- OBRAS INMORTALES DEL ARTE INTERNACIONAL (1850-1950)
(Primera parte)
SOCIOLOGÍA DE LAS CIVILIZACIONES. Estos artículos para LA GAZZETTA DF tendrán a diferencia de mis colaboraciones anteriores el sino y destino de estar circunscritos a las manifestaciones artísticas patiendo de una diferencia sustancial, srá que veremos la intención creativa navegando en un nuevo espectro escritural más amplio, el cual abordará la historia general de las civilizaciones, haciendo hincapié tanto en temas de la vida cotidiana (vestido, vivienda, gastronomía, etc.) como en la estructura socio-política de cada cultura específica: su forma de gobierno, su producción económica y su cosmovisión ideológica (arte, filosofía, religión, mitología). De cada ciudad, nación y civilización tendremos fotografías e información particulares que nos permitirán entender mejor el devenir diverso y a la vez complementario de la humanidad. Las creaciones artísticas más emblemáticas aparecerán otra vez, pero ahora en una perspectiva de conjunto y en su contexto específico. Un objetivo prioritario será el saber cuál
ha sido la evolución y cuál es la realidad actual de las civilizaciones analizadas, y por ello tendremos que abordar la historia contemporánea de cada país. En los próximos días publicaré má sobre la escencia del arte.
Nada mejor que revisar en las próxima entregas a varios artistas notables de la segunda mitad del siglo XIX europeo; creadores que, no obstante ser coetáneos, pertenecen a escuelas artísticas contrapuestas y equidistantes: por un lado, el estilo subjetivista, heredero del romanticismo, donde descuellan los prerrafaelistas y los simbolistas; y por el otro, la estética objetivista, continuadora del realismo y el impresionismo, la cual alcanza su cenit en el puntillismo, género plástico cuyos exponentes más preclaros son los pintores Paul Signac (teórico de la división del color y sus efectos ópticos) y Georges Seurat, un genio que desdichadamente fallece a sus escasos 32 años.
¿Por qué tamaña polaridad, cual relámpagos que se repelen ofuscándose unos a otros? Porque frente al desarrollo apabullante de las humanidades y las ciencias, de la era industrial y el cosmos urbano, del capital financiero y la “sociedad de masas”, del darwinismo y el positivismo, del maquinismo y la aparición del “gran público”, de la Exposiciones Universales y el reparto imperialista de los mercados coloniales, el espíritu humano más lúcido de aquel tiempo sólo podía reaccionar de dos maneras excluyentes: o con aquiescencia o con repulsa.
El mundo de las artes y del pensamiento, en efecto, se divide: o elige la rebelión subjetivista que acentúa la nostalgia, la heroicidad, la fantasía, el sueño, los “himnos a la noche”, es decir, los sentimientos y las pasiones decantadas a través de la imaginación artística y filosófica; o por el contrario, opta por la objetividad racionalista: subirse al carro del progreso, el confort, el orden, la sublimación de los instintos, la funcionalidad burocrática y tecnocrática, o sea, el triunfo de la “civilización moderna”. Y la más atinada de las decisiones para nosotros, habitantes del siglo xxi, ávidos de sabiduría y placer estético, no es la de sucumbir al canto de sirenas de cualquiera de las dos opciones, sino la de reivindicar el fulgor de verdad que aletea en cada uno de esos costados que pueblan un solo firmamento universal y que, por fortuna, forman parte indisoluble del patrimonio material e intelectual de la humanidad.