La Habana (PL) Cualquier visitante podía observar desde la encrucijada del Sendero Ecológico y la Carretera de Trinidad, frente al reloj de sol de Topes de Collantes, cómo se detenía cada tarde un transporte con escolares, del cual descendía una niña.
La chica era Ana Laura, hija de Oslaydi Duardo, licenciada en Historia, a quien se le preguntó allí en cierta ocasión: «¿Tu niña viene en botella?» Como se sabe, «venir en botella» significa transportarse gratis en Cuba.
Ella aclaró entonces que la traía el transporte encargado de repartir a los niños de la escuela primaria Miguel Calzada Niebla, con igual nombre que la secundaria básica, en honor del mártir caído a fines de diciembre de 1958 en la toma del cuartel de la Guardia Rural.
Ha pasado el tiempo y Ana Laura cursa ahora la enseñanza secundaria donde su madre es profesora de la necesaria escuela en el apartado altiplano, a 800 metros sobre el nivel del mar, en la región surcentral del país y a 365 kilómetros al este de La Habana.
En las proximidades de las Cercas de Collantes, antes finca Itabo y cafetal Emulación, al atardecer se puede contemplar a los adolescentes de la secundaria Miguel Calzada Niebla ascender en grupos, entre árboles que parecen inmensos.
Pero no fue siempre así. El 5 de septiembre de 1961, el líder cubano Fidel Castro, entonces Primer Ministro, explicaba en la clausura del Congreso Nacional de Alfabetización, celebrado en el teatro Chaplin, de La Habana, que en los campos había, por lo menos, medio millón de niños sin maestros.
Añadía asimismo que existían solo 17 mil aulas y maestros cuando «hacían falta 35 mil», aunque, a partir del triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, se crearon en un solo año 10 mil nuevas aulas y 15 mil hasta la fecha de aquel congreso.
Las montañas se encontraban antes sin maestros, agregaba, pero luego de una solicitud hecha a jóvenes dispuestos a pasar por un duro período de prueba, para ir a enseñar a las montañas, se logró ubicarlos hasta en los lugares más apartados del país.
Las estadísticas y los hechos demostraban que el número de analfabetos había aumentado con respecto a datos anteriores, pues un registro efectuado a raíz de la Campaña de Alfabetización reveló que existían un millón 45 mil iletrados en todo el país, en vez del millón 32 mil contabilizados antes, como cifra oficial.
En el 2016, 55 años después de aquel despegue educacional, se retoma un análisis de la profesora Oslaydi acerca del inicio de la nueva enseñanza, impulsada en Topes de Collantes a partir del 5 de enero de 1962, al año siguiente de la alfabetización nacional en Cuba y del asesinato, en el Escambray, del maestro Conrado Benítez.
Asegura ella en su estudio La formación de maestros durante la década 1960, Plan Makarenko, Topes de Collantes, que entonces se creó el proceso regular de cinco años para la formación de maestros, con la primera etapa en Minas del Frío, en la Sierra Maestra; la segunda, de dos años, en Topes de Collantes; y la tercera en Tarará, al este de La Habana.
Por seis mil becas, añade, podían optar los alumnos que cursaban el sexto grado en las escuelas nacionales, sin limitaciones. Este es el proyecto que se ha llegado a conocer, en general, como Plan Makarenko en honor de aquel educador soviético, pues esa era la denominación de la escuela de Tarará.
En diciembre de 1961, prosigue, dejó de prestar sus servicios el sanatorio y se transformó en una Escuela Formadora de Maestros Primarios, inaugurada el 5 de enero de 1962. Ese fue el comienzo.
Sobre la procedencia de los alumnos explica que comenzaban el curso en Minas del Frío, en la Sierra Maestra, y venían para Topes de Collantes en un transporte serrano que los esperaba en Trinidad, luego de disfrutar sus vacaciones.
Cuenta que muchos llegaban mareados debido a la carretera, con sus curvas continuas y sus altas montañas. Pero el malestar desaparecía ante la sorpresa que les provocaba ese majestuoso edificio -refiriéndose a actual Kurhotel Escambray- en el mismo corazón de la montaña.
Aquí era diferente a Minas del Frío, explica, pues el edificio era espacioso, con aulas en su interior, bibliotecas, laboratorios, albergues, sala de recreación, comedores, oficinas, almacenes, lavandería, un hospital…
Ellos habían dejado la hamaca allá para dormir en literas aquí. Las clases no se impartían al aire libre y no tenían que preocuparse por el sol o la lluvia. Existían verdaderas aulas. Allá era a la intemperie.
La preparación física adquirida en Minas de Frío, rememora, les permitió continuar aquí sus recorridos, habituales allá. Los realizaban hacia las montañas del Escambray cercanas a Topes de Collantes, principalmente al Pico Potrerillo.
También, añade, impulsaban la construcción de obras destinadas a nuevos albergues, comedores y aulas, debido a que aumentaba la matrícula y el edificio del antiguo sanatorio resultaba insuficiente, pues su capacidad original alcanzaba solo para mil pacientes.
Se concluyeron más de cinco bloques nuevos con 12 aulas cada uno; un comedor ´gigante´ de 125 metros de largo; el anfiteatro; el edificio de dos plantas para las oficinas de la dirección y la administración, la galería de arte, el salón de maquetas -con una vista general del área escolar- y el hospital rural Alejandro Nápoles para la atención médica a estudiantes, a trabajadores y a la comunidad.
Construyeron entonces un correo, un edificio de tres pisos para biblioteca, el Museo Didáctico, aulas de la Escuela Anexa -desde el primer grado hasta el sexto-, donde los alumnos de la Escuela Formadora de Maestros Primarios realizaban prácticas de observación; las carreteras necesarias, las luminarias, una panadería y una cisterna para miles de galones de agua, cuya profundidad se abrió a pico y pala hasta en las noches.
Amplía: Los alumnos crearon áreas deportivas y contribuyeron a la reforestación de la zona, sembrando varias decenas de miles de árboles, una tarea que comprendió chapear el terreno, abrir los huecos y plantar las posturas. Estas labores se acometían también en horario nocturno.
A partir del curso escolar 1968-69 surgió la Escuela Secundaria Básica donde estudiaron alumnos procedentes de cinco regiones de la anterior provincia de Las Villas -hoy Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus- y del plan emergente para la formación de profesores de Educación Física Manuel Fajardo.
En su vivienda, Oslaydi allegó nuevos datos para la coherencia y remarcó que Topes de Collantes llegó a convertirse en un combinado educacional. Era una ciudad escolar que se distinguía por la belleza y la majestuosidad del escenario natural y por la alegría de los estudiantes, de los profesores y de los trabajadores.
Como parte del proceso educacional, aclara, en mayo de 1964 se crearon los primeros institutos pedagógicos. En La Habana, el Enrique José Varona; en Santa Clara, el Félix Varela; y en Santiago de Cuba, el Frank País. Esto tuvo una especial significación en la formación del personal docente en Cuba.
Su mayor importancia radicó, precisa, en que aquellos centros tenían como tarea la formación regular de maestros de enseñanza primaria y media y, a la vez, la superación de los graduados.
En 1969 el grupo de Teatro Escambray, dirigido por Sergio Corrieri, se instaló en un aula de Topes de Collantes, con el fin de desarrollar esta manifestación artística, una actividad en la que participaban los alumnos. Como la matrícula era entonces de seis mil 200 estudiantes, el prominente actor y director, ya fallecido, creó cuatro grupos para facilitar el trabajo.
«La gran vida deportiva, cultural y recreativa que practicaban y disfrutaban los estudiantes», concluyó Oslaydi, «era parte de su preparación integral como futuros profesores.»
Así se consolidó la formación de aquellos en el macizo de Guamuhaya, conocido igualmente como Escambray, una montaña que, según el geógrafo y militar Antonio Núñez Jiménez, «presenta la forma de un macizo redondeado, de unos 50 kilómetros de diámetro, siendo, por lo tanto, tan intrincada como la Sierra Maestra».
En la plazoleta del reloj de sol, frente al que fue Sanatorio Antituberculoso, se logra recordar con precisión cómo un lastre mayor que la tuberculosis -el analfabetismo, al que aquella se encontraba asociada- fue erradicado en el tiempo más exiguo del mundo, un año.
Cuando triunfó la revolución dirigida por Fidel Castro había 10 mil maestros sin escuelas, un analfabetismo del 23,5 por ciento, una escolarización del 56,4 por ciento para las edades entre los seis y los 14 años; y no existían la educación especial, ni la técnica y profesional, ni muchas más de las actuales.
En la clausura del Congreso Nacional de Alfabetización, el entonces Primer Ministro reveló tres grandes conquistas educacionales cubanas en menos de tres años: «maestros para todos los niños; educación garantizada hasta la enseñanza secundaria; y erradicación total del analfabetismo».
El combinado docente de Topes de Collantes, donde la enseñanza en Cuba tuvo uno de sus peldaños más sólidos y contribuyó en gran parte a una infraestructura progresiva en todo el país, dejó de funcionar en 1974, para dar paso a un sistema más robustecido.
Hoy se reclama para este lugar, justamente, la condición de Parque Nacional de la Alfabetización, una calidad que podría quedar sintetizada en una cita de Fidel, perteneciente al discurso del 5 de septiembre de 1961, en el cual el líder revolucionario, fallecido el 25 de noviembre de 2016, destacó una de las más rotundas batallas económicas, políticas y militares de entonces:
«La historia de la educación, la epopéyica batalla contra el analfabetismo, que trazará pautas en este continente y llenará de prestigio a nuestra patria, es la historia que están escribiendo los hombres y mujeres humildes de nuestra patria; y son los hombres y las mujeres humildes los que llevarán sobre sus hombros ese honor, y los que llevarán sobre su sien esta gloria.»
El sanatorio y las construcciones para la enseñanza tributaron remedio a una nación con precario estado educacional, éxito logrado donde hoy funcionan centros e instalaciones turísticas, sociales, de salud y culturales en el que es un paisaje ecológico protegido, con horizonte despejado.
Cuba: La educación entre nubes
Por Ernesto Montero Acuña