(PL) La estrategia del presidente estadounidense Donald Trump hacia la guerra en Afganistán es cada día más imprecisa, más de tres lustros después del inicio de esta contienda cuyo final parece aún lejano.
Con la orden reciente de enviar unos cuatro mil efectivos adicionales a suelo afgano, donde ya Washington tiene unos ocho mil 400, Trump cedió las decisiones sobre el tema al Pentágono, en particular al Comando Central, entidad a cargo de las operaciones en el Medio Oriente y parte de Asia.
Las unidades estadounidenses allí cumplen dos misiones principales: apoyar las acciones antiterroristas, así como entrenar y asesorar las fuerzas de seguridad afganas junto al resto de las tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
A pesar de la actividad intensa del jefe de la Oficina Oval en Twitter acerca de asuntos clave, e incluso otros de mucha menor importancia, apenas mencionó este incremento y dejó esa tarea a los militares y las publicaciones especializadas en temas castrenses.
Importantes medios de prensa estadounidenses destacan el hecho como una ruptura del «sacrosanto» y tradicional principio del control de los servicios armados por parte de las entidades civiles, tanto del departamento de Defensa como de la Casa Blanca.
A juicio de Anthony Cordesman, experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, tanque pensante con sede en Washington D.C., el anuncio del envío de estos refuerzos levantó serias dudas y cuestionamientos.
No está claro de dónde salió la cifra de cuatro mil militares reportada por la mayoría de los medios de prensa, ni cómo serán reubicados y cuáles serán las misiones que cumplirán, en particular si participarán directamente en acciones combativas, añade Cordesman en un artículo reciente.
Por otra parte, según expertos citados por el diario The New York Times, la decisión de enviar más militares a Afganistán representa al menos una victoria temporal para el secretario de Defensa, James Mattis y el asesor de seguridad nacional, H. R. McMaster, ambos exgenerales.
Estos y otros altos funcionarios anteriormente vinculados de manera más directa a la guerra en Afganistán, están muy preocupados por las consecuencias de una falta de acción inmediata de Estados Unidos en ese país.
De hecho, un eventual refuerzo como el que ahora se avizora daría un poco más de tiempo a Trump y sus consejeros para elaborar una política más detallada y realista, aún pendiente de aprobación.
El envío de nuevas agrupaciones es al mismo tiempo un revés para el jefe de estrategia de la Casa Blanca, Stephen K. Bannon, quien advirtió que esto se convertiría en una pendiente resbaladiza dirigida a complicar y extender la permanencia de Estados Unidos en el país asiático.
Algunos especialistas señalan que la causa principal de este cambio radica en que las cosas no van bien para las agrupaciones de la OTAN que combaten a los talibanes, pues estos tuvieron éxitos significativos en 2016, valoración admitida en el Congreso por el jefe del Pentágono.
Algo similar expresó en el Capitolio el general John W. Nicholson, que funge desde el año pasado como jefe de las tropas estadounidenses en Afganistán y de la Operación Resolute Support en ese país, quien reconoció la ineficiencia y estancamiento de la actividad bélica de Estados Unidos y sus aliados en dicha nación.
INEFECTIVIDAD DEL EJÉRCITO AFGANO
Las nuevas directrices del Gobierno estadounidense intentan revertir la situación, en momentos en que el movimiento talibán controla casi la mitad del territorio nacional y los niveles de violencia son los más altos desde que dicho grupo insurgente fue sacado del poder en diciembre de 2001.
En el centro de la problemática está la inefectividad del Ejército afgano, en el cual Washington invirtió unos 70 mil millones de dólares en poco más de una década, además de la falta de consenso dentro de las autoridades de Kabul sobre la conveniencia de esta medida.
En ese contexto, el legislador afgano Nasrullah Sadeqizada manifestó su escepticismo acerca de la efectividad del aumento de tropas del Pentágono y llamó a Washington a coordinar con las autoridades locales y no hacerlo de forma unilateral.
La seguridad sigue deteriorándose en Afganistán y los militares extranjeros que están aquí no hacen que mejore la situación, señaló Sadeqizada.
A esto se añade el auge de la corrupción dentro del Gobierno del presidente Ashraf Ghani, de acuerdo con informes recientes de la Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán, entidad subordinada al Ejecutivo estadounidense.
Esta combinación fatal de factores adversos hace que la administración de Ghani esté muy cerca de un eventual colapso, según valoraciones de funcionarios estadounidenses a medios de prensa norteamericanos.
NO SOLO LOS TALIBANES
Un comentario reciente de la agencia noticiosa estadounidense Associated Press (AP) señala que un virtual fracaso de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán permitirá que ese país se convierta una vez más en refugio seguro para grupos extremistas de diversas tendencias.
Aunque expertos estiman que la mayoría de los combatientes árabes de la organización Al Qaeda se rebasificaron en otros teatros de operaciones del Medio Oriente, en particular en Iraq, Siria y Libia, sus principales líderes aún radican en Afganistán y Pakistán.
Por otra parte, publicaciones especializadas en temas castrenses como el diario The Stars and Stripes y Military Times coinciden en que las tropas aliadas enfrentan además un discreto incremento de las acciones de grupos afiliados al Estado Islámico.
UN ESTÍMULO AL SENTIMIENTO ANTI-EE.UU.
En el momento de mayor presencia militar foránea, hubo en territorio afgano unos 120 mil militares de 42 países, sin adelantos significativos para lograr la paz.
Expertos en el tema señalan que si el actual refuerzo de las tropas no ayuda a un cese de las hostilidades, pudiera provocar un alza en el sentimiento antioccidental entre los afganos.
De hecho, medios internacionales destacan que en las calles de Kabul los ciudadanos incrementan sus protestas contra las tropas de Estados Unidos y la OTAN.
Desde 2001 a la fecha, unos dos mil 400 militares norteamericanos murieron y otros 18 mil resultaron heridos en suelo afgano, mientras algunos especialistas advierten que un nuevo incremento de tropas pudiera ocasionar un alza significativa en estas cifras.
En medio de esta confusión el diario The Hill informó el 26 de junio que el proyecto de autorización de gastos militares de la Cámara de Representantes para el año fiscal 2018 requerirá al Pentágono presentar un reporte para el 15 de febrero próximo, con los objetivos del país en la guerra en Afganistán.
Según la publicación el secretario de Defensa, James Mattis, prometió entregar al Congreso una nueva estrategia para ese conflicto a mediados de julio que incluya el incremento de tropas, con el fin de romper lo que generales estadounidenses ya describen como un estancamiento de la situación.
Por lo pronto, resulta evidente que esta guerra de 16 años tiene poco interés para Trump y sus asesores, ahora inmersos en otros «combates» de política interna que ellos consideran vitales para la supervivencia del jefe de la Casa Blanca.
Sin embargo, un error de cálculo en Afganistán pudiera provocar un nuevo revés y sumarse a la larga lista de escándalos y desaciertos de Trump, quien a pesar de todo ya comenzó a recaudar dinero para la lucha por su reelección en las presidenciales de 2020.
Nadie se atrevería a pronosticar si para esa fecha aún los afganos seguirán sufriendo la intervención extranjera y la presencia de los grupos terroristas que, según reconocen expertos y organizaciones internacionales, nacieron de la mano de Estados Unidos y sus aliados en el siglo pasado.