Por Guillermo Robles Ramírez
Si bien es cierto que no es un delito la pobreza, tampoco lo es que las personas que piden dinero en los diferentes cruceros de las calles no solo de Saltillo, sino en toda la entidad, han encontrado un modus vivendi para estar mendingando lo que aparentemente son unas cuantas monedas que al final del día terminan ganando hasta un poco más que cualquier profesionista.
Pasan los días, semanas y meses que los ciudadanos ven a las mismas personas pidiendo por la misma causa sin poder regresar, siendo ahí la molestia de no solamente los conductores sino también de los inmigrantes hondureños en donde ambas partes se irritan porque por un lado los ciudadanos ya no se creen el cuento y por otro lado los limosneros también molestos porque la gente no les da y como resultado los limosneros golpean los vehículos e insultan a quienes pasan por ahí.
Mientras que las autoridades de migración de la entidad siguen sin hacer nada al respecto o cualquier otra autoridad. A simple vista como tema novedoso han minimizado un problema que no deja de serlo y que en el fondo fueron quienes han originado ésta situación que cada vez se va extendiendo en el territorio de Coahuila son de las mujeres oaxaqueñas que trajeron a relucir otro problema cuya gravedad no disminuye por resultar menos notoria a simple vista: la explotación de los menores.
Esta se da y los pocos casos investigados por las autoridades reflejan un Coahuila que requiere mayor participación ciudadana para combatir una serie de ilícitos que afecta directamente los derechos de la población más desprotegida, es decir, los niños.
Resulta común encontrar a personas adultas en el primer cuadro de las principales ciudades de la entidad acompañadas de menores -en ocasiones aún de brazos- que imploran la caridad pública para alimentos, regresar a su tierra o para supuestamente medicinas del pequeño.
Los anteriores son los casos más frecuentes de observar. Empero, hay otros, muchísimos, que a la vista pasan inadvertidos pero cuyas implicaciones van más allá de una simple ecuación matemática, de una explicación razonada, pues el problema se remota hasta los suburbios de aquellas poblaciones a las que de pronto llegó la industrialización y, con ella, los cinturones de miseria.
Es precisamente en las colonias donde había las familias de muy, pero muy escasos recursos, donde surge un gran número de menores necesitados de un ingreso; en el mejor de los casos, para la familia que se queda allá, en la barriada; en el peor, para vicios, a los que muchas veces son obligados por otros ya no tan menores.
Este círculo vicioso se cierra a diario en las calles, afuera de los centros comerciales y en los cruceros. Quizá respondiendo a un cargo de conciencia o simplemente para evitar ser molestada, la ciudadanía da unas cuantas monedas que mantienen y alimentan ésta forma de vida, sin percibir las causas de un problema del que nos quejamos a menudo.
Ignorancia y miseria son los motivos principales de la explotación de menores, fenómeno que se presenta cuando se desatienden sus derechos establecidos por la Organización de Naciones Unidas, como los referentes a educarse, a vestir, a comer, a vivir con una familia y a divertirse.
El fenómeno se profundiza aún más a raíz de la situación económica que se ha estado viviendo en nuestro país en donde con una falacia de reformas hacendarias y energéticas se considera que México será salvado de la pobreza mientras en el fondo solamente estas privatizaciones benefician a los poderosos quienes se ocultan de los nuevos empresarios, es decir, los mismos políticos que crearon la leyes son los que sacan provecho de ello haciendo negocios turbios entre amistades y ahora muy puesto de moda entre familiares.
Los niños de la calle, conocidos así entre los ciudadanos de la zona urbana, aquellos que los ponen a trabajar pidiendo limosna y aquellos que también andan de un lado a otro del país acompañando a las indígenas porque se encuentran en estado de abandono, son víctimas de maltratos y carecen de sus derechos elementales al vivir en plena vía pública.
En Saltillo ésta forma de lucrar es muy sutil porque involucra a los padres. En el caso de Torreón los explotadores son personas ajenas que dan a los niños cosas para vender y a cambio les pagan una miseria. En Piedras Negras y Acuña el problema es aún más grave de los menores en situación extraordinaria es la drogadicción y el hecho de que son aprovechados por adultos para introducir droga a los Estados Unidos; Monclova, Castaños y Frontera son víctimas de sus padres.
En resumen, en cada cabecera municipal de Coahuila existe el fenómeno de los niños, en unos en mayor escala que otros, pero todos son de igual importancia, pero aquellos que se encuentran en situaciones extremadamente difíciles se dan en los municipios más industrializados y más densamente poblados. (Premio Estatal de Periodismo 2011 y 2013) www.intersip.org