- Presentación del libro de poemas «Los rituales de la tristeza» de Adriana Tafoya.Presentamos el texto leído por el poeta Carlos Wilheleme.
Me gustaría platicarles que conforme iba leyendo Los Rituales de la Tristeza empecé a darme cuenta de que era un libro muy, muy delicado. Dentro de él, se desangra el cartón, se cuece el polvo, se desgarran las burbujas, se re-significa el agua frente a los ojos de todo aquél que se atreve a tirar una lágrima más bajo la lluvia. Eso solo puede habitar en el universo de las delicadezas, en esos hilos de la vida que se nos pasan a simple vista, tan finos, ligeros y delgados que se deslizan como aire a través de una ventana en cualquier chiflón de media tarde; pero pesan, esos hilos pesan tanto o más que cualquier mundo. Entrelazados, pueden ser los hilos de hierro que forman las cadenas de lo que no hemos superado. Sí, aquí, en el país que nos hierve.
Si bien este libro no arde, por la cantidad de agua que hay dentro de él, sí quema; quema porque en los bosques se entregan hijos, se saborea sin remedio la pulpa de los cadáveres porque el hambre duele y las ilusiones sofocan la miseria. Lastima ver el manejo del hombre, pero más lastima ser testigo del resultado de muchas mujeres inferidas, despreciadas, sometidas; torcidas en las memorias envenenadas del odio dentro de lo que alguna vez no era así, así lo hicimos, nosotros, en eso las convertimos.
Lloro con las mujeres que se destejen, que pierden sus hermosas siluetas en cuerpos encharcados. Y no es una sola, son muchas que se ahogan en los estanques para demostrarse que pueden renacer como fuente de otra vida. Qué pena. Yo no entiendo porqué tenemos que matarlas para después disfrutar de su belleza. Qué necedad de silenciarlas si su valor termina por renacer en el color de las plumas de un ave, en el siervo que lame de sus aguas – en el hombre – en el hombre que se refleja en ellas.
Tal vez sí es verdad. Pienso – después de leer a Adriana – que dios no fue creado para las mujeres. Y no porque ellas no lo quisieran, sino porque a
dios no le interesa. Ya empiezo a desconfiar de él. Para mí, también se derrumbaron las Ofelias.
El amor es seco cuando se está triste, ahora lo sé, no se acercan los ritos del cuerpo de la persona que amas.
Son sonidos sordos y poco inteligentes los que emite alguien cuando no aparece. Son golpes, golpes y golpes. Así como ese dicho de la burra que no era arisca…
La mujer no era triste, la hicieron.
En ocasiones, la renuncia, no es una forma de darse por vencido, es una manera de recrear un mundo más tuyo, una tierra con tus propias reglas, un lugar donde se respeta lo que concibes como justo. Donde no tiene que ver lo correcto, sino lo sensato.
La mujer no era triste, la hicieron.
La mujer no era triste, la hicieron.
(Los cantos de la ternura – 4 – página 45)
Me duele la lengua reseca de una madre, la grieta que se cierra en cada mujer, la flor que se marchita en los prados… donde había prosperado.
Me duele, no por sentirla mía, no pertenezco a la generación del egoísmo, me lacera porque es injusto, siniestro, es ilegal y anti universal atentar contra el brillo de una estrella sino es con la única finalidad de crear un nuevo orden, como lo hicieron los hoyos negros, o las mujeres con la capacidad de decidir sobre su propio cuerpo.
A mí, me matan las mujeres muertas, me dan ganas de irme con ellas. Quisiera poder llenarme de todos los hombres perversos y llevármelos a todos en un suicidio.
Pero cuando uno busca morir por impotencia, la vida no te deja, a lo mucho te permite vivir triste. Y con los días, las repeticiones se hacen hábito, y un ritual es la mejor forma de habitar en la costumbre.
Pero no es la costumbre de Adriana, es la costumbre de un país por lastimar continuamente. Los Rituales de la Tristeza es una mera consecuencia.
Me enorgullezco y me inflo de acompañar a este libro, ya que son pocas las oportunidades de convertirte en algo que vale más… en un lugar en donde las coladeras no acaban de limpiarse. Es la oportunidad de volverse un dios o una diosa, o un peñasco que mira cómo caen todos los que no vieron o leyeron los avisos de derrumbe, o también una poeta y profeta:
(Tijerísima – página 15.)
Son 18 únicos poemas en Los Rituales de la Tristeza.
Abre tus hojas y sigue volando.
Es un libro que debe seguir tocando las puertas de quien lo necesita. Como la gota en el cairel de Gabriela, como el amor que aparece cuando la lluvia deja de sonar al caer. Porque llorar sin guía puede volverse un ejercicio cotidiano, una manera de estar en casa, un ritual… para seguir acomodando la tristeza sin darse cuenta.
Gracias por invitarme a continuar el viaje de este libro.
Te felicito.
Carlos Wilheleme