La Habana (PL) Raúl Rodríguez supo desde muy pequeño que su pasión sería el cine y dedicó al séptimo arte más de 50 años de su vida. El niño que visitaba con sus padres las salas de proyección de Santa Clara se convirtió en el fotógrafo, editor y operador de cámara de un centenar de películas, documentales y noticieros.
Merecedor del Premio Nacional de Cine 2017, el cubano de 77 años asegura tener los mismos deseos de crear que hace cuatro décadas y no renuncia a la profesión que le enamora y divierte.
«En las provincias, asistir a las salas era un gran entretenimiento y quedé maravillado desde la primera vez que fui a una. Desde entonces supe que esa era mi vocación. Siempre me atrajo la imagen y todo lo relacionado con la fotografía de cine», confiesa a Prensa Latina.
Además, recuerda los días frente al cineclub y la realización junto a sus amigos de pequeños filmes «con un montaje muy rudimentario, hecho con tijeras y una lupa».
En aquella época, el cine que se veía era muy comercial, en su mayoría estadounidense. «Tratamos de proyectar largometrajes interesantes, de tesis, y debatirlos después».
Primero llevamos esta iniciativa al preuniversitario y después a un público mayor. Presentábamos obras francesas, inglesas, del neorrealismo italiano y las mejores de los creadores norteamericanos, señala.
Rodríguez afirma que pertenecer al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) estuvo siempre entre sus metas y evoca los primeros días allí, los trabajos con figuras como Tomás Gutiérrez Alea (Titón) y Santiago Álvarez.
Llegué al Icaic en 1960, con 21 años. Quería estar junto a los fotógrafos, pero el departamento estaba lleno. Su presidente, Alfredo Guevara, me sugirió ser editor y acepté pues siempre me pareció importante conocer sobre montaje. Luego aparecieron otras posibilidades de trabajar con la imagen, comenta.
Mis primeras colaboraciones fueron con Titón en la edición, cuando el realizaba el documental Muerte al invasor sobre los sucesos de Playa Girón, y en algunos noticieros Icaic. Años después, establecí vínculos con Santiago, pero ya como camarógrafo, añade.
Con el director de Now y 79 Primaveras, filmó varios documentales como De América soy hijo y a ella me debo, sobre la visita de Fidel Castro a Chile en 1971, y El nuevo tango, sobre la dictadura de Lanusse en Argentina y el cambio de gobierno en 1973.
Más tarde -cuenta- fuimos a Nicaragua cuando todavía estaba el dictador Anastasio Somoza en el poder. En Managua, León, Chinandega y otras ciudades de ese país filmamos la pobreza y el terror en que estaba sumido ese pueblo.
También realizamos una entrevista clandestina a Doris Tijerino, miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Fueron aventuras tremendas, experiencias fundamentales para mí, asevera.
Considerado un maestro de la luz, el encuadre y la composición, Rodríguez debutó como director de fotografía en 1976 en el filme Rancheador, de Sergio Giralt y desempeñó ese rol en otros largometrajes como La bella del Alhambra, Maluala, El Brigadista y Páginas del diario de Mauricio.
En la actualidad imparte talleres en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y colabora con el departamento de documentales Octavio Cortázar, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
También colabora con el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, ha trabajado con el Instituto Cubano de Radio y Televisión y filmado las obras de teatro más importantes de la escena cubana.
No obstante, señala que prefiere el cine documental por ser más experimental y ofrecer la posibilidad de captar la realidad con la cámara.
Es atractivo e interesante, el camarógrafo puede dominar la imagen, el encuadre, la exposición, los movimientos. El director puede orientar, pero cuando llegas al lugar eres tú quien decide, afirma.
El documental te sorprende siempre, es un género muy rico y tienes que saber qué es lo realmente importante para firmarlo. Además, te obliga a cambiar de ambiente siempre, a visitar nuevos sitios, a experimentar con la luz y el color, apunta.
A Rodríguez le preocupa la existencia de una crisis en la cinematografía mundial, la cual se refleja en la disminución del público en las salas de proyección y la aparición menos frecuente de buenos filmes.
Sin embargo, considera que «el cine cubano va por buen camino y continúa siendo muy interesante».
Cada vez que se estrena una película nacional, las salas se llenan, la gente quiere ver cómo se manejan y proyectan los problemas de nuestro país y nuestro pueblo, y eso ha ido ganando en calidad, aseguró.
Nosotros contamos con la obra de destacados directores como Titón, Fernando Pérez, Enrique Pineda Barnet y Manuel Pérez. Ahora están surgiendo nuevos realizadores con muchas ideas y proyectos, por lo que se pronostica un panorama muy positivo para el sector, indicó.
Para él, el Icaic tiene un papel fundamental en la preservación y rescate de clásicos del séptimo arte en Cuba y se enfrenta a retos como la continuidad de la producción fílmica en el contexto económico actual y la adaptación a las nuevas tecnologías.
No obstante -dijo- «su labor y su programación son asombrosas. Además, no se somete a las disposiciones de grandes monopolios y el rango de exhibición es muy amplio, pues constantemente estrena largometrajes de diversas regiones del mundo».
Recibir el Premio Nacional de Cine a sus 77 años, es para el destacado fotógrafo «una gran sorpresa y un privilegio».
Sentí una alegría inmensa, obtener ese reconocimiento me reconforta mucho y es un estímulo para continuar trabajando. Quiero seguir fotografiando documentales y haciendo ficción. Tengo los mismos deseos de crear que hace cuatro décadas, expresa.
Asimismo, agradece el apoyo de su familia durante toda su carrera y a sus compañeros y amigos por creer en él y en su obra.
El cine lo hace sentir feliz y trabajar en el sector es para él maravilloso, «es más un juego que una obligación».
Raúl Rodríguez: más de 50 años en el cine cubano
Por Glenda Arcia