Desperdiciados, desperdiciados minutos que no pueden ser peores,
minutos de una bárbara condescendencia.
-Mira los abetos desde la ventana del baño,
sus oscuras agujas, adiciones sin propósito
maderadamente cristalizadas, y en donde dos luciérnagas
no hacen más que perderse.
Oir nada que no sea el tren que pasa, que debe pasar, como la tensión;
nada. Y esperar:
quizá incluso ahora el anfitrión de estos minutos
emerge, algún relajado extraño que no condesciende,
la liberación del corazón.
Y mientras las luciérnagas
no logran aún iluminar este árbol de pesadillas
no podrían bien ser ellas sus alegres ojos verdes.