Por Ana León
Parte de la nueva narrativa latinoamericana, la voz del cordobés Nicolás Cabral (1975) es una de las más singulares. Su trabajo como escritor, así como editor de la revista de artes La Tempestad, revela un quehacer meticuloso y atento al detalle. En su primer libro de relatos, Las moradas, publicado bajo el sello de la editorial española Periférica –en 2014, esta misma editorial publicó su primera novela, Catálogo de formas–, Cabral nos entrega nueve relatos construidos a través de imágenes en las que juega con soltura con las formas y registros del espacio y del lenguaje.
Como en Catálogo de formas, novela sobre la figura de Juan O’Gorman, en Las moradas se cuela la formación como arquitecto de este escritor. El espacio, la representación del espacio y las formas en que se construye este espacio se convierten en personajes de escenarios que bien podrían ser postapocalípticos o, como el mismo Cabral señala, “el posible inicio de otro orden”.
¿Por qué pensar sólo en escenarios de la devastación? y ¿por qué narrarlos desde voces masculinas?
Podría hablarse de “devastación” únicamente en dos de los relatos del libro: “Las moradas” y “Cuaderno”. En el resto se plantea otro tipo de situaciones, aunque entiendo que puedan ser leídos desde una perspectiva sombría. “Cierto lugar”, sin embargo, habla de una apertura, de un nuevo inicio. La catástrofe puede ser vista como un final, pero yo me la planteo como el posible inicio de otro orden, individual o social. Las voces son efectivamente masculinas, tal vez porque son las que conozco mejor, pero de nuevo: “Cierto lugar” es narrado por una voz plural, en la que hay hombres y mujeres, aunque no se manifiesten como tales.
Da la impresión de que acciones como lanzar piedras o saquear casas, –acciones que producen ruido, que tienen una especie de consecuencia–, del protagonista de “Las moradas”, son también una forma de validar su propia existencia ante la ausencia de otros, de reafirmarla para sí mismo a través del espacio y la forma en que ocupa dicho espacio.
Es una buena lectura, en el caso de ese relato. El personaje de “Las moradas” es el último hombre, no sabemos si de una región o del mundo entero. El silencio se vuelve para él ensordecedor, de ahí que recurra a ciertas acciones para romperlo. Ese ruido, sí, le confirma su existencia, pero nadie más, que sepamos, puede oírlo.
La arquitectura, mejor dicho, la forma y la delimitación del espacio, ¿como medio de control o como remanente de aquello que se salió de control?
Puede ser ambas cosas, un espacio de confinamiento y control del cuerpo o bien la ruina de un orden social depuesto. Pero también puede aspirar a ser parte de una nueva realidad, para tratar de darle forma.
Todos los relatos me parecen inquietantes, pero uno de los que más me alteró es “Cuaderno”, que presenta la figura del niño sin este halo de inocencia que se les confiere casi por gracia y como artífices de una revolución, que más que constructiva a mi me pareció destructiva, ¿cómo surgió este relato?
“Cuaderno” trata de imaginar una rebelión infantil surgida de la clausura del futuro. Es tal vez el relato más pesimista del conjunto, si uno lo ve desde la óptica del cosmonauta que vuelve de su viaje interestelar. Pero, desde la perspectiva de los niños rebeldes, que desconocemos, podría representar otra cosa, tal vez menos lúgubre que la ausencia de porvenir. No hay que desestimar, por cierto, la potencia creativa de la destrucción.
“En las últimas décadas del siglo (XX) la imaginación destierra las utopías de progreso en visiones sombrías del futuro”, dice Graciela Speranza en Cronografías, en un momento que parece difícil pensar el futuro, ¿el lenguaje será el único espacio habitable, nuestra única morada?
No, pero es un espacio fundamental de libertad. Ya decía Heidegger que “El lenguaje es la casa del Ser”. La habitabilidad es un tema crucial, más de lo que el debate contemporáneo indica, porque no se trata solamente de contar con una vivienda digna o de que la ciudad sea incluyente. Tiene que ver con nuestra capacidad de estar en el mundo, junto a otros.
Repites formas dentro de la narración: cubos y rectángulos, y hay una tendencia hacia la verticalidad, formas que en automático entran en relación directa con la degradación o la destrucción, ¿hay una idea política de fondo?
Hay una política, pero es una política del texto. Las formas que mencionas son en todo caso obsesiones de mi formación como arquitecto, específicamente de alguien apasionado del movimiento moderno. Karl Kraus tiene un aforismo esencial: “Quien vive del tema, muere antes que el tema. Lo que vive en el lenguaje, vive con el lenguaje”. No me interesa la literatura que hace política desde el tema, salvo algunas excepciones, sino la que disiente desde la forma, desde el lenguaje, la que no puede ser confundida con un mero acto comunicativo.
¿Hace cuánto inició la escritura de Las moradas?
Si no recuerdo mal, el relato más viejo del conjunto fue escrito hace más de quince años. Pero ahí no había un proyecto de libro. Eso vino después, y a razón de un relato por año tomó más o menos una década en concluirse.
¿Es verdad que años atrás estos relatos los guardabas en una carpeta roja? Hace poco en una entrevista con David Miklos salió a colación tu libro, recordó cuando todos estos relatos sólo eran textos aislados dentro de una carpeta roja y que le parecía casi profético que ahora la cubierta fuera de ese color.
David tiene mejor memoria que yo, y tiene toda la razón. Existía esa carpeta, que engordaba lentamente, y que desembocó en un libro. Por lo demás, sólo me conmueven las banderas rojas.
Este jueves, a las 19 horas en el bar Bucardón, Donato Guerra 1, en la colonia Juárez, el autor presentará Las moradas, acompañado de los escritores Mario Bellatin y Antonio Ortuño.
(N22)