate a ese movimiento en Iraq y Siria.
No obstante, muchos estiman que se trató de un golpe al corazón del denominado Viejo Continente, pues la estación de metro agredida está ubicada muy cerca de las sedes de las diferentes instituciones de la Unión Europea radicadas en Bruselas.
Además de los propósitos de asestar un golpe, otro hecho pudo estar relacionado con la decisión de los atacantes: el arresto el viernes último en esta capital de Salah Abdeslam, el sospechoso de terrorismo más buscado en la región por su presunta participación en los sucesos de París.
Algunos medios de comunicación locales hablaron de presunta venganza o demostración de fuerza, pero un reciente hallazgo apunta a otra dirección: la policía encontró el testamento de uno de los atacantes suicidas del aeropuerto, identificado como Brahim El Bakraui.
En el texto, el joven de 29 años contó sentirse perseguido, sin saber qué hacer, y en una posible alusión a Abdeslam, con temor de terminar «junto a él en una celda», por lo que surgen rumores de que decidió atentar por miedo a correr la misma suerte de su cómplice.
Al comentar informaciones sobre el hecho, el fiscal general de Bélgica, Frederic Van Leeuw, señaló que por el momento no hay evidencias de conexiones directas entre París 13-N y Bruselas 22-M.
Sin embargo, las similitudes entre ambos hechos saltan a la vista y sí hay un elemento claramente compartido: las investigaciones arrojan evidencias de que ambos ataques fueron preparados en la capital de Bélgica.
Varios ciudadanos belgas entrevistados poco después de los sucesos afirmaron intuir de antemano que en cualquier momento ocurriría un ataque en Bruselas, ciudad que está considerada «la guarida del terrorismo» en Europa.
De hecho, los autores de casi todos los atentados ocurridos en el continente, desde los del metro de Madrid en 2004, tiene alguna relación con esta capital, y en particular con el municipio conocido como Molenbeek.
Varios rasgos indican que este territorio se ha convertido en un lugar propicio para la radicalización de muchachos: aquí vive una amplia población juvenil descendiente de inmigrantes, sobre todo del Magreb africano.
Según apuntan especialistas, una buena parte de ellos no comparte la nacionalidad de sus padres y abuelos, pero tampoco se sienten belgas en una sociedad que no acaba de aceptarlos y los sigue considerando foráneos.
A esa ausencia de integración sociocultural se añade que muchos no estudian ni trabajan, y enfrentan conflictos sociales que conducen a comunidades frágiles y vulnerables, declaró recientemente el analista Claude Moniquet a la cadena de noticias BBC.
Por otro lado, en Bélgica convergen varias nacionalidades y por ello tiene una estructura administrativa muy descentralizada, lo que implica varios niveles de burocracia y dificultades para las investigaciones policiales sobre las redes de terrorismo.
Adicionalmente, en los últimos años, hubo amplios recortes en el presupuesto destinado al trabajo de los servicios de inteligencia.
Otro elemento que incide en este sentido es la existencia de un mercado negro de armas bien consolidado, por lo que los potenciales atacantes tienen fácil acceso a fusiles, revólveres, entre otros.
La compleja situación es reconocida por el propio primer ministro, Charles Michel, quien admitió a finales de 2015 que «tenemos un problema grande con la actividad terrorista».
Para enfrentarlo, prometió «trabajar de manera intensa con las autoridades locales», pero los hechos más recientes muestran que todavía tienen mucho por hacer.