La noche del martes 8 de noviembre, mientras terminábamos de revisar esta colaboración sobre los hitos turísticos y culturales de Argelia, el espectro electoral norteamericano se pintaba de rojo: el Partido Republicano, con Donald Trump a la cabeza, ya tenían la victoria de su lado. Y esas dos horas del curso, revisando paisajes paradisiacos y creaciones artísticas soberbias, serían los últimos minutos de alegría de esta funesta semana que termina. El rojo es el color del partido político de la derecha norteamericana, y también conforma la imagen de la sangre derramada: el pigmento de la violencia y la tragedia. A continuación expongo algunas reflexiones en torno de este acontecimiento que afecta al planeta en su conjunto, y que significa la peor noticia desde el ascenso del nazismo en Alemania.
¿Por qué ganó el magnate neoyorquino, si Estados Unidos tiene una economía que crece poco, pero de manera sostenida; si en la era Obama no ha se han presentado actos terroristas de envergadura en territorio norteamericano; si en los días que corren ya se vislumbra, gracias a la estrategia militar del Pentágono, la victoria de los pueblos árabes y kurdo sobre el Estado Islámico en Mosul (Irak) y en Raqqa (Siria); si el prestigio político del presidente negro descuella en el plano nacional e internacional gracias a sus dotes de orador y estadista; si utilizando el “poder blando” y no el “gran garrote” el gobierno actual logró acuerdos diplomáticos con Irán y Cuba, amén de frenar la expansión rusa en Ucrania; si apoyando las energías limpias, se consiguió el reciente Acuerdo de París en contra del cambio climático? ¿Por qué nos equivocamos todos: los analistas políticos, los medios de comunicación, los encuestadores, las casas de apuestas y los mercados financieros al predecir el triunfo de Hillary Clinton, una candidata impopular pero con experiencia política incuestionable y quien prometía la continuidad del programa incluyente y benefactor de Obama?
Entre las múltiples respuestas a estos interrogantes, enumero algunos datos que apenas comienzan a conocerse y planteo también diversos escenarios que se abren con la nueva hegemonía política republicana.
1- En las últimas décadas ha crecido en todo el orbe, acentuada por la crisis económica mundial del 2008-2009 y exacerbada por los intensos flujos migratorios de nuestra época, una ideología caracterizada por el ultra nacionalismo nativista, la xenofobia, el racismo y la intolerancia. Así lo corrobora el ascenso de los grupos nazi-fascistas en los países ricos y la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En Estados Unidos esta misma idiosincrasia se retroalimenta con un conservadurismo religioso que niega los avances científicos y la teoría de la evolución, y que políticamente se ha opuesto a los avances libertarios conseguidos por las mujeres, los homosexuales y las minorías étnicas en las últimas siete décadas. Siempre pujante, aunque soterrada y vergonzante a la hora de contestar encuestas (el “voto silencioso”), esta visión conservadora y suprematista fluye en las venas de un electorado blanco, rural, añosos, poco ilustrado, depauperado en su estatus social y cuyos prejuicios en contra de la clase política de Washington, de los migrantes y de los “anormales”, los vuelve víctimas fáciles de la demagogia y el populismo. Y por ello la población conservadora, que conforma la mitad del electorado norteamericano, salió a votar en forma masiva y homogénea. En contraposición, tanto el sufragio liberal, educado y cosmopolita que favorece al Partido Demócrata, así como el electorado arcoíris (negros, mujeres, jóvenes, minorías étnicas) actuaron de forma errática y heterogénea: no incrementaron su votación, eligieron a candidatos alternativos y hasta prefirieron a Trump sobre Hillary, como fue el caso mayoritario de los electores de origen cubano en Florida. Muy criticable resulta la actitud sectaria de la izquierda radical, la cual se negó a respaldar políticamente a Hillary. Al sufragar por las opciones libertaria y ecologista (de antemano perdedoras) y al abstenerse de votar, favorecieron con ello el ascenso político de Donald Trump.
2- Una cosa son los ataques y las promesas durante una campaña electoral, y otra muy distinta será el ejercicio del poder real en Washington. Trump, con toda su megalomanía y autoritarismo, tendrá que enfrentar la oposición demócrata en el parlamento; y no obstante ser senadores y diputados de la minoría, sí podrán obstruir las órdenes ejecutivas que no alcancen una mayoría calificada. Las movilizaciones populares en contra de Trump, aunque no vayan a tumbarlo del poder, redundarán en una protesta constante que le restará liderazgo al magnate neoyorquino. Además, la confrontación que sostiene el presidente electo con los principales medios de comunicación no hará otra cosa que escalar; y por ello cabe preguntar si Trump soportará la crítica sistemática o si optará por la censura. En el plano diplomático, dependerá mucho de los funcionarios que designe para saber si reeditará el “poder duro” o actúará con mesura y pragmatismo. El riesgo de padecer guerras regionales y de confrontaciones políticas se incrementará, sin duda, con el nuevo mandatario. Empero, la propia vulnerabilidad económica de los Estados Unidos, la existencia de varios países con capacidad nuclear y la interdependencia planetaria que produce la globalización serán obstáculos para cualquier intento de revivir la prepotencia imperialista. Respecto a las bravuconadas de edificar el muro en la frontera con México, deportar a millones de indocumentados y embargar las remesas que se envían a nuestro país, lo más probable es que todo ello, ante su inviabilidad financiera y su sinsentido práctico, finalmente se quede en demagogia electoral y en medidas parciales y temporales. En cuanto a la promesa de echar abajo el TLC y otros acuerdos económicos, debemos recordar que Trump es un empresario que ha multiplicado su fortuna sin mostrar consideraciones morales e ideológicas, y que por lo tanto terminará apoyando todo aquello que, ya con asesoría y datos duros, no perjudique a la economía estadunidense ni a sus intereses empresariales. En este tenor: la ideología económica de los republicanos, aunque predica el monetarismo, nunca ha sido partidaria del proteccionismo. Donde sí habrá un conflicto álgido entre las huestes republicanas y el presidente electo será en el tema de la moral: los conservadores promoverán la erradicación de las conquistas liberales, sobre todo cuando consigan una mayoría en la Suprema Corte de Justicia, pero el propio Trump, neoyorquino de cepa quien jamás ha sido un mojigato y sí un tipo proclive a la promiscuidad sexual, seguramente no tendrá como prioridad el programa retrógrada de la derecha tradicionalista. Y si a estas diferencias le sumamos las desavenencias que tuvo con el partido que lo llevó al poder, resulta evidente que no será fácil revertir las conquistas libertarias y civiles conseguidas desde los años sesenta del siglo pasado.
3.-Tratándose de Trump, las incógnitas son superiores a las certezas. Los presagios pesimistas afectan ya negativamente a nuestra economía y derrumban las perspectivas de crecimiento económico mundial. La zozobra y la inestabilidad crecerán a la par que se incrementen los actos xenofóbicos y racistas en contra de la población no anglosajona. En este mar de incertidumbre y pesadumbre, cabe vislumbrar una cierta esperanza que nos despierte de esta pesadilla política: que el presidente electo enfrente demandas legales por los conflictos de interés que presupondrá ser propietario de la marca Trump y al mismo tiempo mandatario de su país. Mejor aún, no es improbable que alguno de los muchos juicios civiles y penales que actualmente están dirimiéndose en los tribunales del poder judicial norteamericano termine en una condena. Al tener un expediente delictivo, entonces sí habrá motivos jurídicos suficientes como para destituirlo de su puesto.