Guillermo Arriaga es definitivamente un tipo raro. Va por la vida como un hombre sencillo y normal; casi siempre de la mano de su encantadora esposa Maru. Habla como un tipo dulce, sonríe con la mirada, se pone nervioso en sus presentaciones. Siempre he pensado que hay un niño dulce que convive con un lobo feroz dentro de este cineasta, escritor y guionista. Quien haya visto su brillante obra cinematográfica como Amores perros, 21 gramos, Babel y Fuego, sabe que hablo de un hombre que ha puesto la genialidad al servicio de sus lectores, de su público, y no de un ego malformado por la fama literaria que tanto daño le ha hecho al mundo editorial.
Preciso hablar del hombre para llegar con ustedes a su más reciente libro cuyo título es El Salvaje (Alfaguara 2017). Mientras pagaba en la librería miré absorta la portada de fondo rojo sangre, el lobo que camina hacia la sombra de un hombre joven. Imposible no recordar la frase en latín que aprendimos en la secundaria: “Homo homini lupus” o el hombre es un lobo para el hombre.
Confieso que tuve miedo de llevar el libro en mis manos, subí al auto y conduje con él en el asiento del copiloto. Hace tiempo que una novela no me inquietaba antes de ojearla siquiera. Comencé a leerla y no pude detenerme, durante tres días y casi una noche entera Arriaga me llevó de la mano por una búsqueda incesante entre el dolor y el amor, entre ese odio recalcitrante que se afirma a la tierra como semilla fértil cuando la venganza parece la única salida frente al sufrimiento humano que desgarra lo más sólido del ser, frente a la pérdida de los amados.
Juan Guillermo, el joven personaje quedó huérfano, su soledad y miedo son la soledad y la turbación de un país entero que se siente despojado rodeado de injusticia y abandono. Es un chico sin padres que busca en el lado más oscuro de su ego las respuestas a todas sus preguntas. Cada vez que nos lleva al borde del precipicio emocional le atraviesa un frágil y siempre impredecible rayo de luz que es el pasado con nombre de futuro, enrollado en una trama de persecución mafiosa. Mientras tanto, se repiten los logros que han consagrado a Guillermo Arriaga como un autor que desgrana la vida a pedazos para darle sentido a la paradoja con la historia paralela de Amaruq, un hombre también huraño que busca a un lobo entre las nieves del Yukón. Su pesquisa rabiosa y terca está bañada de una melancolía a ratos insufrible. Son dos hombres necios, coléricos, heridos, cada uno buscando el camino hacia una inasible verdad; cualquiera que esta sea. Se encuentran en el vacío, frente a sus taras emocionales, frente a un mundo que no entiende que no comprendemos lo que ser hombre significa y que ellos, en su búsqueda pueden ir de cacería, pero siempre, aunque lleven consigo a un animal o a un hombre muerto, descubrirán que mueren cada vez que odian, que resucitan cada vez que añoran el amor, el deseo arrebatado o dulce. Son simplemente humanos dolidos, llenos de una fuerza que no es necesariamente propia; una fuerza que esta lectora no puede dejar de buscar en la historia.
Arriaga, el escritor, es un salvaje, un dulce salvaje que ha sabido verter en sus libros lo que jamás ha dicho en una cena entre amigos. Como sucede con los grandes escritores (y aquí recuerdo a otro mexicano llamado Emiliano Monge), se arrojan al vacío sin premeditación; sus personajes seguramente les habitan sólo en el silencio neurótico de su estudio, frente a la fruición enloquecedora de un contador de historias que no puede dejar de excavar en esa fosa que le habita la mente, esa mente que en realidad está en el corazón y fluye latiendo por todo el cuerpo sin cesar. El Salvaje es una obra que se despliega entre las manos y camina sobre mi piel sin darme cuenta siquiera de que lloro sin dejar de leer, de que he reído conmovida por la ingenuidad de lo amoroso masculino que se busca en medio de la noche. Este libro me arrebató el aliento sólo para descubrir que es, además de una obra literaria inolvidable, un espejo del nosotros que habita en cada esquina del mundo.
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
Fuente: Cimac noticias