El caballo y la charrería, parte de la tradición mexicana

Por Raul I. García Álvarez

México, (PL) Cuando el conquistador Hernán Cortés pisó tierra mexicana -a inicios del siglo XVI- los primeros en desembarcar fueron los caballos. Los había seleccionado de los que tenía en Trinidad, al centro sur de Cuba, sitio de donde salió la expedición.
En esa villa, hoy Patrimonio Cultural de la Humanidad, Cortés prepara la flota, cuando el gobernador de la Isla, el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar había ordenado su detención, que no llevó a cabo para no provocar una revuelta entre las tropas que contaban con su confianza. Sale de Trinidad y llega a Santiago de Cuba para continuar (1518) con 110 marineros, indios cubanos adoctrinados, 553 soldados (32 ballesteros y 13 arcabuceros), 10 cañones pesados, cuatro culebrinas ligeras, 16 caballos y algunos perros.
Ese primer lote de alazanes que como conquistadores también pisaron tierra azteca, marcó un hito en la charrería, los animales se convertirían en el mejor amigo de los mexicanos, para sus luchas y su trabajo.
Algunos cronistas consideran que los caballos de las «charrerías» forman parte importante en la ilustración nacional, un buen ejemplo de la combinación de cultura e historia, otros -minoría- los desdeñan.
Los alazanes son hermosos ejemplares de diversas razas, ágiles, dóciles e inteligentes, capaces de ejecutar las órdenes de los charros.
Todo es una combinación de órdenes de mando del jinete, ataviado de coloridos atuendos y sombreros de alas anchas y copa alta, elementos que forman parte de la representación pictórica-cultural mexicana.
Nadie puede discutir que el caballo es un amigo inseparable del charro y parte de la historia de México.
Leí un locuaz comentario del charro Daniel Flores. Este en una foto junto a su caballo Tehuis afirma: Fuimos conquistados por caballos, conseguimos nuestra independencia con caballos, hicimos nuestra revolución con caballos y seguimos queriendo a los caballos.
Y es que desde muy jóvenes, niños, se aprende en las competencias a dominar cada uno de los elementos que hacen al jinete un verdadero charro de competencia.
El jinete es exigente, desea tener un purasangre, una mezcla de un animal de origen europeo y el criollo, aquí se dice nativo. El árabe o su cruce es uno de los más codiciados, aunque para exhibición gusta el de paso, el peruano.
O sea que hasta nuestros días el alazán que llegó con la conquista sigue siendo el adorado porque influyó en uno de los signos más llamativos y atractivos de México: la charrería.
CONJUNTO DE MAÑAS Los especialistas estiman que la palabra charro se deriva de «chauch» cuyo significado es pastor o jinete, en el mozárabe andaluz (como se conocía a la población cristiana de origen hispano-visigodo, de la península ibérica en la Edad Media).
La charrería es el conjunto de mañas ecuestres propias de las personas que a diario trabajan con reses, con el paso del tiempo se convirtió en un espectáculo de gran popularidad en México.
Sus juegos y destrezas se despliegan en ruedos denominados «lienzos charros». Tiene sus orígenes en Hidalgo y como deporte se acentúa tras la reforma agraria de principios del siglo XX, cuando grandes ganaderos emigran a las ciudades de México y Guadalajara.
En la actualidad las asociaciones de charros se extienden por todo el país y sus eventos -rodeo, coleadero, rodeo chileno, gauchadas, corridas de toros y barrideras-, atraen a miles de personas.
En ferias o fiestas ganaderas no pueden faltar el toque femenino, las escaramuzas (ocho jóvenes con trajes de charra o Adelita) desarrollan espectaculares giros al galope como el abanico, la coladera, combinado, la escalera y la flor. Montan con estilo único, una de sus piernas sobre el pico de la montura, denominado «a mujeriegas».
La mayor nota de colorido de la Charrería está presente en el quehacer del mexicano, poetas, músicos, pintores, artesanos y personas ilustradas ponen énfasis en esta tradición que ha recorrido el mundo.

EL INDIO Y SU CABALGADURA

Algunos historiadores dan participación a los nativos en el surgimiento de la charrería, aunque el conquistador prohibía que se acercaran o se adueñaran de los caballos.
Una de las primeras autorizaciones fue otorgada en 1619 por Don Diego Fernández de Córdova, por mandato del Virrey Luis de Tovar Godínez al padre jesuita Gabriel de Tapia para que 22 indios montaran a caballo y pastorearan más de 100 mil cabezas de ganado menor pertenecientes a la Hacienda de Santa Lucía.
También cuando Sebastián de Aparicio, adquirió la hacienda de Careaga, – entre Azcapotzalco y Tlalnepantla, esta última en el Estado de México -, enseñó a los indígenas a la doma de bovinos y caballos, nuevo oficio con el nombre de charrería.
Entre los que contribuyeron en la colonia a la cimentación de esta arte se menciona a los caciques Otomíes, Nicolás Montañéz, Fernando de Tapia y el instructor Fray Pedro Barrientos. El primer estado en desarrollar estas destrezas fue Hidalgo y se extiende a Puebla, Estado de México, Nueva España y Jalisco.
La Charrería está generalizada, es un elemento distintivo del país, es una forma de hacer gala de una buena jaca, brillan en destreza en el manejo de los animales, donde sobresale la bravura y la voluntad del jinete.
PRENDAS DEL CHARRO
Los atavíos del charro son ligeros pero de una gran fantasía. Los trajes y pantalones «cachiruleados» elegantes en una combinación de gamuzas de estilos únicos, obra de artesanas.
La camisa, con botones de hueso en forma de pequeños palitos, a los cuales se les denomina «tarugos», la corbata en forma de moño y roja, la bota de estilo mexicana de tacón alto y puntiaguda, de color café en sus distintas tonalidades.
Actualmente existen cinco atuendos reglamentados por la Federación de Charrería: el de Faenas, Media Gala, Gala, Gran Gala y Etiqueta, para ceremonias especiales o fiestas nocturnas.
Nunca podrá faltar el sombrero liso de fieltro o palma, camisa de cuello pegado o corto, pantalón de corte charro, con o sin adornos, botines, lazo de moño, espuelas y chaparreras (soporte de piel que se coloca sobre el pantalón).

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