La Habana (PL) El Partido Demócrata podría ser considerado factor decisivo en la creación de condiciones para que Donal J. Trump se convierta en protagonista del principio del fin del sistema político actual estadounidense.
Y Hillary Clinton, a su vez, la persona que apareció en escena para sacar de la penumbra la figura del establishment y mostrarlo como un poder ya no tan monolítico que pierde capacidad de decisión como horcón de ese sistema.
La importancia de la Clinton en esta historia radica en que
representó lo negativo del pasado, incluida la globalización neoliberal republicana expropiada por los demócratas y causa del debilitamiento de Estados Unidos (pérdida de grandeza, dice Trump) que le obligó a compartir con Alemania, Francia y Reino Unido un unilateralismo mundial el cual duró menos que lo imaginado.
Para la nueva derecha estadounidense, o neoconservadores
multimillonarios a los que pertenece Trump, había una urgencia de reconquistar la época de oro del Estados Unidos de la guerra fría y la expansión del capital financiero cuya exportación a todos los rincones del planeta lo colocó en el cenit del hegemonismo.
Tal encrucijada, sin embargo, no se abría en exclusiva para Trump como exponente de los grandes activos acumulados de los neoconservadores, sino también hacia el extremo opuesto -es decir, fuerzas emergentes en las antípodas republicanas divorciadas del establishment demócrata- que encontró un líder antagónico en el senador Bernie Sanders, autodenominado socialista independiente
Trump logró desbancar a sus contendientes dentro del partido gracias a que no tuvo al frente a ningún candidato de valores propios o ajenos suficientes para derrotarlo en las primarias aun siendo subalternos del viejo grupo dominante como sus adversarios de la Florida de origen cubano cuya hipotética aceptación habría sido una mácula y un trauma para los grupos de poder.
Sanders no corrió la misma suerte, y como independiente le tocó subir una cuesta muy empinada frente a una exsecretaria de Estado que sí era la candidata del viejo grupo de poder, y aunque llegó a las finales de las primarias y mostró severas fisuras generacionales de ese partido, no pudo derrotar a Hillary como abanderada de un «más de lo mismo».
La derrota de Sanders favoreció la tolda Trump en la misma cuantía en que la propuesta Clinton era rechazada por los neoconservadores de ambos partidos, aun cuando las encuestas lo alejaban de la Casa Blanca, un falso fenómeno de apreciación que mueve a la intriga y la investigación.
Trump llega a la Casa Blanca con un viento en contra bastante fuerte de lo cual dan fe los más de dos millones del voto popular que le saca Hillary, muestra de las disfunciones de un arcaico y antidemocrático sistema comicial que no expresa ni de lejos la voluntad del elector.
Muchos se preguntan por qué en tales condiciones ganó Trump, un hombre de los extremos, de peligrosos dichos, de entorno con ideas apocalípticas hacia aspectos sensibles de la convivencia humana como la inmigración, la discriminación por el origen étnico, social, de género, de nacionalidad y de religión, y la respuesta es la misma a por qué perdió Hillary.
Es evidente que los estrategas demócratas menospreciaron las
consecuencias negativas que la globalización neoliberal ha tenido para Estados Unidos y el mundo desde la época de Ronald Reagan o Reaganomic cuando fue iniciada la desindustrialización de numerosos estados de la Unión y con ella un proceso de desempleo entre aportadores del voto obrero blanco que se fue tras las engañosas promesas de Trump y su prédica contra la migración a la que presentó como causa de la pérdida de oportunidades laborables para generar ingresos dignos.
Era el mismo proceso de globocolonización que producía en la
periferia el neoliberalismo, con la diferencia de que se estaba concretando no en un país cualquiera del sur, sino en Estados Unidos, la meca del capitalismo.
No son de extrañar, entonces, actitudes como las de Trump y Sanders que proclaman salidas nacionalistas extremas y radicales -en sus casos antagónicas pero no irreconciliables- para sustituir la globalización neoliberal a contrapelo del establishment de cada partido y, en general, de la dinámica tradicional del propio modo de producción vigente.
Tal situación muestra un agotamiento del sistema y la necesidad de un cambio, al menos de esta fase neoliberal del capitalismo, el cual es muy difícil definir, pero las declaraciones de Trump y los armadores de su campamento les ponen la carne de gallina a algunos dentro y fuera de Estados Unidos por sus planteos extremistas.
Como su triunfo electoral fue independiente de su partido y del grupo dominante, algunos temen que el gobierno Trump se exceda en la improvisación en un país que está sumamente dividido en su base social aunque en la cúpula siga siendo un solo partido político (de la empresa y los negocios), con dos facciones que pueden profundizar su antagonismo sin ser irreconciliables.
El analista panameño Guillermo Castro sugería que vale la pena prestar atención a la doble fractura interna en los dos principales partidos, y agregaba que la fragmentación se expresa en otras áreas también. Hay una fractura social entre las capas medias educadas y los trabajadores pobres del campo y de la ciudad, por ejemplo, que se expresa política en la votación recibida por el presidente electo.
Seguramente, concluía, hay fracturas menos visibles al interior de los grandes sectores empresariales, que bien podrían tener consecuencias más vastas en un futuro cercano. Han crujido las columnas, y las vigas también.
Esa situación entre demócratas y republicanos en la base y en la cúspide, puede derivar a partir de Trump en una pérdida de la capacidad de alternancia en el gobierno del bipartidismo que lleve a un inédito cambio de la democracia electoral estadounidense, como pudiera estar sucediendo en España con la quiebra del bipartidismo y el surgimiento de alternativas como Podemos.
Sin embargo, el camino hacia los extremismos que Trump está enseñando no son tan fácilmente transitables como los neoconservadores piensan, pues la correlación de fuerzas en el mundo en nada es favorable al unipolarismo porque potencias emergentes como Rusia y China con otras más se han convertido en factores decisivos en la economía, las finanzas y el comercio, y contrapeso del poderío militar estadounidense que determinan un nuevo tipo de equilibrio mundial probablemente mucho más fuerte que aquel que desapareció junto con la Unión Soviética.
La mejor prueba de su fortaleza la constituye Siria donde fue frenada por la intervención militar de Rusia la estrategia expansionista del Pentágono y del Departamento de Estado bajo la égida de Hillary Clinton, y las acciones contra Irán como punta de lanza para una conflagración mayor en esa peligrosa y explosiva región.
El gran peligro es la irresponsabilidad que está demostrando Trump
con sus peregrinas declaraciones como si realmente tuviera franquicia para tales amenazas sin tener en cuenta que está caminando por un terreno angosto plagado de minas y de pólvora, y hay que tener mucho tacto y más inteligencia para no pisar alguna de ellas.
Como dijo Noam Chomsky hace poco, los estadounidenses están ante un recodo de la historia en el que los seres humanos tienen que decidir si quieren tener las posibilidades de una vida digna o si desean vivir o morir.
El legado de la situación actual, parodiando a Leonardo Boff, será probablemente el surgimiento de otro tipo de sistema político, de democracia, de Estado, llámese como se llame, pero de participación popular real. En ese sentido, no sorprendería que Trump fuera el principio del fin de una época al parecer vencida.