Ciudad de México (N22/ Redacción).- Desde abril de este año, la editorial argentina Caja Negra, publicó Como un golpe de rayo. El glam y su legado, de los setentas al siglo XXI. Bajo la traducción de Hugo Salas, el texto llegó a México hace un par de semanas, en éste, Reynolds recorre la historia del género. “Al abordar el glam en tanto celebración del artificio y culto a la imagen, revela de qué manera supuso una ruptura con los valores propios de rock hippie de fines de los años sesenta –la autenticidad y el compromiso político– y un primer ensayo del tipo de sensibilidad que más tarde llegaría a ser conocida como posmoderna”, se lee en la contraportada, que también apunta que la investigación del autor “recupera estas experiencias del pasado en tanto laboratorios de experimentación estilística y sexual, trazando un linaje que hunde sus raíces en el arte del siglo XIX, el camp y el warholismo, y que se proyecta en la obra de figuras como Prince, Madonna, Marilyn Manson, Lady Gaga y Beyoncé.”
A continuación compartimos un fragmento del segundo capítulo del texto.
CAPÍTULO 2
UN MUCHACHO LONDINENSE: LOS PRIMEROS AÑOS DE BOWIE
David Bowie; Anthony Newley; Lindsay Kemp; Oscar Wilde.
Algunos años antes de su éxito, David Bowie tuvo un breve roce con la fama. En noviembre de 1964, a los diecisiete años de edad, se presentó en el programa de interés general de la BBC Tonight como líder de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Hombres de Cabello Largo. Flanqueado por otros jóvenes de rizos aniñados, el cantante –aún bajo su nombre de nacimiento, David Jones– denunció los prejuicios e indignidades a los que se veían expuestos: “Durante los últimos dos años hemos recibido comentarios del estilo ‘¡Querida!’ o ‘¿Quieres que lleve tu cartera?’. Esto se tiene que terminar […]. No entendemos por qué nos persiguen”.
Varias cosas se destacan en aquel registro. En primer lugar, la deslumbrante belleza de Bowie: la piel pálida, los rasgos delicados y los radiantes cabellos dorados, a la altura de los hombros. Luego, sus modales: cortés, sobrio, el rostro atravesado por una sonrisa acaso atribuible a una timidez defensiva, y que sin lugar a dudas apacigua el carácter supuestamente contestatario de la sociedad a la que representa. También el hecho de que, tan temprano en la carrera del artista de rock que más lejos habría de llevar la confusión de género –cuando su carrera aún no había comenzado, de hecho–, la androginia y la confusión sexual desempeñaran una función decisiva en la presentación pública que ofrecía de su persona. No hacía más de uno o dos años que los largos cabellos de los Beatles habían desatado el furor por la pregunta “¿es un chico o una chica?”.
Pero lo más sorprendente de todo –y, en parte, puede perdonarse que los televidentes de 1964 no lo hayan advertido– es que se trataba de una farsa: la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Hombres de Cabello Largo era una organización inexistente. Cuando un productor de la BBC abordó al aspirante a estrella pop en un café de Denmark Street (por aquel entonces, centro de la industria de la música) y le preguntó si alguna vez alguien lo había molestado por llevar el cabello largo, al desconocido se le ocurrió la idea de inventar este supuesto grupo de presión como golpe publicitario. Y la BBC cayó en la trampa, o prefirió hacer la vista gorda y no hurgar demasiado en los antecedentes de algo que les brindaba todos los ingredientes para una animada emisión de Tonight.
En los días sucesivos, Bowie se dedicó a ordeñar la noticia inexistente. “[Es] hora de que nos unamos y defendamos nuestros bucles”, sostuvo, en conversación con el Evening News, y se quejaba: “En el autobús, todos se ríen de nosotros. Y si se nos ocurre pasar junto a un grupo de peones de obra que trabajan en la carretera, ¡es una masacre!”.
Su representante, Les Conn, alimentó la controversia en torno al tema poco antes de que Bowie y su banda The Manish Boys tocaran en el programa de pop Gadzooks! It’s All Happening. Conn, quien se preciaba de sus tácticas engañosas, propagó el rumor de que la BBC le había pedido a Bowie que se cortara el cabello. Llegó incluso a organizar una manifestación de repudio fuera del estudio, en la que un grupo de fanáticos se presentó con carteles que exigían “Un trato justo para el cabello largo”. La falsa disputa rindió sus frutos en términos publicitarios. Matutinos como el Daily Mail, el Evening Standard, el Mirror y el Daily Telegraph publicaron artículos con titulares como “Córtate el cabello, exige la BBC a un hombre del pop” y “Largo padecimiento”, acompañados por declaraciones de Bowie del estilo “Preferiría dejarme morir antes que cortarme el cabello”. A esto siguió la noticia, también inventada, de que la prohibición se había levantado pero solo bajo la condición de que, en caso de que los televidentes se quejaran, los honorarios de The Manish Boys fuesen donados a una sociedad de beneficencia.
Bowie no vivía en un mundo de fantasía como su intermitente amigo Marc Bolan, pero en adelante el uso de mentiras blancas desempeñaría un papel fundamental en momentos determinantes de su carrera. Para ser una figura de la generación de los sesenta, siempre se lo vio inusualmente cómodo ante el despliegue estratégico de mentiras, la mecánica publicitaria y la práctica de venderse a sí mismo.
Tal vez fuese heredado: su padre, Haywood Jones, se desempeñaba como responsable de relaciones públicas de la centenaria e influyente organización benéfica Barnardo’s, y antes de eso había incursionado en el negocio del espectáculo, invirtiendo su herencia en la compra de un teatro de vodevil y posteriormente, tras el fracaso de esta primera iniciativa, en un club nocturno del West End que resultó igualmente fallido. En Barnardo’s, Jones padre empleó sus contactos con el mundo del espectáculo para garantizarse la presencia de artistas de primer nivel en los eventos de caridad. Su conocimiento de las relaciones públicas fue utilizado en las etapas más tempranas de la carrera de su hijo. Juntos, elaboraron una carta de presentación para un empresario muy exitoso, de nombre John Bloom, en la que afirmaban: “si usted sabe vender mi grupo de rock como vende lavadoras, tendrá en sus manos un producto ganador”. Al padre le divertía esta desfachatez, pero no tenía ningún interés en diversificarse y emprender la tarea de representante de artistas pop, por lo que dejó esta carta en manos de un aspirante a gurú del espectáculo conocido suyo, Les Conn.
Adelantado en las técnicas que actualmente usa la política de dar vuelta una noticia, generar “distintas perspectivas” y “controlar el relato”, Bowie aprendió muy rápido a encantar e intrigar a la prensa. Kenneth Pitt, representante que sucedió a Conn y que habría de convertirse en la guía más importante de Bowie durante los sesenta, aconsejó al cantante que tuviera en cuenta “exactamente los intereses del entrevistador […]”. Y continuaba: “Le dije que le convenía anticipársele, decir lo que el o la periodista quería oír y adoptar un estilo distinto para cada tipo de medio”.
Otra influencia que contribuyó a que Bowie tuviera una relación flexible con la verdad fue su temprana exposición al mundo publicitario. Tras dejar la escuela a los dieciséis años, consiguió trabajo como diseñador en la agencia Nevin D. Hirst, cuyo principal cliente por aquel entonces era una compañía que fabricaba dulces para el control del apetito. Más adelante, en la década del sesenta, Bowie y el guitarrista de una de sus bandas habrían de ganar algo de dinero escribiendo jingles para los avisos de productos, como la marca de ropa Youthquake.
La publicidad gozaba en ese momento de un estatus ambiguo. Por un lado, estaba ligada al festín consumista de la posguerra; por otro, representaba toda la falsedad de la vida en Occidente, en tanto básicamente no era otra cosa que el arte de decir mentiras, hacer propaganda en favor de las corporaciones, en vez del Estado. En Gran Bretaña, además, la publicidad tenía una connotación estadounidense: la televisión comercial –es decir, con avisos publicitarios– recién había llegado al país en 1955, año de lanzamiento de la cadena ITV, y tanto los puritanos de izquierda como los esnobs de derecha la consideraban otra perniciosa importación estadounidense, como los supermercados y el propio rock and roll. Las formas ocultas de la propaganda, libro de feroz denuncia contra los trucos de manipulación psicológica de la publicidad escrito por el crítico social estadounidense Vance Packard, fue ampliamente leído y comentado en Gran Bretaña en 1960. Entre sus lectores, se contaba el joven Bowie.
Aun así, la industria de la publicidad ejercía una fascinación cada vez mayor, y se la consideraba un ámbito creativo, con enorme glamour, gracias a la aparición de redactores y creativos sofisticados como David Ogilvy, autor de Confesiones de un publicitario, a quien se lo suele mencionar como posible fuente de inspiración para el personaje de Don Draper de la serie Mad Men. La publicidad le daba color y sabor a la vida cotidiana (sobre todo en un país que recién comenzaba a salir de la austeridad de la posguerra), y su inventiva gráfica y optimismo ejercieron una fuerte influencia sobre importantes figuras del arte pop como Richard Hamilton y Andy Warhol. Las estaciones de radio piratas, que proporcionaban a los jóvenes británicos de los sesenta todo el pop que querían –a diferencia de la BBC, que solo brindaba mezquinas raciones–, eran comerciales, y subsistían gracias a anuncios publicitarios cuyo tono enérgico, de imitación estadounidense, se llevaba a la perfección con la informalidad de imitación estadounidense característica de los disc-jockeys.
Más adelante, Bowie sentiría cierto orgullo de su breve paso por la publicidad, industria que –a su juicio– tuvo un efecto tan profundo sobre el siglo XX como el rock and roll. Pero en los sesenta su actitud era un poco más conflictuada. El joven cantante formaba parte de la búsqueda de autenticidad bohemia de la época, esa búsqueda de un verdadero yo que los condujo a él y a sus contemporáneos a la música negra (el blues, el soul, el jazz), a los escritores beatniks, al culto de Bob Dylan como poeta y profeta y a distintas formas de espiritualidad oriental. Pero también era un personaje adaptable e increíblemente ambicioso, capaz de reposicionar la marca Bowie (término que nadie utilizaba en ese momento) en consonancia con las fluctuaciones de la moda. En última instancia, cualquier reparo beatnik contra la idea de “ser un vendido” se veía eclipsado en él por su ferviente impulso a vender y venderse.
Además de ser una época de autodescubrimiento y búsqueda espiritual, la década del sesenta fue para Bowie un período de prueba intermitente en los ámbitos de la manufactura del yo y del propio marketing, una secuencia espasmódica de relanzamientos de producto, por medio de entrevistas, grabaciones, presentaciones públicas y cambios de look. Los tres discos y trece singles que Bowie editó entre 1964 y 1970 no fueron en realidad “anuncios publicitarios de sí mismo”, sino distintos intentos de diseñar un yo que el público estuviera dispuesto a comprar.
Una suerte de motivación mágica parece impulsar a Bowie a lo largo de estos siete años de cambio y fracaso, falsos comienzos y limbos de incertidumbre. Como Bolan, lo que ardía bajo esa superficie camaleónica no era más que un corazón de pura voluntad.
Fragmento del libro Como un golpe de rayo. El glam y su legado, de los setenta al siglo XXI, Simon Reynolds (Caja Negra), 2017. Cortesía otorgada por Caja Negra
Fuente: N22