- Gobernabilidad, Reto
- La Carrera en los EU
- Las Viejas Cofradías
La democracia, para que funcione, debe asegurar la gobernabilidad. Ya hemos dicho que en los regímenes parlamentarios, por ejemplo en España ahora paralizada por la aparición de una tercera fuerza política que impide alcanzar la necesaria mayoría, son indispensables para asegurar el transcurso de una administración realizar los pactos para sumar, sobre todo en la Asamblea de los Diputados, los apoyos necesarios hasta reunir, cuando menos, a la mitad más uno de los legisladores. Las cosas se atoran cuando la pluralidad determina el concurso de tres o más corrientes políticas porque los condicionamientos pueden llegar a ser extremos.
En nuestro país, por desgracia, los acuerdos interpartidistas están viciados de origen y son motivo de chantajes extremos y no del análisis ponderado de la perspectiva nacional. Si se alían el PAN y el PRD, desde posiciones extremas, tal confluye hacia la turbiedad de avanzar sólo en cuanto a materia electoral porque, además, los postulantes suelen ser priístas desplazados y hartos de ser excluidos de las candidaturas. Desde luego, hay excepciones pero, lo cierto, es que los aliancistas han sido el peor aporte de la democracia simulada que vivimos; ninguno de ellos ha salido de su gestión desplegando banderas sino “huyendo” hacia retiros de lujo.
Por supuesto, uno de los condimentos de la ingobernabilidad no es sólo la recurrencia de la violencia sino, también, la preeminencia de la impunidad. Ahora mismo, en doce entidades del país llamadas a elegir a sus gobernadores en junio pasado, las rebatiñas y las acusaciones forman parte del entorno y no parecen apagarse las voces de protesta en la mayor parte de ellas. Existe la convicción de que la corrupción ha ido tan lejos por las complicidades con los funcionarios federales y los vínculos soterrados con el crimen organizado. Ningún mandatario en finiquito mantiene los estándares de medianía económica que el Benemérito Juárez impuso a sus colaboradores y a él mismo; todos rebasaron sus funciones hasta llegar más allá de los lindes del escándalo.
Una muestra. En Veracruz –donde el remedio puede resultar peor a la enfermedad como explica el refranero-, el troglodita Javier Duarte de Ochoa, asegurando su lugar entre los peores mandatarios estatales de la historia –para muchos el mayor predador-, exhibió su declaración patrimonial en apariencia cernida a los ordenamientos pero omitiendo, como señala la ley, los bienes de su esposa y familiares en primer grado que suelen acumular los recursos más substanciosos cuando se trata de ocultar las desviaciones del erario. Con ello demostró su tendencia a pretender ocultar lo que no es y exaltó su condición de deshonesto, inmoral, corrupto en fin. Basta con ello para proceder contra él con suficientes elementos de prueba; no debe salir de la jaula volando, como si nada hubiese ocurrido, con el pretexto de no querer entregarle las llaves de la caja y de la casa al igualmente inmoral Miguel Ángel Yunes Linares, uno de los sujetos más despreciables del establishment.
El caso veracruzano es, sin duda, uno de los más reveladores sobre el éxito de las mafias bajo la perspectiva peñista. Quien asegure lo contrario deberá demostrar que Duarte de Ochoa será objeto de reclusión inmediata no sólo por sus desfalcos ni mucho menos por cuenta de la venganza de Yunes Linares, sino por las persecuciones y asesinatos de quienes le incomodaron, el abandono de los equilibrios sociales y su evidente ambición sin límites. Reúne, él solo, todos los vicios que hacen de la política una zahúrda.
¿Cómo intentar siquiera la gobernabilidad en estados de la República saqueados, hollados y bajo la asfixia de las deudas inmorales? Lo más doloroso es observar cómo pasan, se van y sólo uno que otro queda en donde debieran estar la mayoría de los “ex”, en los reclusorios de alta seguridad. Por el momento sólo dos, Mario Villanueva Madrid, de Quintana Roo, y Andrés Granier Melo, de Tabasco, están tras las rejas porque fue literalmente imposible blindarlos aunque se intentó hacerlo.
Villanueva fue escondido por su colega de Yucatán, entonces el cacique víctor cervera, mientras éste se fotografiaba al lado de los presidentes zedillo y Clinton quienes visitaban el sureste del país para acreditar su “buena voluntad” para perseguir juntos al flagelo del narcotráfico sin el menor rubor por la mala compañía señalada, desde mucho antes, como uno de los mayores enclaves de las mafias y gran constructor de pistas clandestinas de aviación para favorecer a su aliado, Amado Carrillo Fuentes, el “señor de los cielos”.
Desde la península se extendió el tráfico de cocaína y heroína, refinadas en Colombia y Guatemala, hasta llegar al grado de mantener un “agujero negro”, libre de radares, para facilitar el recorrido de los aviones cargados de estupefacientes. Y con todo eso, jamás se le formalizó causa judicial alguna al cacique yucateco al igual que ocurrió con quien fue, durante años, el número uno entre los grandes padrinos de la droga, Carlos Hank González. Lo sabían todos pero nadie se atrevió a perseguirlo.
Con estos referentes se explican las razones por las cuales los gobernados han perdido toda fe en sus autoridades, desde las menores hasta las de mayor alcurnia. No hay figura más desprestigiada que la de los legisladores, el presidente y, por derivación, los alcaldes y regidores en la base de la pirámide. ¿Acaso los linchamientos en masa en San Juan Chamula, Chiapas, y Pungarabato –Ciudad Altamirano-, Guerrero, fueron a causa de una generación espontánea? No, desde luego.
Sin justificar las acciones violentas, de ninguna manera, pueden explicarse por el hartazgo de las poblaciones afrentadas, ofendidas, ultrajadas cien, mil veces. Como en la novelada Fuenteovejuna de Lope de Vega. Todos a una para ocultar el crimen de un cobrador tributario voraz; tremenda lección la de los pueblos envueltos por las llamas del rencor.
Y podemos decir lo mismo de los linchamientos de quienes, sin el menor rubor, sobajan a las familias y las convierten en rehenes permanentes de la delincuencia. En Cuajimalpa, hace una semana, una multitud logró capturar a un patibulario sujeto que se había robado a un bebé. La reacción fue tremenda, como si hubiésemos regresado a la Edad Media, contra el individuo sin defensa posible. No hubo intervención policíaca hasta que terminó la dantesca escena. Y, por supuesto, formular cargos penales resulta bastante oficioso dadas las condiciones y los orígenes de la furia masiva. Este gobierno, el de peña nieto, está sacando de las casillas a una nación entera. ¿No lo entiende?
Sí, la única manera de proponer y alcanzar la pacificación del territorio nacional es la salida de peña nieto del poder. Ahora mismo y no mañana, de inmediato. De esta manera las aguas dejarían de agitarse aún más y sería posible la llegada de la calma para determinar nuestro destino. Sobre el particular algunos timoratos o prejuiciosos alegan que la medida no remediaría nada porque llegaría a la Presidencia algún otro priísta “igual o peor”. No es así; cuando las sociedades triunfan sobre los malos gobiernos, éstos no pueden prolongarse. Así lo demuestra la historia a través de cientos de crónicas. No temamos las consecuencias si logramos extirpar el tumor…
Por supuesto, la argumentación acerca de una fatalidad eterna viene de quienes, encerrados en sus propios intereses, prefieren la continuidad indigna que el cambio honrado. Y aceptan someterse al estado de cosas a pesar de sus propios horrores, acaso justificándolos por comodidad, con tal de no meterse, dicen, en honduras sin percatarse que es ahora cuando debemos salir de las tumbas sociales y redimirnos.
México, para seguir adelante, debe ser un país con gobernabilidad garantizada. Y ésta no puede surgir, de manera alguna, de los predadores de hoy a quienes les está señalada, desde ahora, el juicio lapidario de la historia.
Debate
La advertencia está dada. Los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos –quien gane tendrá acceso al famoso “botón rojo” para activar el potencial nuclear-, tienen más detractores que simpatizantes. Hillary Clinton, icono ya al ser la primera mujer que llega al umbral de la Casa Blanca como jefa y no acompañante –no se sabe si, en su caso, su marido, el ex presidente Bill Clinton, acepte situarse en la alcoba del consorte-, arrastra sus pecados institucionales; y el “pato” Donald Trump sus discursos de odio que calaron a un sector de la población ávido de reconstruir los escenarios racistas de las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo anterior.
Las encuestas se miden por los repudios más que por las militancias. De hecho, la señora –con un currículum impresionante hasta llegar a la secretaria de Estado en el periodo inicial de Barack Obama-, debió sortear una Convención Demócrata difícil y hasta áspera con manifestaciones en su contra todos los días y a pesar de que su otrora rival Bernie Sanders, con setenta y cinco años, se había pronunciado a favor de la candidata.
Y ya que hablamos de edades no debe soslayarse el hecho de que los jóvenes parecen excluidos. Trump, “el pato”, ya cumplió los setenta años y su adversaria demócrata ya cuenta con sesenta y ocho. Mucha experiencia y demasiadas vivencias, no pocas infortunadas, como signo de los “nuevos” tiempos por venir sin el ánimo ni la forja de la juventud y lejos de los relevos generacionales. Lo mismo sucede en México en donde quien encabeza las encuestas, por ahora, cumplirá 63 años en noviembre próximo.
Líderes con antigüedad para pueblos cansados. Lo está el de Estados Unidos en donde comprar un arma es tan sencillo como adquirir unos chocolates brasileños porque en México hemos perdido hasta el orgullo por cuanto le hemos brindado al mundo, el cacao entre tanto más. La política envejece porque el establishment y el sistema no se han preocupado por formar a los líderes naturales que reemplacen a quienes fueron impuestos.
La Anécdota
Me preguntan algunos lectores si dejaron de ser relevantes las cofradías, entre ellas la “de la mano caída”, tan poderosas desde el sexenio de miguel de la madrid. Bueno, cabría responder que algunos de los fundadores continúan muy activos removiendo el piso, por ejemplo emilio gamboa patrón, el yucateco quien busca lanzar a su hijito Pablo Gamboa Miner, sin conocimiento de causa, al gobierno de Yucatán. No llegará, se los aseguro.
La truculencia se basa no en un señalamiento homofóbico, lejano a mi pensamiento, sino en el reclutamiento soez de los jóvenes ambiciosos para realizar con ellos el rito secreto para asegurarse confidencialidad y complicidad con el peso de las entregas sexuales. Es ésta la mafia peor; y sigue, desde luego, viva.
Las campañas en Estados Unidos parecen campanadas en contra de los intereses de México más allá de las hipocresías.
Si el debate sobre la migración se impone en las tertulias es porque, para desgracia de la economía mexicana,
la xenofobia crece rápidamente y el muro de la ignominia comienza a levantarse.